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DESTINOS CRUZADOS
(Random Hearts)

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Sydney Pollack, con Harrison Ford, Kristin Scott Thomas, Charles Dutton, Bonnie Hunt, Dennis Haysbert, Richard Jenkins.



Si hubiera que definir a Destinos cruzados con una sola palabra, habría que elegir "disparate". El núcleo dramático es tan absurdo e inconsistente que surge la idea de que los asesores de marketing de Sydney Pollack se tomaron un frasco... o lo hizo el director y, después, los despidió.

Vean:

Un policía bastante amargo (Harrison Ford) y una honorable y atractiva diputada (Kristin Scott Thomas) acaban de sufrir la pérdida de sus seres amados, fallecidos en un accidente aeronáutico... mientras se fugaban juntos metiéndoles los cuernos a ellos. El cielo caiga sobre mi cabeza si hay comunión más tirada de los pelos que la de estos pobres diablos a los que Pollack endilga una trascendente ligazón existencial. Digo: el hecho de que los respectivos infieles se hayan conocido y gustado aparece como un dato fatuo, de puro azar, jamás desarrollado ni explorado por el film. Y el hecho de que Kay y Dutch sean cornudos... ¡bueno! ¿Nadie le sugirió a Pollack que no hay una sino mil formas de serlo? Pero esto recién empieza.

Dutch es un tipo amargo (¿lo dije?) pero también muy energúmeno. Siendo policía, y a partir de los mismos datos, tarda bastante más que cualquier mortal en confirmar ciertas hipótesis elementales. ¿Cómo explicar la sensación de esos largos primeros minutos de Destinos cruzados? En un punto está muy claro quién es quién y qué es lo que pasó... ¡pero hay que esperar a que el protagonista y la historia acusen recibo! Es como esperar el colectivo en invierno a medianoche: desagrada e impacienta.

El motor de la trama es la obcecación de Dutch. (Se trata de un film bien machista –¡si los hay!– ya que Scott Thomas está como amoldándose permanentemente a los ritmos que impone Ford.) Dutch quiere saber por qué su mujer le metió los cuernos. Cuando llega a Kay, ella, tras amagar un rechazo como el que cualquiera hubiese esperado de una encumbrada parlamentaria como ésta (para más datos, enfrascada en una campaña electoral), pega un brusco viraje para asociarse con el sargento. Kay y Dutch compartirán esa suerte de perenigraje tras el misterio de la infidelidad. Ahora bien: Destinos cruzados no pregunta ni dice nada acerca de la infidelidad. Ni parece importarle... porque más temprano que tarde los héroes se besan y Pollack juega las pocas fichas que le quedan en favor del romance.

¿Qué más? Una subtrama policial muy devaluada, que procura imponer al sargento como un noble-policía-con-problemas (¿se acuerdan del vigilante al que parodiaba Hammer? Bueno, así). Y una subtrama de bambalinas políticas destinada a consagrar a la diputada como antes-que-nada-un-ser-humano-cabal. La relación amorosa insume largas secuencias, la mitad de ellas tan inverosímiles, tan ridículas, que el solo hecho de que Ford y Scott Thomas hayan podido rodarlas sin tentarse de risa habla maravillas de su calidad actoral.

Guillermo Ravaschino