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HEROE
(Ying Xiong)

China, 2002


Dirigida por Zhang Yimou, con Jet Li, Tony Leung, Maggie Cheung, Ziyi Zhang, Daoming Chen, Donnie Yen.



Las imponentes producciones, los virtuosismos digitales y los grandes-combos-de-megaestrellas han dejado de ser patrimonio exclusivo de las películas provenientes del norte californiano. Antecedida por el estreno en 2001 de la multipremiada El tigre y el dragón, Héroe aterriza en las salas de Buenos Aires con vuelteretas, levitaciones y patadas para el empalago y con un despliegue visual que te-pasa-por-arriba.

Debut en el cine de artes marciales del festivalero Yimou Zhang (un oso de oro, dos leones de oro, una cantidad de galardones en Cannes y Cía.), Héroe presenta con cuestionable ideología la conformación del primer imperio chino allá por el siglo III a.C., cuando la tierra de Mao estaba dividida en siete reinos que se peleaban (y mucho) entre sí. Lo hace a través de una narración principalmente delegada en un anónimo asesino (Jet Li, el héroe en cuestión) que llega al palacio del rey de Qin (uno de los reinos combatientes) jactándose de haber asesinado a sus tres más temibles conspiradores (Donnie Yen y los impecables Tony Leung y Maggie Cheung). Sus respectivas armas introducen la tríada de flashbacks que hará de esqueleto del film: se trata de diferentes versiones (contradictorias ellas) de las aventuras de Jet Li.

Si esto nos remite necesariamente a las andanzas de Toshiro Mifune en Rashomon (1950, Akira Kurosawa), es quizás útil ver a la luz de esta película la estructura narrativa del film de Zhang: Rashomon utiliza los diferentes relatos de un mismo hecho introduciéndolos desde diversas subjetividades que inevitablemente dan su verdad de los hechos; éstas versiones se inscriben en un cuestionamiento acerca de las verdades unívocas, en una no-clausura que superpone visiones sin optar por ninguna (sin poder hacerlo). Es en esta no-clausura que se funda el interés de cada uno de los relatos, de la utilización del recurso y del film como un todo formal-temático.

En Héroe el recurso se utiliza en sentido contrario: los tres relatos no oponen subjetividades y versiones que se afirman como ciertas para revelarse contradictorias en su convivencia. Sinnombre (Jet Li) se presenta como el portador de la verdad, y las sucesivas narraciones (dos a su cargo, otra a cargo del rey y una cuarta a cargo de Tony Leung) evolucionan –cosa que nunca sucede en Rashomon– hacia esta verdad unívoca, que se completa progresivamente: se trata de relatos que se suman y restan hacia una objetividad y que coquetean con ella en todo momento. Si en los relatos de Kurosawa el enunciador se hace presente en su visión de los hechos –afirmando así el carácter sesgado de la misma–, en los de Yimou Zhang el narrador desaparece y la narración siempre construye una pretendida objetividad: Sinnombre, Espada Rota (Tony Leung) y el rey de Qin (Daoming Chen) se pierden en sus relatos, que podrían intercambiarse. (No se intenta afirmar con esto que aquellos relatos en los que la subjetividad se hace presente son intrínsecamente más interesantes que aquellos que buscan borrarla, pero en los tiempos cinematográficos que corren siempre es más emocionante –y refrescante– un relato en el que respira un personaje que aquel basado en la sorpresa de una única verdad esquiva revelada-a-último-momento: el paralelo que establece Horacio Bernades –en "Página/12"– entre el Sinnombre de Héroe y el Verbal Kimt de Los sospechosos de siempre es sugestivo en este respecto.)

Aclarando el asunto: para quien escribe, el uso que hace Rashomon de los raccontos divergentes sobre un mismo hecho es conceptual y cinematográficamente más interesante que el uso que le da al mismo recurso Yimou Zhang en Héroe. Pero no se trata aquí de una valoración comparativa ni de empequeñecer la película a la luz (o a la sombra) de la de Kurosawa. La historia que se cuenta en Héroe no da lugar (ni tiene por qué darlo) a la propuesta temática-formal de Rashomon: aquí no hay muchos testigos o protagonistas sino un protagonista que hila su (la) verdad con su discurso; también en este caso hay una propuesta en la que lo formal se funde con el plano del contenido: el matiz aditivo-sustractivo que le da Zhang al uso de los flashbacks no se limita a un elemento estructural o a una elección narrativa; la postura del film ante la construcción de un discurso y su legitimación e imposición se refleja en (y es coherente con) el desenlace temático de la película y tiene claras proyecciones ideológicas. Los relatos, ya se dijo, se acumulan; no lo hacen aleatoriamente: la primera de las narraciones nos presenta a los asesinatos llevados a cabo por Sinnombre fetichizados; el espadachín niega la carga ideológica de sus actos alegando una especie de obediencia debida al rey. A este flashback le sucede –en el mismo registro objetivo– el que va a relatar el líder Qin; en este caso los actos del personaje de Jet Li se tiñen de una hipótesis conspirativa, se llenan de una ideología revolucionaria que cancelará la versión anterior. Finalmente el protagonista nos revela –e impone– la verdad: la conspiración es puesta en duda por un ideal superior; el nacionalismo de Espada Rota –uno de los (ex) conspiradores– cambia las cosas y suspende el desenlace. Se trata nuevamente de una obediencia debida, pero llena ahora de ideología: el sacrificio del héroe (y de muchos otros) en beneficio del unicato imperial.

