Viendo
Leones por corderos uno entiende por qué los republicanos siguen
teniendo el poder a pesar de sus burradas. Es que los demócratas son
aburridos. ¿Acaso no es más seductor el reptil discurso del senador Jasper
Irving (Tom Cruise) que el llanto lastimero de la periodista Janine Roth
(Meryl Streep)? Sé que esto que digo es una aberración. Pero en la
ambigüedad está el sabor. Y ambigüedad es algo que le falta a esta anémica
película de Robert Redford.
El film
es como el personaje de Streep: progre, traumado, culposo. Sí, Leones por
corderos no existiría de no haber existido el 9/11 y de no haber
asistido el pueblo norteamericano todo, dolido como estaba, a la locura
expansionista de George W. Bush. Es tiempo de asumir los errores propios,
dice Redford, y allí apunta bien cuando hace responsable a toda la sociedad
de lo ocurrido, sobre todo a la prensa. El problema es que para desarrollar
lo suyo se vale de dos largas charlas que son teatro filmado, de comentarios
demasiados explícitos, de una demagogia como hacía rato no se veía, y de una
serie de chantajes ideológicos que enturbian todas las críticas sobre
aquello que supuestamente se pretende cuestionar.
Leones por corderos
está articulada alrededor de tres cuerpos bien definidos: 1) la entrevista
que el mencionado senador republicano Irving concede en su despacho a la
también mentada periodista Roth, mientras está por lanzarse una nueva
avanzada militar en Afganistán; 2) la charla que un profesor universitario
(Redford) sostiene con su mejor estudiante (Andrew Garfield), quien parece
haber perdido la fe en el sistema y se envolvió con la bandera del cinismo;
3) las peripecias de dos soldados que quedan varados en Afganistán, quienes
encarnan el plan lanzado por Irving y protagonizan la historia que el
profesor le cuenta a su alumno.
Por el
lado narrativo la película es llamativamente torpe, y lo es más porque se
trata de un producto que se propone abrir mentes, desplegar una
realidad. ¿Pero a quién se puede seducir de esta manera? ¿O será una
perversa contradicción que termina siendo funcional al establishment
que se dice combatir? Lo cierto es que las conversaciones entre el senador y
la periodista y el profesor y su alumno están resueltos mediante agotadores
planos y contraplanos, sobre personajes que tienen muy poco movimiento
dentro del cuadro. No hay nada en la puesta en escena que interese; todo
está en los discursos (unos discursos que –más de una vez– se pasan de
listos).
La otra
historia, la bélica, se empecina en dejar a sus dos protagonistas (Michael
Peña y Derek Luke) malheridos, postrados, a la espera del rescate. Esto
habilita un chascarrillo: algunos recordarán que Michael Peña se pasó casi
toda Las torres gemelas paralizado bajo los fierros de aquellos
edificios. Si instaurasen un premio al mejor actor inmóvil, de seguro lo
gana.
Ironías
al margen, Leones por corderos se propone entonces como una película
discursiva. Por allí, pues, debería pasar lo interesante. Pero tampoco.
Engrosando la moda "Hollywood culposo", el film se queda con el doble
discurso de criticar pero, a la vez, apoyar en cierta manera las acciones de
Gobierno. Es que nadie se pregunta aquí si está bien o mal invadir un
territorio (y esto es algo que le cae a Michael Moore también). Por
el contrario, los problemas pasan por las muertes propias que esto genera.
Si hasta escuchar a la periodista supuestamente progre decir "yo también lo
quiero ver a Bin Laden muerto" genera un escozor particular. Pues si esta es
la obra de un demócrata reconocido como Redford, ¿qué tienen para ofrecer
entonces?
Algunos
dirán que no estamos para discutir ideologías, sino cine, y tienen razón.
Seguramente el mayor acierto aquí pase por la actuación de Cruise. Y esto es
paradójico. Las mejores interpretaciones de este actor –más allá de sus
colaboraciones con Spielberg– fueron en Jerry Maguire y Magnolia.
Esos personajes, como este senador, cada uno a su manera, están vendiendo
algo. Un deportista, un libro de autoayuda, una estrategia militar. Pero a
la vez proyectan, como seres, algo que no son. Falsean. Y Cruise, con su
sonrisa de porcelana, es la pose perfecta para esos prototipos. Por eso es
sintomático que en una película que dice ser una cosa pero termina siendo
otra, lo más atractivo sea lo más siniestro.
Mauricio Faliero
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