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NADIE VIVE DEMASIADO
(Two Days In The Valley)

Estados Unidos, 1996


Dirigida por
John Hertzfeld, con James Spader, Danny Aiello, Eric Stoltz, Marsha Mason, Teri Hatcher, Paul Mazursky.



Nadie vive demasiado se nutre de un lustroso elenco integrado por figuras estelares del cine de distintas épocas. Es sabido, sin embargo, que la suma de talentos individuales no garantiza la eficacia del conjunto, y la película escrita y dirigida por John Hertzfeld, experimentado realizador televisivo con cuatro títulos de formato largo bajo el brazo, sirve para demostrarlo. El brutal asesinato de un muchacho, planeado por su ex mujer y encargado a una pareja despareja de matones (James Spader y Danny Aiello), dispara las 48 horas de violencia y vértigo que dominarán al film. El argumento de Nadie vive demasiado es propio de las películas de gángsters, pero su estructura mezcla al thriller con rubros muy otros, como la comedia de situaciones y la parodia, en un cóctel que se ha puesto de de moda (The Winner, de Alex Cox, Io fatigó recientemente) pero que suele convertirse en un arma de doble filo. Así, una estilización de trazo grueso hace del angel face James Spader (Sexo, mentiras y video) un criminal prolijo, inescrupuloso, y de Danny Aiello un gángster de corazón blando que, a su pesar, debe mantener como rehenes a un ricachón y su mucama-secretaria, de quien finalmente se enamorará.

Por otro lado están la conspiradora ex del muerto y su amiga degeneradita, cuatro policías y una dupla madura (el cineasta Paul Mazursky como un suicida frustrado y la veterana Marsha Mason, aquella de La chica del adiós, como una enfermera benévola) también destinada al dulce asedio del bichito del amor. El esquema coral de Hertzfeld intenta parecerse al de Ciudad de ángeles, de Robert Altman, que también fue filmada dentro del valle californiano.

Las criaturas de Nadie vive demasiado acumulan sketchs, cada una por su lado, antes de la previsible convergencia cercana al desenlace. Estas escenas son demasiado rutinarias para hacer reír, como la que anima Aiello cocinando penne al tuco mientras les apunta a los rehenes, o demoran lisa y llanamente el desarrollo de la trama, como las tribulaciones de Eric Stoltz –el policía novato que aspira a su primer caso de homicidios– y los galanteos entre Aiello y la enfermera, que preludian largamente su postrera unión.

Todo esto abona el peculiar statu quo que alcanza la película al promediar el metraje: una auténtica sobredosis de situaciones paralelas cuya densidad minúscula no resulta suficiente como para interesar. Unas cuantas stars pasan fugazmente por la pantalla (hay cameos de Keith Carradine, Louise Fletcher y Austin Pendleton) y una machacona partitura, ocasionalmente matizada con un par de tonaditas folk, subraya el ritmo de la historia, como si se le hubiera encomendado al músico suplir el espesor dramático del que carecen las acciones.

Guillermo Ravaschino