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MELINDA Y MELINDA
(Melinda And Melinda)

Estados Unidos, 2004


Dirigida por Woody Allen, con Radha Mitchell, Will Ferrell, Chlöe Sevigny, Chiwetel Ejiofor, Josh Brolin, Neil Pepe, Johnny Lee Miller, Wallace Shawn.



¿Es la vida básicamente una comedia, o constituye en realidad una tragedia... y la comedia una vía mediante la cual el ser humano intenta escapar de su sino trágico? Tal la disyuntiva clásica que Woody Allen vuelve a plantear en su penúltimo film (después hizo Match Point, aún no estrenado en Argentina). Pone ese dilema en boca de dos autores teatrales, alter egos del director, esos personajes intelectuales neoyorquinos sentados a la mesa de los sempiternos restaurantes del cine de WA, quienes imaginan una historia en doble registro.

La espiral descendente de su filmografía parece estar dando un vuelco –parece que en Match Point, que acaba de mostrar en Cannes, sigue mejorando–, y Allen recupera algo del tono que le ganó adeptos incondicionales (como yo). Tampoco exageremos: Melinda y Melinda ha resultado un poco mejor que sus últimas películas, sin llegar por eso al nivel de los años '80. Lo más interesante es que aquí WA vuelve a experimentar con las posibilidades del cine, como en La rosa púrpura del Cairo, aunque ese ejemplo permanece insuperado.

La llegada inesperada de una mujer perturbada a una comprometida cena de negocios puede ser interpretada de maneras muy diferentes según sea el espíritu del autor teatral. Melinda puede convertirse en la angustiada víctima de irreversibles tragedias: un matrimonio frustrado, un crimen, la privación de sus hijos, dolores todos que mitiga ávidamente con el alcohol, las pastillas y el cigarrillo. Por el contrario, según otro punto de vista esa irrupción puede desencadenar una historia amable y divertida de comedia romántica entre una Melinda más relajada y su vecino. Aquí llegamos al segundo aspecto importante: nuevamente, WA ha cedido su lugar a otro actor. Por fin parece haber comprendido que ya no tiene el physique du rôle de seductor de jovencitas, y en sus últimas películas han interpretado su papel actores más jóvenes como John Cusack, Kenneth Branagh y en este caso Will Farrel, quien de ninguna manera acierta con el tono para encarnar a Woody. Las frases-clisé de actor de stand up comedy suenan inarmónicas en su boca.

El relato está estructurado como un contrapunto entre ambas historias que se desarrollan alternadamente, con Radha Mitchell como ambas Melindas. Esta actriz australiana –que WA había visto en Enlace mortal– compone a la bicéfala Melinda dándole los tonos adecuados para cada historia. Algo excedida en su máscara trágica, crispada, colgada de su cigarrillo (¿todos tuvimos vagos recuerdos de Sharon Stone?), pero ya se sabe: la tragedia siempre es excesiva. El problema radica en que el tratamiento de su historia no lo es, como si Allen no hubiera querido llevar al extremo ninguna opción. Da su personal visión de la clásica alternativa entre comedia y tragedia, cuya línea de separación actualmente considera muy, muy delgada. Años atrás, por el contrario, Crímenes y pecados había presentado una fuerte oposición entre ambas, y si entonces pareció que la vida era fuertemente trágica, hoy el mordaz director la interpreta como una comedia.

El grupo de numerosos personajes secundarios queda a un costado, con actores algo desaprovechados (Chloë Sevigny, Amanda Peet, Brooke Smith, el notable Wallace Shawn). Algunos elementos articulan ambos relatos: los triángulos amorosos, los dentistas, los músicos, las carreras de caballos, una lámpara mágica, situaciones paralelas o especulares en ambas líneas narrativas, pero éstos son sólo motivos que se repiten, porque las historias pretenden discurrir por vías independientes, aunque exista cierta continuidad entre ambas.

Por supuesto, reencontramos una vez más las marcas de estilo de la puesta en escena que llevan su firma: la banda musical con clásicos de jazz, un excelente fotógrafo (Vilmos Zsigmond sabe dar la luz dorada y la paleta de infaltables colores cálidos, tierra, rojos y dorados que aparecen hasta en los cuadros), el ambiente sofisticado de la clase media/alta neoyorquina.

Son muy evidentes las consecuencias de la pérdida de WA de sus dos musas: Diane Keaton y Mia Farrow supieron inspirarle, soplarle al oído lo mejor de su cine. Hoy, cada uno de sus films está apoyado en toda una filmografía anterior, sin la cual alguno de ellos caería al abismo.

Josefina Sartora      

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