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EL DIA DESPUES DE MAÑANA
(The Day After Tomorrow)

Estados Unidos, 2004


Dirigida por Roland Emmerich, con Dennis Quaid, Jake Gyllenhaal, Emmy Rossum, Dash Mihok, Jay Sanders, Sela Ward, Austin Nichols, Arjay Smith.



Roland Emmerich es un director con apetito por la destrucción. Lo demostró en Día de la Independencia (1996), donde con la excusa de una invasión alienígena arrasó unas cuantas ciudades y hasta se sacó las ganas de reventar en mil pedazos la Casa Blanca. Después, en Godzilla (1998), se puso en la piel verde del iracundo reptil gigante y, como elefante en un bazar, rompió todo lo que encontraba en su camino de paseo por Nueva York.

Con El día después de mañana, Emmerich volvió a satisfacer ese apetito. Y así llega, via estreno mundial y campaña publicitaria masiva, este nuevo tanque hollywoodense sobre un apocalipsis ahora resultado de los cambios climáticos provocados por la mano del hombre. Tormentas, huracanes y tifones marcan el comienzo de una nueva era glacial. “¡Ñam, ñam!”, se relame Emmerich, que manda cuatro ciclones simultáneos para destruir Los Angeles (y arrancar de cuajo el emblemático cartel de Hollywood), mientras en la costa oeste la Gran Manzana se inunda y queda semisepultada en la nieve.

Cualquiera podría pensar que se trata de un ejercicio de cine catástrofe bastante convencional. Y de hecho lo es, pero en ésta época en la que el mejor cine catástrofe se puede ver en vivo y en directo por televisión, había que repensar un poquito el género. Quizá por eso el discurso cambió. En Día de la Independencia, la consigna era “el fuego se combate con fuego”, y Emmerich ponía al presidente de los Estados Unidos a pilotear un cazabombardero y comandar la resistencia humana.

Aquí no hay un enemigo visible. Son las ingobernables fuerzas de la naturaleza las que descargan su furia contra “la civilización”. Tampoco se arma de la noche a la mañana un equipo de superhombres al estilo Armageddon que arriesgue la vida para salvar a toda la humanidad del cataclismo. No hay marcha atrás. No hay solución. La única salida es emigrar al sur, lo que produce uno de los chistes más comentados y festejados de la película.

Aparte de eso, poco más puede decirse en favor de El día después de mañana. Porque Emmerich no es Danny Boyle (que en la primera mitad de Exterminio pintó con crudeza la realidad postcivilización), y no tiene tiempo ni le interesa mostrar, aunque sea mínimamente, cómo es sobrevivir encerrado en una biblioteca sin comida y muriéndose de frío cuando el mundo tal como lo conocemos dejó de existir. Eso daría una película oscura y, no olvidemos, esto es un entretenimiento. Por eso hay que soltar unos lobos del zoológico del Central Park para generar una posterior escena de tensión, o armar una cruzada inaudita en nombre del drama familiar de la subtrama, todo para unir a un padre con un hijo y tener, por lo menos, un pequeño final feliz.

No conviene ponerse a hilar muy fino con esta película. Es mejor dejar que la tormenta arrastre los agujeros argumentales. En caso de aburrimiento, un buen consejo es parar la oreja para pescar el gol argentino en una transmisión de radio, o encontrar a Diego Forlán en un partido del Manchester United que se ve por televisión en una escena.

Esta bien, ¿pero por lo menos los efectos están buenos? Y... son una mezcla de los huracanes de Twister con las olas de La tormenta perfecta. En definitiva, nada nuevo. Es una pena como no se explotó más esa Nueva York congelada, como hizo Boyle –sin efectos– con una Londres desierta.

Emmerich se sacó las ganas de romper un poco más. El consuelo es que podría haber sido peor todavía.

Pablo Izmirlian      

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