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LA COMEDIA DEL PODER
(L'Ivresse Du Pouvoir)

Francia, 2006


Dirigida por Claude Chabrol, con Isabelle Huppert, François Berléand, Patrick Bruel, Marilyne Canto, Robin Renucci, Thomas Chabrol, Jean-François Balmer, Pierre Vernier.



Antes, antes, no me gustaba Chabrol. No lograba disfrutar de su mirada implacable sobre la sociedad burguesa, de la radiografía que ponía en evidencia los dobleces e hipocresías de personajes muy reconocibles, generalmente involucrados en algún crimen, en la provincia francesa. Siempre reconocí su maestría en la pintura de personajes, o su talento para elaborar la puesta en escena. Pero no lograba empatizar. Excesiva ingenuidad de mi parte, tal vez. Hasta que vi La ceremonia. Esa película me conmovió profundamente, no puedo decir que me haya gustado precisamente, sino que quedé impactada por la ferocidad en el tratamiento del conflicto entre clases sociales, por la manera en que evitaba ser políticamente correcto. Y más tarde llegó Gracias por el chocolate, y su genialidad, su maravillosa ambigüedad me movieron a rever todo lo que pude de su obra, incluida una serie de películas nunca estrenadas en Argentina, que el canal “Europa-Europa” transmitió hace un par de años. Entonces cambió mi vinculación con Chabrol: lo curioso es que lo que me atrae ahora es exactamente lo mismo que antes rechazaba. Disfruto de su disección, de su mirada virulenta, de su nihilismo, tal vez por mi propio proceso de evolución. De todo lo cual confirmo que el gusto –ya lo sabíamos– es una cuestión muuuy personal.

Sobre la obra maestra que es La flor del mal y la temática chabroliana ya me he referido en CINEISMO. Justamente en esa nota mencioné el carácter de comedia humana que constituye la obra de Chabrol, evocadora de la de Balzac, otro francés genial que se dedicó a diseccionar a su pueblo. La distribuidora ha decidido estrenar el Charbol anual, L’Ivresse Du Pouvoir (La borrachera –o la embriaguez– del poder), como La comedia del poder, entendiendo por comedia la puesta en escena, la teatralidad, el fingimiento que implican las maniobras del poder. Aunque también el humor tiene aquí una presencia importante.

Esta vez, Chabrol se traslada a Paris, porque ha querido realizar una película muy à la page sobre la corrupción en las altas esferas: los íntimos lazos que vinculan a funcionarios, empresas y Justicia. Sólo faltaría la prensa para sentir que estamos en la Argentina. La historia se inspira en un sonado caso de corrupción en que estaba envuelta la megaempresa petrolera estatal Elf, pero el director elige la ambigüedad, y nunca sabemos a qué se dedican esos personajes lábiles, evasivos, que han caído bajo la lupa de una jueza implacable, obsesiva y principista, decidida a “sacar a los culpables de sus cuevas” como repite durante la indagación. El film es un largo registro de la investigación y sucesivas audiencias de la jueza con sus investigados, funcionarios y empresarios que ven como la cosa más normal los sobres con comisiones, los dispendios sin boletas, los lujos pagados como gastos de representación. “Es lo normal” no cesan de repetir, y les asombra que alguien persevere en demostrar lo contrario. Pero la jueza siente que la verdad le es esquiva, que los detalles no le permiten acceder al gran meollo de la corrupción. Chabrol no parece estar tan interesado en llegar al final sino en mostrar la importancia del proceso, la siniestra e inasible urdimbre del poder. Del mismo modo la cámara se detiene en un primer plano de objetos –un guante rojo, una escalera, un bolso, unos anteojos– acaso imprecisos portadores de información. Detrás de los personajes con rostro y apellido, se ocultan los verdaderos poderosos –senadores, banqueros– que mueven los hilos de las marionetas y se encargarán de que la arrolladora jueza se estrelle contra alguna pared. Una galería de personajes secundarios gruesos, caricaturas de funcionarios recién llegados al poder, con sus ropas llamativas y de mal gusto, sus gruesos cigarros y el champán evocan a los funcionarios del menemismo, y contrastan con las juezas, dos mujeres, sobrias y elegantes, que comen yogur. (Sí, el film también tiene su ribete feminista.) Paralelamente, así como la actuación pública de la jueza asciende en importancia y notoriedad tratando de develar la verdad, su vida privada y conyugal desciende en una espiral conflictiva que ella pretende ignorar.

En 1978, el prolífico Chabrol y Odile Barski –coguionista de este film– habían colaborado en la realización de una serie de episodios para la televisión, llamada Madame Le Juge (La señora jueza), con Simone Signoret interpretando un personaje que prefiguraba la actual Charmant-Killman (gracias Jorge García por el dato preciso). En esta ocasión, y como ya es habitual, Chabrol se rodea de sus hijos para realizar el film, entre los que destaca la actuación de Thomas Chabrol como el sobrino de la jueza, la única persona con quien ella parece relajarse. Una vez más, Chabrol nos da un film como si, al parecer, nada le costara realizarlo. Con todo, no está a la altura de lo mejor de su filmografía: en esta ocasión se vuelve un tanto reiterativo, repetido en sus entrevistas, contrapesadas por su humor ácido y por la formidable actuación de Isabelle Huppert, que en esta enésima colaboración con Chabrol vuelve a darnos otra performance de un personaje “liso como un mármol”. Inspirada en la poderosa jueza real Eva Joly, cuyo nombre tiene que ver con la belleza, aquí ella se llama Charmant Killman, obvia caracterización de quien mata hombres encantadoramente y camina como pateando cabezas.

Josefina Sartora      

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