Nadie vive demasiado se nutre de un lustroso elenco integrado por figuras estelares
del cine de distintas épocas. Es sabido, sin embargo, que la suma de talentos
individuales no garantiza la eficacia del conjunto, y la película escrita y dirigida por
John Hertzfeld, experimentado realizador televisivo con cuatro títulos de formato largo
bajo el brazo, sirve para demostrarlo. El brutal asesinato de un muchacho, planeado por su
ex mujer y encargado a una pareja despareja de matones (James Spader y Danny Aiello),
dispara las 48 horas de violencia y vértigo que dominarán al film. El argumento de Nadie
vive demasiado es propio de las películas de gángsters, pero su estructura mezcla al
thriller con rubros muy otros, como la comedia de situaciones y la parodia, en un cóctel
que se ha puesto de de moda (The Winner, de Alex Cox, Io fatigó recientemente)
pero que suele convertirse en un arma de doble filo. Así, una estilización de trazo
grueso hace del angel face James Spader (Sexo, mentiras y video) un criminal
prolijo, inescrupuloso, y de Danny Aiello un gángster de corazón blando que, a su pesar,
debe mantener como rehenes a un ricachón y su mucama-secretaria, de quien finalmente se
enamorará.
Por otro lado están la conspiradora ex del muerto y su
amiga degeneradita, cuatro policías y una dupla madura (el cineasta Paul Mazursky
como un suicida frustrado y la veterana Marsha Mason, aquella de La chica del adiós,
como una enfermera benévola) también destinada al dulce asedio del bichito del amor. El
esquema coral de Hertzfeld intenta parecerse al de Ciudad de ángeles, de Robert
Altman, que también fue filmada dentro del valle californiano.
Las criaturas de Nadie vive demasiado acumulan
sketchs, cada una por su lado, antes de la previsible convergencia cercana al desenlace.
Estas escenas son demasiado rutinarias para hacer reír, como la que anima Aiello
cocinando penne al tuco mientras les apunta a los rehenes, o demoran lisa y
llanamente el desarrollo de la trama, como las tribulaciones de Eric Stoltz el
policía novato que aspira a su primer caso de homicidios y los galanteos entre
Aiello y la enfermera, que preludian largamente su postrera unión.
Todo esto abona el peculiar statu quo que alcanza la
película al promediar el metraje: una auténtica sobredosis de situaciones paralelas cuya
densidad minúscula no resulta suficiente como para interesar. Unas cuantas stars
pasan fugazmente por la pantalla (hay cameos de Keith Carradine, Louise Fletcher y Austin
Pendleton) y una machacona partitura, ocasionalmente matizada con un par de tonaditas
folk, subraya el ritmo de la historia, como si se le hubiera encomendado al músico suplir
el espesor dramático del que carecen las acciones.