HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















CINEISMORECOMIENDA

BELLEZA AMERICANA
(American Beauty)

Estados Unidos, 1999



Dirigida por Sam Mendes, con Kevin Spacey, Annette Bening, Thora Birch, Wes Bentley, Mena Suvari, Peter Gallagher, Chris Cooper, Allison Janney
.



Hace mucho tiempo que una película de gran producción, con figuras de "primera línea" a la cabeza del elenco, no resultaba tan potente y emotiva como esta. Hace mucho, pero mucho tiempo (concretamente, desde que Mel Gibson saltó a la fama como director con Corazón valiente) que la consabida Noche del Oscar no deparaba candidatas por las que valiera la pena soportar las transmisiones soporíferas. Pero ya lo dijo la canción: la vida te da sorpresas. Belleza americana, con ocho nominaciones y cinco estatuillas conquistadas, es la gran triunfadora del '99. ¡Y es una gran película!

La originalidad y la personalidad de la ópera prima de Sam Mendes, un inglés con varios éxitos en Broadway bajo el brazo, pasa por la forma de desarrollar un tema que, en principio, no es original. El tema es la mentalidad de dos generaciones de norteamericanos (los de 20 y los de 40, redondeando) y las relaciones que establecen con el mundo y entre sí. Esto implica que la amistad, la sexualidad, la familia y la "insatisfacción social" vuelven a estar bajo la lupa. Como la cínica Felicidad, de Todd Solondz, y la inquietante Tus amigos y vecinos, de Neil LaBute, Belleza americana ensaya una suerte de relevamiento del estado en que se encuentran tan cruciales instituciones contemporáneas. Claro que está en las antípodas de Felicidad, en la que Solondz, tras pintar un panorama tétrico, se quedaba voluntaria y descaradamente al margen. Belleza americana presentiza vigorosamente al director (o al punto de vista autoral) en el relato. En otras palabras: no es un film que se limite a sugerir desde la lejanía un horizonte más o menos sórdido, sino uno que casi parece colarse en su propio paisaje para interactuar como un personaje más. De allí le viene su valor agregado, que es obviamente emocional pero también muy humorístico. De allí, también, le viene la condición de alter ego del realizador al personaje que, con más gracia y potencia que nunca, compone Kevin Spacey.

Todo transcurre dentro de los límites de uno de esos barrios residenciales típicamente norteamericanos, aunque en menor medida podría ser el de cualquier país. Casas bajas y paquetas, con jardín al frente y entre las paredes maridos como Lester Burnham (Spacey), que ganan 100 mil dólares anuales como ejecutivos; esposas como Carolyn (Annette Bening), que despuntan su competitividad en ocupaciones part-time –por ejemplo tratando de vender inmuebles–, e hijas como Jane (Thora Birch), que de sus progenitores dice cosas como la siguiente: "Están tratando de interesarse activamente en mí. Odio cuando hacen eso." Si Ud. piensa que a esta línea de diálogo ya la escuchó en otra película, puede que tenga razón. Pero también es cierto que el humor, ya prematuramente, marca una de las grandes diferencias. Porque del otro lado del reproche está el atónito, embrollado y abochornado Mr. Burnham, que no sólo es la mejor composición de Spacey a la fecha –eso está dicho– sino una de las más graciosas que haya dado el cine en años. Volviendo a los bocadillos, muchos de ellos transitan la huella filosa que es tan cara a las mejores comedias románticas hollywoodianas. Aunque aquí resulta más filosa. Angela, la amiga de Jane que es bastante atractiva aunque no tanto como cree, declara: "Si gente que no me conoce tiene ganas de cogerme, okey. Puedo ser modelo." No hace falta dar vuelta la frase para encontrarse con una definición admirablemente aguda. Y que abarca al propio Lester, que sabe muy poco de Angela... y ya la sueña despierto como a una modelo desnuda entre pétalos de rosas rojas (a esas flores también se las conoce como american beauty).

