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PADRE E HIJOS
(Père Et Fils)

Francia, 2003


Dirigida por Michel Boujenah, con Philippe Noiret, Charles Berling, Bruno Putzulu, Pascal Elbé, Marie Tifo, Genevieve Brouillette.



Hubo un tiempo en el que parecía que nada de lo que llegaba de Francia podía ser malo (obviando, claro, a los torturadores salidos de la escuela argelina, o a Alain Delon). Hubo un tiempo, en fin, en el que se podía esperar con confianza (y hasta ansiedad) el último Godard, Truffaut, Resnais. Y aun las comedias de Bertrand Blier o Pierre Richard.

Porque, aunque sin la potencia de la comedia italiana ni la depuración de la comedia británica, la comedia francesa también tiene su tradición (y no nos referimos, por supuesto, a la "comedie française" –ese antro de autores y actores embalsamados–, sino a esa escuela sin nombre que ha dado hombres extraordinarios como Max Linder o Jacques Tatí, y que ha impuesto una marca en todo el cine francés: no hay director de ese origen que no haya ensayado algún paso de comedia, ni película en la que no asome algún rasgo de comicidad, aun involuntaria...).

Pero no alcanza la voluntad, ni el acento francés y algo mas... (como recurrir a algún nombre ilustre o viejas medallas): la comedia –tal vez el genero mas puro del cine– está hecha de iluminaciones inesperadas, observaciones certeras e ideas disfrazadas de liviandad. Y no hay nada de eso en Padre e hijos: aquí todo es predecible, incierto, y liviano...

La excusa argumental es la de un padre que finge una enfermedad para reunir a sus hijos en un último viaje. Pero el pretexto se agota antes de empezar, y la película jamas llega a despegar, convirtiéndose en una galería de chistes deslucidos, situaciones deshilvanadas y personajes desdibujados o simplemente abandonados.

Lo que demuestra que hay algo peor que seguir a rajatabla la tradición, y es desperdiciarla. Porque es indudable que esta comedia más que fallida intenta ser doblemente tradicional: desde lo formal, con una puesta mas rutinaria que clásica; también desde el contenido, ya que no hay nada mas tradicional –ni rutinario– que la familia (aun si es disfuncional).

Merced a este doble apego a lo "formal", la película muestra en filigrana su andamiaje estético-ideológico (que se derrumba en seguida...). Ya que parecería no importar si los personajes son pobres (tipos), o si lo que en realidad los abruma y confunde es la rutina misma (que la película hace suya...): "lo primero es la familia", y aquí tenemos a un padre que hace todo lo posible por ver a la familia unida. Así, seres que en otro contexto resultarían odiosos o patéticos (como esta película), se nos "imponen" como queribles... aunque ni siquiera alcancen a retener nuestra atención, y uno siente su previsible final –el de ellos y el de la película misma– como una liberación.

Se sabe que un gran actor no salva un mal guión, y aquí está el gran Philippe Noiret para confirmarlo: toda su sutileza se pierde en medio del trazo grueso, como una lágrima en un naufragio. Es como ver a Hector Alterio en un papel digno de Guillermo Francella... ¡Padre e hijos casi hace que uno se reconcilie hasta con las películas de Enrique Carreras!

Lo que queda claro, y cualquiera que se sobreponga a la visión de Padre e hijos lo podrá comprobar, es que la comedia sentimental, esa que (con excepciones como Nos habíamos amado tanto) reúne lo peor de la comedia y lo peor del sentimentalismo, no es –aunque lo parezca– otro invento argentino.

Nicolás Prividera      


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