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CABEZA DE TIGRE

Argentina, 2000


Dirigida por Claudio Etcheberry, con Héctor Alterio, Damián De Santo, Pablo Cedrón, Mónica Galán, Alejandro Awada, Horacio Peña.



Cabeza de tigre, film histórico argentino dirigido por el debutante Claudio Etcheberry, centra sus hechos en agosto de 1810. A meses de la Revolución de Mayo, los artífices de la misma deben fusilar a Santiago de Liniers (Héctor Alterio), a quien ya no le reconocen el título de virrey y lo consideran una amenaza para hacer valer la reciente autoridad de la Junta de Gobierno. Mariano Moreno digita la maniobra, que nadie parece querer llevar a la práctica, y designa a su hombre de confianza para el acto heroico. Para Juan José Castelli (De Santo), sin embargo, la tarea no es fácil: implica un dilema que enfrenta sus nuevas convicciones políticas (los ideales, el deber) con el honor y el respeto (los sentimientos) que le debe a su anterior líder, Liniers.

A partir de una estructura clásica, la película de Etcheberry trabaja sobre el dilema moral del vocal de la Primera Junta. Enviado por Moreno, con un objetivo claro, secundado por Domingo French (Cedrón) como ayudante, y con Liniers y su propia conciencia como oponentes, Castelli parte a cumplir su misión. En el transcurso, deberá enfrentar algunos obstáculos, tomar decisiones que lo pondrán a prueba e intentar salir airoso en pos de una Nación libre.

Cabeza de tigre muestra –en varios sentidos– las dos caras de una misma moneda. Castelli está al mando de los soldados pero no es militar, es sensible, dubitativo y busca variantes para evitar muertes. French es más práctico, menos analítico y, a través de los diálogos que mantiene con su superior, vehiculiza los interrogantes de éste. Por su parte, Liniers funciona como un fuera de campo permanente al que hay que acceder para que deje de ser una amenaza. Una vez capturado, esta virtualidad se traslada del personaje concreto a una idea menos palpable que sobrevuela el film: la "Revolución".

Uno de los problemas más difíciles de resolver cuando se trata del conflicto interno de un personaje, es el de trasladarlo a acciones concretas. Y si bien Castelli intenta que Liniers firme una carta de apoyo a su causa para no tener que ejecutarlo o mata al soldado inglés para demostrar su independencia, el dilema no genera demasiada tensión, ni progresión dramática. Tampoco transmite la pasión que el tema reclama y se diluye en la interpretación de Damián de Santo (muy pegado a la actualidad televisiva para hacer de prócer), menos convincente que Cedrón, Alterio y el desconocido Roberto Vallejos, en su corta pero potente intervención en el papel de Moreno.

Además de la fotografía y la música compuesta por Lito Vitale y Carlos López Puccio, Cabeza de tigre tiene el mérito de presentar a los próceres patrios como personas de carne y hueso –sienten temor, tienen contradicciones, se visten ante los ojos del espectador, están enfermos o putean–. Pero la falta de datos que permitan identificar mejor el contexto histórico y el porqué de las tribulaciones de Castelli, la simplificación de algunas características de los personajes, de ciertos diálogos y situaciones, terminan por definir una película más próxima a lo conocido (esos héroes de manual, tipo Billiken, que se estudian en el colegio) que a lo que cabía esperar. Seguramente, tendrá mejor suerte en la carrera que ya ha emprendido como material didáctico en proyectos escolares que como obra de interés cinematográfico.

Yvonne Yolis     


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