Mamá Carolyn, a su modo, forma parte de la New Age. Se maneja con "afirmaciones" (tipo "me gusta ser mujer" –¿recuerdan?– o "voy a concretar una venta") que no sólo niegan la evidencia sino que la aíslan cada vez más de sus semejantes. Puede ser que Carolyn luzca excesivamente idiota (más que nada al principio) pero Bening la hace crecer con mucha gracia y patetismo, con lo que la que queda idiota, a la postre, es la New Age. Carolyn se acerca a un colega suyo animado por Peter Gallagher (tan correcto como siempre y, si se fijan bien, más parecido que nunca a nuestro cantautor y galán Silvestre), que es el vendedor de bienes raíces más exitoso de la comarca. Y aquilata su fama en slogans que, como las afirmaciones de marras, están llamados a deslumbrar a la madre de familia. Lester, en tanto, sin dejar de obsesionarse por la amiga de su hija decide encarar una suerte de renacimiento afectivo que implica empezar de nuevo, hacer tabla rasa con la mayor parte de su vida "adulta". Pocos ejecutivos de 42 años se asoman a empresas como esta, pero la decisión y la simpatía con que se lanza Burnham desvanecen toda posible sospecha, sentando las bases para una identificación poderosa. Hacía rato que la invitación a acompañar a un protagonista no se nos presentaba tan gentil, ni se nos aparecía tan irresistible.

Hay un dato esencial y es que, a poco de apagadas las luces, Lester Burnham pierde su trabajo. Esto opera como desencadenante dramático convencional: hay que reemplazar una fuente de ingresos con otra (Lester llegará a buscar trabajo en una hamburguesería que cobija a los mejores gags), con lo que estamos frente al primer motor de la trama. Pero que el jefe de familia se quede sin sueldo es mucho más que un traspié para una familia como esta. Y Sam Mendes, que lo sabe, le exprime todo el jugo al incidente hasta elevarlo a la categoría de pequeña gran tragedia familiar. Cuyas consecuencias, claro, serán trágicas, pero en el sentido más abierto y provechoso del término. Permítanme ponerlo así: más que muerte (es decir, tragedia en el sentido usual) tendremos inevitabilidad. Habrá de disolverse un grupo humano como este –¡como tantos!– edificado en torno de todo el fetichismo que un sueldo de ocho mil dólares puede ser capaz de alimentar. En este sentido, las pequeñas emociones y las risas de Belleza americana están auspiciadas por una emoción más general, más grande: la de la crítica social cabal. No es poco si consideramos que el 99% de las películas americanas, incluidas las "independientes", se la agarran con... los individuos.

El film depara la alegría rara y contagiosa de Kevin Spacey completamente fumado, gritando American Woman (la canción que hizo famosa Lenny Kravitz) mientras conduce velozmente por prolijas avenidas. La audacia de postular que la venta de marihuana no es ni más ni menos que otro oficio terrestre. Y la enorme libertad reflejada por Lester cuando rechaza un "revolcón de aquellos"... porque simplemente siente que, en el fondo, ya no tiene ganas.

Hay un vecino adolescente, llamativamente delicado y taciturno, que hace buenas migas con la hija de los Burnham. Ricky Fitts busca la "belleza del mundo" con su mini-cámara digital. Y está un poquito idealizado, es cierto. Pero ese concepto difuso –la belleza del mundo– pocas veces se había encontrado con palabras tan lúcidas como las que elige Ricky para sustentarlo, o con imágenes tan sugestivas como las que lo complementan. Hablo de una simple bolsa de nylon que es todo lo que la hoja mecida por el viento de Forrest Gump quiso ser... y no fue. Véanla y después me cuentan.

Guillermo Ravaschino     

ARTICULOS RELACIONADOS:
   >Paradojas del Oscar
   >Crítica de Felicidad
   >Crítica de Tus amigos y vecinos


Enviá tu crítica al Foro  |  Leé otras opiniones en el Foro