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HARRY POTTER Y EL CALIZ DE FUEGO
(Harry Potter And The Goblet Of Fire)

Inglaterra-Estados Unidos, 2005



Dirigida por Mike Newell, con Eric Sykes, Timothy Spall, David Tennant, Daniel Radcliffe, Emma Watson, Rupert Grint, Mark Williams
.



Las dos primeras entregas cinematográficas de Harry Potter, La piedra filosofal y La cámara secreta, no habían aportado demasiado a este arte. Eran meras piezas de explotación de un fenómeno literario a escala global, y poco más. Las premisas eran adecuadas para realizar grandes películas de aventuras, pero el gran problema era, sobre todo, el director. Chris Columbus (Mi pobre angelito, Quédate conmigo, El hombre bicentenario) carecía de la imaginación necesaria para darle el suficiente vuelo a unos films que, en consecuencia, sólo ofrecieron algunas escenas humorísticas pasables, ciertas secuencias de acción de alto impacto y unas pocas actuaciones –Alan Rickman, por ejemplo, en el papel de Snape– por encima de la media. Pero más que nada, eran productos a los que les costaba escapar de un carácter calculado, robotrónico.

Pero con la dirección del mexicano Alfonso Cuarón en la tercera entrega, El prisionero de Azkabán, la saga tuvo un importante –y saludable– cambio de rumbo. El director de Y tu mamá también, La princesita y Grandes esperanzas se tomó las cosas bien en serio. Actuaciones mucho más espontáneas, tensiones varias entre los diversos personajes, una fluidez en el montaje llamativa y muchísimo más fantasía a la hora de describir el tiempo y el espacio fueron los rasgos sobresalientes.

La dirección de la cuarta parte, adaptación quizá del mejor libro de los seis escritos hasta el momento –serán siete en total–, fue asignada a Mike Newell, y esto inspiraba cierta desconfianza. Sucede que el realizador inglés no había demostrado ser más que un artesano con escasa sensibilidad infantil. Además, su última película, La sonrisa de Mona Lisa, desperdiciaba a un formidable seleccionado femenino –que incluía a Julia Roberts, Kirsten Dunst, Julia Stiles, Maggie Gyllenhall y Marcia Gay Harden– en una historia repleta de clisés.

Sin embargo, y por suerte, los peores pronósticos quedan olvidados. Desde el principio, Newell siguió el camino sugerido por Cuarón. Este último fue quien le aconsejó trasladar el cuarto libro (más de 600 páginas) a una sóla película, en vez de dos, como era el deseo original de los productores. Efectivamente, Harry Potter y el cáliz de fuego es una continuación estilística y narrativa de El prisionero de Azkabán, tan despegada como aquella de las dos primeras entregas.

Aquí se cuenta como Harry es forzado por las circunstancias a participar en El Torneo de los Tres Magos, una peligrosa competencia intercolegial. A medida que enfrenta tres pruebas, una más riesgosa que la otra, Harry y sus amigos Ron y Hermione deberán lidiar con otras cuestiones. Celos, envidia, amor, deseos implícitos se entrecruzarán en forma permanente, consolidando al film como un relato plenamente adolescente, donde ciertos sentimientos y percepciones son todavía difíciles de explicar (y explicitarse) para los protagonistas.

El cáliz de fuego constituye todo un tejido de tramas de iniciación y finalización, en todo sentido. Es la introducción a la etapa adolescente pero también del fin de la inocencia, con la llegada del Mal en persona, encarnado en la figura de Lord Voldemort. Los chicos ya no son chicos y la Muerte como antagonista se combina con el pulso por la Vida. Y cada noción se ritualiza: la Vida en un baile donde todas las hormonas se juntan, a punto de estallar, y la Muerte, como necesidad para la resucitación.

El cuarto capítulo cinematográfico de la saga también se conecta con el tercero a través de diferentes aspectos estéticos: desde el vestuario, que busca un claro look informal, hasta el diseño de los escenarios, que procura escarbar más allá de lo propuesto por el libro, pasando por la música de Patrick Doyle (habitual colaborador de Cuarón), más impactante y menos ceremoniosa que la de John Williams, responsable de la banda sonora en las tres películas anteriores. El guión deja de lado lo superfluo, tomando en cuenta lo fundamental del libro, brindándole al corpus fílmico una mayor apelación a la aventura.

¿Qué es entonces lo que se puede pedir a las continuaciones por venir de Harry Potter? Mayor oscuridad, una afirmación más rotunda de que la lucha en que se ven envueltos los personajes principales es a muerte y de que cada elección tiene cruciales consecuencias a futuro. El prisionero de Azkabán y El cáliz de fuego han ayudado a establecer la conciencia de la responsabilidad que implica transponer una obra literaria adorada por un público subestimado como es el de los chicos. Falta consolidar y profundizar ese conocimiento, pero también ejercer el deber de cuestionar a las novelas, y no sólo para adaptarlas como corresponde sino –¿y por qué no?– para intentar mejorarlas en el cine.

Rodrigo Seijas      

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