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LISTA DE ESPERA

Cuba-España-México, 2000



Dirigida por Juan Carlos Tabío, con Vladimir Cruz, Thaimi Alvariño, Jorge Perugorría, Saturnino García, Alina Rodríguez, Antonio Valero.



Lista de espera
nos sitúa en una estación de ómnibus en el medio de la nada. O mejor, en el centro de una encrucijada. A un costado el mar Caribe, con las aguas azules y las arenas blancas que año tras año convocan a millares de turistas. A su lado, esa peculiar versión de la pobreza, o de la escasez extrema, que campea en Cuba: muy de tanto en tanto pasa una guagua (así les dicen a los autobuses) por la estación; y las pocas que pasan vienen completas o con un solo asiento libre, lo que desata feroces pujas entre los que ansían regresar a casa. La gente, cuyo destino es La Habana o Santiago de Cuba, se acumula en la terminal. Y espera. La terminal tiene su propia guagua –una añosa cafetera importada de la "órbita soviética"– pero está fundida. O lo que es igual: carece de una pieza que los checoslovacos ya no envían más.

El punto de partida del quinto largometraje de Juan Carlos Tabío (codirector de Fresa y chocolate junto al también cubano Tomás Gutiérrez Alea) es sumamente interesante. Recrea uno de los típicos calvarios de la Cuba actual: en las terminales reales las personas se agolpan kafkianamente para soportar largas esperas como esta. El film también se apoya en una ecuación fatal: la escasez de medios frente a necesidades múltiples provoca conflictos entre los seres humanos. Y la necesidad de transportarse no es moco de pavo, sino la condición para comer y descansar en forma (en una mesa y una cama propias, las de casa). Como si percibiera que esa dignidad esencial es lo que la larga espera pone en jaque, alguien grita a poco de iniciado el film: "¿Este es un país socialista o capitalista?" De algún modo, todo lo que resta de Lista de espera intentará dar con la respuesta. En este sentido, el gran mérito de la película –que es bastante despareja y larga– es que se interroga con mucha franqueza. Más aun: Tabío parece haber notado que, al final de cuentas, no es tan sencillo responder esa pregunta. Pero eso no lo priva de formularse otras preguntas en el camino, ni de tomar posición. Es decir, de aportar respuestas, pequeñas y/o parciales, pero respuestas al fin. Hay que aclarar ya mismo que esta impresión surge de la totalidad del film, y muy especialmente de su tramo postrero (ulterior a una vigorosa vuelta de tuerca) y no de cada una de sus partes sueltas, algunas de las cuales están llamadas a irritar, o cuanto menos a fatigar al espectador. Vamos, lo que estoy diciendo es que esta no es una obra maestra sino una obra irregular, pero valiente y fresca.

No corren muchos metros de cinta antes que uno de los personajes se despache con esta alusión: "¿No nos pasará lo que en una película que yo vi, en la que los personajes quedaban atrapados en una habitación y no podían salir aunque tuviesen las puertas abiertas?" Claro, se refiere a El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962). La referencia es oportuna: si el de Buñuel era el calvario de unos burgueses presos de sus miserias, esta es la odisea de unos trabajadores igualmente cautivos. Que no pueden superar, y muchos menos ignorar, las espantosas limitaciones económicas de un sistema que, más allá de las "mejores intenciones" (y no siempre las tiene), no es más que el engranaje ínfimo de una maquinaria gigantesca –el mundo– regida por las intenciones más oscuras. O inhumanas. ¿Qué es lo que puede hacer no ya un país, sino un grupo de hombres y mujeres, en un escenario semejante? Como pueden advertir, los temas a los que se asoma Lista de espera no son menores. Otro de sus méritos (compartido con Arturo Arango, autor del cuento en que se apoya la película) es la pertinencia de haber elegido una situación como esta –gente sin poder viajar– que es tan real y cotidiana como metafórica. En otras palabras: esta terminal de ómnibus es un laboratorio formidable.

En su largo tramo central, Lista de espera se entrega a una suerte de épica costumbrista, en la que cada personaje entrega lo mejor de sí para salir del brete. Ahí están el joven y apuesto ingeniero (Vladimir Cruz), la atractiva muchacha comprometida con un ejecutivo español (Thaimi Alvariño), el ciego (que con mucha gracia se autodenomina "caso social" y es nada menos que Jorge Perugorría –el cubano más internacional– en el mejor papel de su carrera), etc. Todos ellos le "meten mano" colectivamente a la guagua, aplicando algo infantil aunque no poco sugestivamente el postulado de Carlos Marx: cada uno de acuerdo con sus posibilidades. Ahí están también los antagonistas, los que ponen lo peor de sí (porque no tienen otra cosa). Y, oh sorpresa, en Cuba como en la Argentina lo peor es la obsecuencia ante la autoridad, el pánico frente a la libre iniciativa de los pares, la cabeza gacha ante las paralizantes "orientaciones" oficiales. Si ustedes piensan que esta etapa del film es marcadamente voluntarista no se equivocan del todo. Por momentos todo se aproxima peligrosamente a un choque entre voluntades sanas (bienintencionadas) y otras demasiado pérfidas.

Individualmente consideradas, las actuaciones ofrecen de todo un poco. Empezando por Vladimir Cruz, varios sobreactúan poses y sonrisas tropicales (otra sorpresa: la alegría que se infla en Cuba no difiere mucho de la hollywoodiana), y entre los malos –o semimalos– hay uno imposible de digerir. Pero Perugorría no es el único que se luce. La Alvariño está muy bien (sin ser tan bonita es muy, pero muy sensual) y todos los demás se ajustan a las exigencias de sus roles. Más en general, y a la larga, todo el conjunto zafa, y esto es lo importante en una película coral.

La espera es larga, muy larga. Tanto que da tiempo para que se pierdan niños, para que el hambre se haga sentir, para que los caños, las canillas y otros artefactos sumen sus propias averías a las del autobús dando cuenta de la catastrófica obsolescencia estructural que se vive en Cuba. Sobre algunos de estos dramas el film monta un atractivo andamiaje humorístico. Por lo demás, la prolongación de la espera desemboca en un panorama que no es todo lo surrealista que hubiera cabido desear... sino más bien naïf. Pero está dicho: Lista de espera se reserva una saludable vuelta de tuerca. Que es algo más vigorosa que la de Nueve reinas (que no está mal –¡por Dios!–, pero entre nosotros: ¿no está un poco vista?) y tres o cuatro veces más sustanciosa. Ya no les cuento más. Vayan y véanla.

Guillermo Ravaschino      


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