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UN AIRE DE FAMILIA
(Un Air De Famille)
Francia, 1996

Dirigida por Cédric Klapisch, con Jean-Pierre Bacri, Jean-Pierre Darroussin, Agnès Jaoui, Claire Maurier.




En un punto, de Un aire de familia podría decirse lo mismo que de La celebración. Está estructurada alrededor de una cena familiar en la que se festeja un cumpleaños, en cuyo trascurso saldrán a la luz los trapos más sucios de la parentela. Y sin embargo son dos películas completamente diferentes.

Esta, de Cédric Klapisch, no tiene sustancia ni tiempos de thriller sino de comedia dramática. Está narrada casi en tiempo real y rigurosamente acotada al ámbito de un bar. Su dueño es Henri, hermano de Betty y Philippe, el cumpleaños de cuya esposa es motivo de la fiesta. La partida se completa con la madre de aquellos tres, con Denis, mozo multifunción (único empleado en el bar de Henri) y un perro paralítico cuya triste presencia reflejará el patetismo de la familia durante varios tramos de la "fiesta". Es que a Henri, que lo acaba de dejar su mujer, su hermano ejecutivo le recordará de mil modos que es el inútil de la familia. Philippe, el ejecutivo, tiene unos modales del demonio. Con su esposa, bastante tonta (y muy graciosa: Catherine Frot carga cómodamente con el costado cómico del relato), lleva una relación en términos de jefe-subordinada. Betty, en tanto, acaba de perder su trabajo. No así la vergüenza, que le impide blanquear ante los demás su amorío... con el mozo del establecimiento. Y mamá es de aquellas personas que dicen la palabra indicada, en el momento justo, para pudrirlo todo. Cosa que ocurrirá, of course.

La película, que es la adaptación de una obra de teatro inmensamente popular en Francia, se hace un poco larga. Pero está bien escrita y mejor actuada (excepción hecha de Wladimir Yordanoff, que sobreactúa a Philippe). Ofrece la yapa de volver a disfrutar de un par de intérpretes que venían de lucirse en Conozco la canción. Y consigue dar ajustada cuenta de un puñado de conflictos lo suficientemente universales como para seguirle el hilo sin desfallecer.

Guillermo Ravaschino