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LA ANTENA

Argentina, 2004



Dirigida por Esteban Sapir, con Alejandro Urdapilleta, Rafael Ferro, Florencia Raggi, Julieta Cardinali, Ricardo Merkin, Valeria Bertuccelli.



Esteban Sapir apareció en el cine argentino con su opera prima Picado fino, una película que data de 1993. Su irrupción dividió aguas: lo que alejaba a un público que no comprendía de qué iba la historia y mucho menos las elecciones formales, acercaba a otro público (y especialmente a la crítica) a pensar genealogías, historicidades, nuevas viejas búsquedas y la creación siempre a la mano de un nuevo cine argentino. Hoy, catorce años después, con la esperada La antena (filmada en 2004) los riesgos del director se multiplican, a la vez que podemos observar que aquello que se conoce como estilo autoral es toda una marca que se mantiene y potencia en el cine de Sapìr.

En un mundo sin voz que es un futuro con evidentes resabios del pasado (lo que se llama retrofuturista), donde la autoridad descansa en manos del Sr. TV, se cierne un peligro que ampliará la dominación existente y que casi nadie (están todos sojuzgados por un sistema totalitario con aires de libremercadismo) advierte.

La antena es un film mudo (si las palabras en Picado fino son acotadas, acá se llega al extremo de su casi desaparición), en blanco y negro, en el que apenas se oyen unas pocas frases emitidas por un par de personajes y dos bellísimas canciones. El resto es un sinnúmero de carteles que refuerzan, designan o aclaran las acciones que se suceden, cuando no se insertan directamente interactuando con las mismas. Y una música (genial banda sonora de Leo Sujatovich) siempre presente, clara protagonista a la hora de crear climas, o embellecer –aun más­– unas imágenes que son producto de un complejo trabajo de digitalización y posproducción, cuyo mayor logro es pasar desapercibido al punto de lograr que creamos los escenarios como reales.

Con mano maestra Sapir utiliza la estética del cine mudo en todos su procedimientos formales y de actuación, poblando la pantalla de iris, fundidos, cortinillas, barridos, sombras y claroscuros, pero con la plena conciencia de sus efectos y no con un mero afán esteticista. Lo mismo sucede con los actores, que debieron abandonar sus voces para apoyarse en los gestos y el cuerpo como nunca antes. La mezcla de tendencias cinematográficas va desde el expresionismo alemán hasta el realismo soviético, pasando por la vanguardia de los ’20; los homenajes-citas abundan (a Georges Mèliés, a Metrópolis, a la saga del Dr. Mabuse) y todo se conjuga para crear el verosímil de este mundo donde los miembros de una familia (abuelo y padre inventores desempleados, ex esposa enfermera), junto a los pequeños Ana y Tomás –Ana y Tomás son los nombres de los protagonistas de Picado fino–, este último ciego, intentarán vencer al Sr. TV (Alejandro Urdapilleta), que ha urdido un plan para quedarse con las palabras de todo el pueblo merced a la colaboración –por la fuerza– de La Voz (Florencia Raggi), madre del pequeño.

La historia remeda un poco a todas esas intrigantes primeras cintas sobre científicos locos con planes más locos aun para apoderarse del mundo; cintas que hoy en día, en este país, pueden ser leídas simbólicamente sin cargar por ello las tintas ni exagerar las interpretaciones. Signos que por otra parte pueblan el texto fílmico: “el silencio es hereditario” (esto se oye decir ante la posibilidad de que se sepa algo que debe permanecer oculto), las fuerzas de choque que actúan como grupos paramilitares, las siglas CCPC (que evocan el nombre de la URSS en ruso) en la escafandra de Tomás y el pin comunista en el gorro del inventor, la TV capitalista y la publicidad permanente, la cruz gamada donde se ubica a La Voz y la estrella de David donde descansa el pequeño “salvador” son algunos ejemplos.

También hay que decir que abundan (aunque no dañan) ciertas simplificaciones, y que extrañan algunas “esfumaciones” de personajes: el malo humano se desdibuja bastante en beneficio de un trío de bandidos que se arroga la potestad maléfica y cuyo jefe es una especie de animal antropomorfizado, mientras que el hijo del Sr. TV (Valeria Bertuccelli) directamente parece haberse perdido en la mesa de montaje.

Por si fuera poco el riesgo, la creatividad, la inteligencia y el sentimiento que la película entrega, también se permite esbozar una especie de programática sobre la creación artística: la imagen, la escritura y la música, parece decirnos desde un comienzo –y lo refuerza en el final–, son en su conjunto los principales elementos formadores del cine. El soporte audiovisual del presente vuelve a sus fuentes originarias y se regenera, para ofrecer un producto de una modernidad futurista apabullante.

Javier Luzi      


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