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EL HOMBRE SOLITARIO
(Solitary Man)

Estados Unidos, 2009


Dirigida por Brian Koppelman y David Levien, con Michael Douglas, Susan Sarandon, Danny DeVito, Mary-Louise Parker, Jenna Fischer, Imogen Poots, Jesse Eisenberg, Richard Schiff.



La crítica cinematográfica tiene sus desafíos. Más allá de la capacidad del crítico para transmitir sus observaciones con claridad y precisión, está la dificultad que genera la percepción y el análisis de un film en el contexto de su estreno. Estos desafíos van desde el poder descubrir una obra maestra incomprendida o adelantada a su tiempo (como hiciera Borges en su magnífica reseña de El ciudadano) hasta lo opuesto: detectar cuando un film ensalzado y multipremiado no merece tanta bulla. Pero también existe la dificultad de los films mediocres, discretos. Películas que, sin destacarse, tampoco poseen las debilidades y los vicios que parte del cine del momento lleva como insignias degradantes. Existe siempre el riesgo de defender excesivamente a un film por lo que no tiene de negativo, más allá de lo poco que tenga de positivo. Es el caso de El hombre solitario, que, más allá de una buena actuación de Michael Douglas, carece de cartas fuertes para poner sobre la mesa.

La historia de Ben Kalmen, un empresario inmaduro cuya negación de la vejez y sus consecuencias lo va llevando progresivamente a la corrupción moral y a la soledad, le cae como anillo al dedo al actor para desplegar uno de esos personajes que sabe desarrollar a la perfección. Hombres testarudos, rígidos en sus convicciones, que deben tarde o temprano superar el ridículo de sus posturas. Duros de domar que se ven envueltos en la encrucijada de cambiar o perecer. Esto le sucede al protagonista de El hombre solitario, y sus dificultades no hacen más que meterlo en problemas una y otra vez. Gracias a la actuación de Douglas –y tal vez también, a su persistente aparición en cada fotograma del largometraje–, la identificación con el personaje se sostiene con firmeza pese a todas sus actitudes cuestionables.

El problema del film es que la inmadurez de su puesta en escena es comparable a la del personaje. Con una duración de 90 minutos, un elenco con varios actores ya clásicos (Susan Sarandon, Danny DeVito), un guión sin sorpresas forzadas y una narración desprovista de fuegos artificiales, sería fácil confundir a Un hombre solitario con un exponente del clasicismo. Pero –por suerte– clasicismo es algo más que austeridad y nostalgia. Las variantes estéticas del cine clásico eran muchísimo más abundantes que las que exhiben Brian Koppelman y David Levien. No hay ninguna escena, a excepción de la última, en la que ambos codirectores hagan algo más que seguir al personaje para filmar sus diálogos y acciones con la capacidad de decisión de un piloto automático. Falta la densidad simbólica que caracteriza a las narraciones clásicas (y la última escena, por contraste y por significación, termina causando casi un efecto de modernidad).

Gracias a su elenco y a su "perfil bajo", El hombre solitario tiende a caer simpática, pero estéticamente –artísticamente– no ofrece demasiado. Y hasta como entretenimiento puede llegar a ser una experiencia que se agota antes de tiempo. Al no poder resignificar las imágenes con algo más que el desarrollo superficial de la trama, al no dotarlas de fuerza dramática y contenido simbólico, las acciones del personaje se vuelven reiterativas y la resolución –si cabe llamarla así– se demora demasiado. Más aun: este largo film de 90 minutos podría describirse como "una serie de conversaciones con Michael Douglas", ya que la apelación a los diálogos para hacer avanzar a la narración estructura la película más que ninguna otra herramienta cinematográfica. La mentada "invisibilidad" de los directores clásicos jamás debería confundirse con semejante incapacidad narrativa. Lamentablemente, este film no es tan modesto en sus intenciones como lo es en su calidad.

Ramiro Villani      


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