Oponiéndose a Rashomon, Héroe se maneja con la univocidad de la verdad: no es incoherente, todo panfleto político debe esgrimir una verdad y basarse radicalmente en la conclusividad y clausura de la misma. Y el discurso que se impone en los sucesivos relatos es justamente el discurso de la autoridad, del autoritarismo, de la homogeneización de lenguajes y pensamientos en aras de un nacionalismo pedante y asesino.

Parando el balón: ¿opacó esta poco feliz ideología los noventilargos minutos de estilizadísimas batallas aéreas y colores-por-doquier? Héroe, de la mano de la implacable fotografía del amigo Christopher Doyle (que ya nos pasó el trapo con las pelis de Wong Kar-Wai), despliega un festival cromático en cada uno de los mencionados flashbacks. La dupla Zhang-Doyle elige primero el rojo, después el azul y –pasando por el verde– finalmente el blanco para componerlos en cada relato con el ocre de los monstruosos paisajes desérticos. A esta estética preciosista que redobla en todo momento su apuesta y parece no parar nunca se suman escenas-de-combate-cuerpo-a-cuerpo que dejan bien chiquitas a las de El tigre y el dragón. Si Héroe no emociona por su narrativa ni a través de sus bidimensionales protagonistas, lo hace (como pocas) con la fuerza cinematográfica de estas peleas: a un montaje a toda máquina y encuadres que pasan de la armonía oriental al mejor desparpajo de superacción, Yimou Zhang le suma un tratamiento digital que conmueve. Espada Rota y Sinnombre a los saltos por el verde de un lago edénico, una Maggie Cheung naranja dando vueltas entre cantidad de (muchísimas) flechas que la acosan, Sinnombre atravesando cuantiosas gotitas o jugando al ping-pong con una sola, duelos rojos entre el amarillo saturado de hojas voladoras que al-final-también-se-ponen-rojas-y-no-lo-podés-creer: Héroe proyecta, sin lugar a dudas, las imágenes más despampanantes de los últimos tiempos. Entonces: ¿se ve esta felicidad opacada por el discurso videliano del film? No, definitivamente. Pero ojo al piojo: la discusión en torno del choque entre la belleza formal y los contenidos dudosos requiere otra extensión y no nos vamos a poner a desarrollarla ahora; el nombre de Leni Riefenstahl (como insinúa el crítico de "Village Voice") señala otro punto de partida.

En épocas en que los grandes tanques norteamericanos acaparan taquillas y territorios en las más diversas regiones del planeta, aparece un tanque asiático (de los cinematográficos, claro) que utiliza las mismas armas que aquellos. Y sí, Mao nos dejó hace rato y hoy en día es globalízate o muere: Héroe necesita la maquinaria de Hollywood para llegar a la punta de la taquilla norteamericana y de las megaescenas digitales para convertirse en la más taquillera –y costosa– película en la historia china (aunque hay que ver si le gana a Titanic); de hecho utiliza a muchos de los hombres que digitalizaron, entre otras, a El día después de mañana, la saga de Matrix y las mismísimas Star Wars. Yendo al punto: mucha mucha gente vio Héroe y eso –con los gobiernos que corren– no es de lo más auspicioso. No se trata de oponerse a este estado-de-las-cosas desde un dogmatismo globalifóbico, bienvenidos sean los tanques asiáticos; el problema está en que se utilizan las masivas armas de los grandes estudios para traernos más de una ideología patotera que ya cansa. Héroe –como Bush-Bin Laden, como Videla– cree en una sola verdad, caigan quienes (y cuantos) caigan. Claro que ellos nunca lograron ponernos coloridamente felices.

Tomás Binder      

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