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LA BALADA DE JACK Y ROSE
(The Ballad Of Jack And Rose)

Estados Unidos, 2005


Dirigida por Rebecca Miller, con Daniel Day-Lewis, Camilla Belle, Catherine Keener, Paul Dano, Ryan McDonald, Jena Malone, Beau Bridges
, Jason Lee.



Hace un par de Baficis vi Go Further, un documental horrible en el que Ron Mann sigue a un grupo de ecologistas (encabezados por el ahora-ya-no-tan-simpático Woody Harrelson) en una gira por los Estados Unidos, dando conferencias, proponiendo un sistema de vida alternativo, ecológico. Evitar comer en Mc Donald's, comer productos de granja, andar en bicicleta, comprarse un panel solar, y cosas así. Hasta acá, bien. Cerca de la mitad de la película, el discurso y el tono de los ecologistas empieza a teñirse de fanatismo y autoritarismo. Ya no sugieren un sistema, pretenden imponerlo. La imagen de Woody Harrelson gritándole a una persona que quiere tomarse un milk shake (o algo por el estilo) todavía me trae pesadillas. Un par de días después leí que en Estados Unidos los llaman "ecofascistas". No son peligrosos, pero son insoportables.

Así es el Jack de La balada de Jack y Rose: una suerte de ecofascista, que no tiene televisor, usa poca electricidad y sale a defender sus ideas con rifle y aplanadora. Sólo que en el caso de Jack (Daniel Day-Lewis) su modo de vida sí es peligroso, porque tiene una hija, Rose (Camilla Belle), a la que –además de imponerle este modo de vida algo extremo– aísla del resto del mundo. La aísla literalmente: viven en una isla poco habitada, en una cabaña alejada, solos los dos, padre e hija. Y si piensan que este ambiente endogámico huele a incesto, tienen razón. La película coquetea con el tema del incesto durante todo su metraje.

Para ejemplificar no sé qué cosa, Slavoj Zizek –el filósofo de moda– contaba que cuando los amish llegan a determinada edad (entre 17 y 20 años), los dejan (u obligan a) ir a la ciudad, solos, a hacer lo que quieran. Prueban comida chatarra, van al cine, se drogan, cogen. Horrorizados por los estímulos, casi todos vuelven a su comunidad amish. Crecen, tienen hijos, los dejan ir a la ciudad solos, vuelven, y así, siempre. Eso no quiere decir que el sistema amish sea mejor y por eso lo eligen; simplemente, somos animales de costumbre y nos aterran los cambios radicales y repentinos. Sí, sí, esta crítica es muy digresiva, pero todo viene al caso, van a ver. Vuelvo a la película. Jack, que está enfermo, se trae a su amante a la casa para que: a) lo cuide a él, b) haga las veces de madre para su hija. Y la amante no viene sola, trae a sus dos hijos. El cambio es radical y repentino y a Rose eso de compartir casa (y papá) no le gusta nada. Por lo menos al principio. Se siente invadida, enojada, celosa. Después pasan muchas cosas más. Si la película tiene algún interés (y lo tiene) pasa justamente por la historia, que es intrincada y –acaso involuntariamente– divertida.

¿Y qué más? A los personajes de la película los definen sus problemas más que cualquier otra cosa. Uno de los hijos es obeso y le cuesta relacionarse con mujeres; el otro se relaciona demasiado; Jack no puede lidiar con sus contradicciones, y así sucesivamente. ¿Y qué más? Todos se dicen perdón en algún punto de la película. ¿Y qué más? Rebecca Miller debe tenerle aversión a los silencios, porque los llena con canciones de Bob Dylan, referencia obligada a la época en la que se quedó varado Jack. ¿Y qué más? Hay una búsqueda desesperada por alcanzar un clímax, que termina involucrando a todos los personajes y que es algo así como un drama de enredos. ¿Y qué más? La poesía visual que maneja la película: el brillo del sol en un lago, el pelo cayendo en cámara lenta, las flores y el paisaje idílico. Paso. ¿Y qué más? La película es muy literaria. No sé muy bien qué significa esto (¿que es demasiado hablada? ¿Que la manera de entregarle la información al espectador es muy explícita y poco visual?); pero véanla y díganme si no es verdad. Y acá paro, porque ya escribí mucho para una película que empieza a, pero que no termina de, interesarme.

Sólo una última cosa. Cuando salí del cine, fui al Malba a ver Surcos de sangre, de Hugo del Carril. Ahí entendí un poco más qué me había pasado con La balada de Jack y Rose. Algunos directores, como Hugo del Carril, explotan más que otros las posibilidades que brinda el cine. Es así. Hay películas más cinematográficas que otras. La balada de Jack y Rose podría ser una novela y producir un efecto similar al de la película; Surcos de sangre es una Señora Película y no hay tu tía. Es prácticamente imposible pensarla en forma de libro. Si le pidiéramos a Dios (que es objetivo) que ordenara las películas de "más cinematográfica" a "menos cinematográfica", y se tomara la molestia, Surcos de sangre se ubicaría de la mitad para arriba y La balada de Jack y Rose, de la mitad para abajo. Y por último último, me remito a Homero Simpson, que tras ver una representación mecanizada –para chicos de tres años– del cuento de los tres chanchitos, vaticina: "No está mal, pero tampoco es gran cosa". Idem.

Ezequiel Schmoller      


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