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BOWFINGER

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Frank Oz, con Steve Martin, Eddie Murphy, Heather Graham, Christine Baranski, Terence Stamp, Jamie Kennedy, Barry Newman, Robert Downey Jr.



Por alguna extraña razón, los críticos de cine de todo el mundo parecen haberse puesto de acuerdo para alabar esta oscura película de Frank Oz. Que no ofrece absolutamente nada nuevo bajo el cielo de la sátira y la parodia, lo que es decir ya que se trata de los rubros más gastados por las comedias americanas de las últimas dos décadas. Pero lo que cuesta creer es que algunos hayan visto una burla a Hollywood en este film que, buenos oficios de la productora Universal mediante, aplica puntillosamente las más penosas recetas que la gran industria ha decantado con el correr de los años.

La superficie de Bowfinger tiene algo de Ed Wood (Tim Burton, 1994): nos hace acompañar a un director y productor de cine con poco dinero y menos talento, empeñado a muerte en concretar un film. Claro que a diferencia de Wood, Bobby Bowfinger (Steve Martin, también autor del guión) no es un apasionado del cine (y está claro que el "peor director de la historia" amaba el cine... más allá de que el cine que él amaba pueda ser odiado por nosotros). No. Bowfinger no va por la obra, ni siquiera por el producto, apenas por la producción. Quiere filmar y estrenar. Lo de Bowfinger es pura capacidad de trabajo puesta al servicio de la fama, el dinero, un lugar en la farándula o vaya a saber qué otra frivolidad vislumbrada tras el eventual estreno de su opera prima. Su modus operandi, sencillamente rufianesco, consiste en estafar a todo el mundo para salirse con la suya. Este hombre, pues, carece de todas esas pinceladas que hacían de Ed Wood un personaje querible. Y por el amor de Dios: es cualquier cosa menos una caricatura de los productores viles. Le faltan los millones (o los fluidos contactos con los que los tienen) que acuñan el poder de aquellos productores, y no ocupa otro sillón que el que comparte con su perro en una casa que se cae a pedazos.

Algo, nunca sabremos qué, le ha hecho pensar a este hombre que el guión que le acercó un amigo es excelente. Se trata de una historia de ciencia ficción en la que los marcianos invaden la Tierra colados en grandes gotas de lluvia (interesante... ¿por qué no hay otra idea como esta en lo que dura el film?). Lo que más entusiasma a Bowfinger es la frase del final: "Gotcha Suckers!", algo así –permítanme el boricua– como "¡Los fregué mamones!". Las criaturas que secundan al protagonista en su patriada son hijas del trazo grueso: una actriz muy atildada (Christine Baranski sobreactuando la solemnidad "shakespeareana"), un actor vocacional enteramente torpe, un puñado de inmigrantes ilegales –latinos, of course– que están felices de trabajar gratuitamente, un doble de riesgo virtualmente espástico y una jovencita (Heather Graham) que es el más grande estereotipo de la beldad-idiota-trepadora-puta que se haya visto en mucho tiempo.

El motor de la trama es el siguiente: para garantizar el estreno, Bowfinger necesita que el film esté protagonizado por Kit Ramsey (Eddie Murphy), el actor negro más cotizado del planeta. Pero a falta de la más mínima posibilidad de contratarlo, armará un esquema de rodaje que le permita filmar al astro sin que éste lo perciba. Hete que el astro está medio chiflado, es devoto de una secta (cuyo gurú le da ocasión a Terence Stamp de entregar uno de los pocos roles insulsos de su carrera) y teme una invasión marciana. De la combinación de estos módicos ingredientes surgen todos y cada uno de los gags, que no son más que dos o tres variantes de un mismo enredo repetidas ad infinitum. Con las secuencias pasa algo parecido, sólo cambian los decorados. Con los chistes, algo peor: son industriales, suenan como si hubieran sido escritos por una computadora... y encima huelen a viejo. Decididamente, una de las comedias más irritantes y perezosas del fin del milenio.

Guillermo Ravaschino