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LA ISLA
(The Island)

Estados Unidos, 2005


Dirigida por Michael Bay, con Ewan McGregor, Scarlett Johansson, Djimon Hounsou, Sean Bean, Steve Buscemi, Michael Clarke Duncan
, Noa Tishby.



En la excelente Team America: policía mundial, de los incorregibles Trey Parker y Matt Stone (creadores de esa delicia que es South Park, tanto en teleserie como en película), suena una canción horrible, de esas bien ochentosas, que en una parte de su letra se pregunta: "¿por qué Michael Bay sigue filmando?". Tal vez la única respuesta posible sea que dentro de un sistema que mide los logros por el rendimiento económico, sus productos dan en el blanco con una fórmula bien clara: actores conocidos tanto en los protagónicos como en los secundarios, ideas a priori interesantes y una puesta en escena que no escatima recursos a la hora de ejecutar secuencias de acción. Por otra parte su estilo visual –brioso, inquieto– es bien reconocible, y se podría llegar a certificar que se trata de uno de los pocos directores que se han dedicado de lleno al cine de acción en los últimos años. Sin embargo la pregunta sigue sin respuesta porque apunta a otro lado: si los resultados cinematográficos en casi todos los casos han sido catastróficos (recordar Armageddon, Pearl Harbor y Bad Boys 2), y La isla no constituye la excepción, entonces: ¿por qué sigue filmando?

Primero hay que reconocer que esta vez, por algo más de media hora, Bay consigue engañarnos un poco –un poquito nada más–. Si hasta parecía que quería contarnos algo en serio. La película sigue a Lincoln Six Echo (Ewan McGregor) a través de los pasadizos de una comunidad ultra aséptica que permanece recluida en un edificio futurista a salvo de la contaminación ambiental externa. Se supone que algo terrible sucedió, y los pocos sobrevivientes se encuentran conviviendo bajo estrictas normas de conducta: por ejemplo, no puede haber un contacto excesivo entre hombres y mujeres. Algo tensiona el clima de esa sociedad, y es el sorteo que les permite viajar a La isla, un lugar que se promete paradisíaco y al que todos anhelan llegar. Pero el curioso Lincoln necesita conocer, entender, comprender qué es lo que pasa. Y el camino de la duda lo conducirá hacia una horrible verdad que tiene en humanos clonados su secreto mejor guardado, arrastrando con él a Jordan Two Delta (Scarlett Johansson). Y no revelaremos nada más.

Como decíamos, estos tramos son sin dudas los más inquietantes de La isla, claro que dentro de resultados discretos. Nada más alcanza con que Bay no mueva tanto la cámara, nos brinde información en cuentagotas y siga a su personaje para crear un leve clima de misterio. El punto de vista del chusma metido en líos funciona un rato, ayudado por un McGregor exacto y siempre con timing para corresponder el nervio del personaje con los deseos del espectador. Por cierto que si uno presta un poco de atención notará diversas similitudes narrativas con The Truman Show, Blade Runner, y resoluciones visuales que evocan Coma o Minority Report, y es ahí cuando el film empieza a trastabillar. Todo se vio antes... y mejor, y es poco lo que aquí se agrega al terreno de la ciencia ficción paranoica.

Pero en La isla todo se termina por desbarrancar cuando los diversos velos de la trama ceden, y nos queda el simple juego del gato y el ratón resuelto a lo Michael Bay. Ahí es cuando el director saca a relucir toda su artillería (pesada) y nos marea con sus escenas de acción supuestamente intensas, en donde se limita a utilizar planos que no duran más de un segundo y a mover la cámara como si fuera epiléptico. El artífice de Armageddon es de esos que suponen que el ritmo está dado por la cantidad de cortes y no por lo que ocurra dentro del cuadro: de más está decir que sin una historia que atrape y sin personajes que se supongan humanos no existe nervio ni preocupación por lo que suceda en la pantalla, y todo se reduce a un tedio general. La incapacidad para generar personajes creíbles es, sí, increíble.

Si hay algo para rescatar de este film es que el director se muestra mucho menos fascista que en anteriores oportunidades, tal vez porque este no es un producto de su otrora socio Jerry Bruckheimer. Aquí se anima a cuestionar un orden establecido, comenta que el negocio verdadero es organizar matanzas y hasta un personaje dice que el presidente de los Estados Unidos, que aparece en el televisor con un aspecto muy bushiano, es un verdadero "estúpido". Y aunque todo esto no alcanza, no deja de ser un avance para quien en Bad Boys 2 había inventado el cine "afro-facho".

Claro que ser "mucho menos fascista" no equivale a no serlo. Sólo que esta vez su visión reaccionaria de la vida está un poco más diluida. El núcleo argumental vendría a desarrollar el problema de intentar jugar a ser Dios (bueno es aclarar que Dios se cuela en varias líneas de diálogo de la película). Y pobre del que no crea en Dios. Es decir: se pueden cuestionar otro tipo de dominaciones, pero nunca la religiosa, puesto que equivale al sistema que hemos elegido como molde para nuestras fantasías cinéticas. El sexo en el mundo irreal que se nos traza está impedido; y en el otro, el verdadero, se prefiere no mostrarlo, con lo que se acaba siendo más casto y mucho menos vivo y provocador de lo que se suponía. A Dios rogando...

Pero por supuesto que el costado imperialista de Bay tarde o temprano aparece: por un lado porque el universo que plantea la película se reduce a los Estados Unidos de una manera explícita, y además por la forma que tiene de filmar las escenas de acción. Estas hacen recordar a las tropas estadounidenses avanzando: gran demostración de elementos mecánicos, armas a cuáles más grandes, vehículos estrambóticos. Un poderío que tira toda la carne al asador, apabulla y ensordece... sin generar emoción. Algo fofo y muerto. Encima la única secuencia lograda, la de la persecución en auto con los carretes metálicos destrozando todo a su paso, parece un calco de otra protagonizada por Will Smith y Martin Lawrence.

Y para que el mejunje termine de completarse, como en Pearl Harbor o Armageddon, hacen falta los momentos románticos y el personaje secundario gracioso. Lo primero se resuelve con un par de planos lindos, con los actores como en cámara lenta y una luz fuerte y brillosa, clisé grasa de publicidad de tarjeta de crédito si los hay; y lo segundo queda a cargo de Steve Buscemi y una serie de chistes malos. Ciertamente el personaje de Buscemi está entre lo peor de la película, puesto que el humor no encaja bajo ningún punto de vista en esta historia que trasunta seriedad ya a partir de su premisa paranoide desprovista de gracia.

Para el final, paradojas de La isla. Uno de los personajes intenta explicarles a McGregor y Johansson su verdadero destino, y les dice que en realidad ellos no son más que mercancías de sus propios dueños. Y en ese mismo momento el plano conjunto muestra a la pareja protagónica debajo del cartel de una conocida marca de cerveza (uno de los tantos chivos que aparecen). ¿Chiste involuntario? Por otra parte, en una película en la que se habla de clones, son muchas las ideas que se clonan de otros films. Michael Bay continúa preso de sus formas, y su ¿cine? se empequeñece cada vez más. Y eso que esta es de las mejores que hizo. Pero tranquilos, que el muchacho seguirá filmando. Y quién sabe: algún día quizá realice algo interesante.

Mauricio Faliero      

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