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DESCUBRIENDO A FORRESTER
(Finding Forrester)

Estados Unidos, 2001


Dirigida por Gus Van Sant, con Sean Connery, Rob Brown, F. Murray Abraham, Anna Paquin, Busta Rhymes, Michael Nouri.



Cuando menos, hay una trilogía de Nicholas Ray dedicada a los problemas de identidad en la juventud de las sociedades desarrolladas del siglo XX, la formada por They Live By Night, Knock On Any door y Rebel Without A Cause. Todos estos títulos abordan a partir de diferentes géneros la dicotomía aceptación-rechazo que surge en todo joven con respecto a su herencia moral y cultural. Y conducen un mensaje inequívocamente progresista, que apunta a los conceptos educativos de la sociedad actual (más allá de lo que se enseña en las escuelas) como principales causantes de los desvíos y padecimientos relatados en las tres películas. Con el pulso visual apasionado del director que utiliza el recurso del fatum de la tragedia clásica, Ray muestra las consecuencias nefastas de unos procedimientos tan aceptados como erróneos. Descubriendo a Forrester parte también de esa dualidad que subyace en la mente de todo joven, plasmada aquí en un protagonista obstinado en ocultar su brillantez académica para no resultar molesto a su círculo de amistades, centradas en la superficialidad que, sin mayor rigor, se atribuye masivamente a la juventud de nuestros días.

Good Will Hunting supuso un salto en la aceptación popular del cine del otrora director independiente Gus Van Sant. Debe ser una película de la que Van Sant guarda muy buen recuerdo, puesto que no ha podido resistir la tentación de homenajearla con el trabajo que nos ocupa ahora, coprotagonizado y coproducido por Sean Connery, y cuya campaña promocional tampoco ha querido obviar las conexiones existentes entre estos dos títulos gemelos.

Descubriendo a Forrester arranca con la enunciación de una crítica a la dictadura de la mediocridad reinante en sociedades masificadas (por el papel anulador que se impone desde los medios a los individuos), también llamadas desarrolladas. El protagonista, un brillante jugador de baloncesto y estudiante afroamericano llamado Jamal (Rob Brown), intenta hacer pasar inadvertida su inteligencia por encima de la media. Sus amigos lo creen un igual porque hace lo mismo que ellos. Sin embargo, la diferencia entre su forma de actuar y su forma de ser le provoca un conflicto que encuentra su válvula de escape cuando entra en contacto con William Forrester (Sean Connery), una suerte de escritor anacoreta que apenas si abandona su apartamento en el Bronx, y que ganó el premio Pulitzer por su primera y única novela en la década de los cincuenta.

La relación unidireccional educador-educado que vertebraba en gran medida a Good Will Hunting aquí resulta complementada con una línea de respuesta entre Jamal y Forrester: el alumno pretende redimir de sus traumas al profesor a la vez que se sirve de sus enseñanzas para adquirir un status cultural superior. La creación de cotos culturales o ghettos en los que tienen cabida desde la reflexión a la pedantería redomada (el protagonista recitando la historia de la BMW) no aparece en todas, pero sí en demasiadas partes de la película como la solución a todos los problemas. Una solución indudablemente elitista, desde luego muy lejos de los postulados progresistas de la mencionada trilogía de Ray y mucho más cerca del amargo pozo que dejó Good Will Hunting.

También juega en contra la intención moralizante de la que sólo escapa el arranque del drama, y que acaba estropeando la "trama de reeducación" del profesor que se suponía el punto fuerte de la historia. La confesión del gran problema que ha mantenido a Forrester encerrado en su apartamento en el ghetto (el Bronx) resulta de una incoherente endeblez. Un personaje revestido con la imagen de un J.D. Salinger, de una complejidad intuida pero rara vez evidenciada, resulta aplastado por un complejo de culpabilidad... enunciado a la ligera durante una secuencia-espectáculo en el estadio de un equipo de béisbol neoyorquino.

Por el camino también van quedando las demás piezas del puzzle: los prejuicios sociales que surgen a partir de los raciales –y no a la inversa, como creen muchos racistas– pasan a formar parte del fondo cuanto gana el centro una subtrama baloncestística de consabida canasta en el último segundo, fastidia el excesivo énfasis con que se infla el clímax, en fin. ¿Es esto la superación de los principios que deberían orientar la educación? Yo me quedo con los que propugnaba Ray.

Rubén Corral     


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