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EL ESTUDIANTE

Argentina, 2011


Dirigida por Santiago Mitre, con Esteban Lamothe, Romina Paula, Ricardo Félix, Valeria Correa, Germán de Silva, Héctor Díaz.



Santiago Mitre se mete en la política y mete a la política de prepo en el cine nacional contemporáneo. Con semejante apellido la apuesta no sorprende y, lamentablemente, tampoco la postura asumida. Roque (Esteban Lamothe) es un joven del interior bonaerense (dato no menor porque los chacareros que pueblan esas tierras se hicieron escuchar hace un tiempo no tan lejano) que viene a la Capital a estudiar en la Facultad y tras varios intentos probando distintas carreras se anota en Sociales. Sus escarceos amorosos con una compañera le facilitan una mudanza de la habitación compartida en la pensión a un cuarto en una casa del Gran Buenos Aires y lo relacionan con una familia con inquietudes políticas de izquierda. Así se acerca a cierta militancia estudiantil. Conocer a una docente (Romina Paula) en una asamblea le permitirá entrar de lleno y vertiginosamente (lo increíble de semejante ascenso es una licencia poética del guión) en una carrera fulgurante con segundo lugar en las elecciones para la agrupación de la que forma parte y en la que colaboró activamente y posterior posicionamiento como mano derecha del candidato en las sombras para la elección de Rector.

El estudiante es una película viva, sus personajes laten y sienten (mérito también de las muy buenas actuaciones) y así se muestran y se cuentan y no sólo en el plano político sino en los intersticios donde la vida privada se desarrolla y se despliega con los ímpetus juveniles, filmada con pulso y narrada con fluidez.

El problema es el mundo de lo político que se construye. Que si pretende funcionar como mímesis del “real”, sin dejar de ser bastante cercano al verdadero (hay un trabajo de investigación detrás), no lllega a despegar del lugar común que sostiene que la Universidad es el semillero de la política nacional con lo bueno y, sobre todo, con lo malo que ello implica. Y si pretende construir un verosímil hay decisiones que hacen ruido. La más fuerte es la ausencia de la voz del peronismo, como si se siguiesen sosteniendo ideas de tiempos idos donde se nominaba a Perón como “el tirano prófugo” o, directamente, se prohibía nombrar todo lo que tuviera que ver con el peronismo. Dos escenas son suficientes para ejemplificar lo dicho: la famosa marchita entonada por el profesor de izquierdas y un trabajador del campo "que fue peronista sólo por tres horas”, entre copas de buen vino en un restaurante burgués; y el discurso de Perón echando a los montoneros de la Plaza en una imitación poco feliz (que más parece un De la Rúa tinellizado), realizada por un estudiante en un camping de formación. Las demás construcciones de los grupos políticos en disputa (las distintas izquierdas, los independientes, el socialismo, el radicalismo) se valen de los estereotipos pero no por ello dejan de mostrar una carnadura y cierta profundidad.

La voz en off explicativa es un desacierto (pero también es marca de fábrica) y puede explicarse como poca confianza en las imágenes, o en el espectador.

Vale la pena apuntar que el antagonista de la película, donde finalmente caen todos los males, se apellida Viñas, dato no menor si consideramos que en Filo (la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) es recordada la disputa ideológica, que trascendió las fronteras de esa casa de estudios y hasta llegó a los medios televisivos, entre David Viñas (creador de "Contorno" –una revista que se preocupó por pensar el peronismo entre otras cosas– y quién fundó una crítica que cruzó lo político y lo social con lo literario, y que además fue padre de dos hijos que fueron desaparecidos) y Beatriz Sarlo, crítica cultural de la posmodernidad, pareja de Rafael Filipelli, uno de los maestros de esta generación de la FUC.

¿Qué significa la política para El estudiante? La película plantea que no es más que traiciones, chanchuyos, conexiones familiares y de amistad y la posibilidad de coger minas. Visión pesimista, idiota en su machismo y falocentrismo, sin dudas. Y peligrosa en su superficialidad que deja ese campo en manos de los que sostienen que la política es mala o, lo que es casi lo mismo, en la inocentada naif y casi infantil de quien se cree que con un “no” de uno solo se detienen siglos de sometimiento. Ingenuidad que se había anticipado en el relato en off sobre Lisandro de la Torre, ese político que configura la imagen de la pureza contra la corrupción sólo para quien se deja obnubilar por los gestos altisonantes. La caracterización que hizo de Yrigoyen para abandonar el radicalismo, la alianza con los mitristas, la fundación del Partido Demócrata Progresista demuestran claramente su ideología. Y por ende su ensalzamiento por parte del film manifiesta una falta de conocimiento, una parcial lectura histórica o una clara toma de posición política.

La factoría de Mariano Llinás y la FUC, en alianza, sigue produciendo películas que, aprovechando la vidriera que significa el espacio del que se adueñaron en Bafici, suman premios y poca repercusión por fuera de ese ámbito. Productos que, hay que reconocer, por lo menos permiten observar dónde se posa cierta mirada generacional y reflexionar al respecto.

Javier Luzi      


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