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LA PASION DE CRISTO
(The Passion Of The Christ)

Estados Unidos, 2004


Dirigida por Mel Gibson, con Jim Caviezel, Mónica Bellucci, Claudia Gerini, Maia Morgenstern, Rosalinda Celentano, Sergio Rubini.



Película complicada esta La pasión de Cristo, de la que ya sabemos tanto (y a la vez nada) antes de entrar en la sala. Cuesta abrirse camino entre el ruido mediático que genera desde hace meses y llegar a la obra en sí. Se la ha acusado de antisemita, reaccionaria, fascista. De pornográfica y repugnante. Cabe preguntarse, como Pilatos: "¿Qué es la verdad?"

Atravesar las poco más de dos horas que dura el film resulta una experiencia ardua, nada placentera, por el simple hecho de que el metraje está dominado por la exhibición de un hombre al que torturan con brutalidad. No pasan más de cinco minutos y Jesús, interpretado por James Caviezel, ya se ha comido unos buenos golpes en el Monte de los Olivos, cuando lo toman preso. Desde ese momento, los castigos irán in crescendo hasta el conocido y espeluznante final en la cruz.

La violencia es uno de los temas de la película. Pero está tratado de la manera más burda y pornográfica. La elección de mostrar con lujo de detalles la laceración del cuerpo de Jesús, destrozado a golpes y latigazos, desollado vivo delante de la cámara, es absolutamente cuestionable. El tercer largometraje dirigido por Mel Gibson ignora recursos como el fuera de campo o la elipsis para elaborar su visión de la pasión cristiana, y parece regodearse con las imágenes de la tortura.

Sólo unos breves flashbacks alivian de tanto en tanto la carnicería, para mostrar episodios como La última cena, la lapidación de María Magdalena o la escena –que es la mejor del film– en la que Jesús está trabajando en su taller de carpintería y María lo llama para comer.

El guión de La pasión de Cristo se apoya en los evangelios del Nuevo Testamento atribuidos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Claro que en ninguno de esos textos pueden encontrarse referencias tan explícitas a la tortura. Para eso Gibson y su coguionista Benedict Fitzgerald echaron mano de “La dolorosa pasión de nuestro señor Jesucristo”, de la monja alemana Ana Catalina Emmerich (1774-1824), donde el asunto está condimentado con la sangre que el protagonista de Arma mortal gusta mostrar en cantidades industriales. Como adaptación también es burda, ya que se limita a ilustrar las estaciones de la pasión. No se percibe ninguna idea cinematográfica que vaya más allá de las cámaras lentas o las tomas subjetivas de Jesús con la cámara invertida. Las enseñanzas de Jesús, esencia de los evangelios, quedan reducidas a un par de frases sueltas dichas aquí y allá.

Que la película esté hablada en arameo, latín y hebreo (con subtítulos en español) es uno de los pocos aciertos de una puesta en escena que, por lo demás, resulta marcadamente teatral. Entre otras cosas, enseña que "idiota" se dice igual hace 2 mil años.

Gibson ya se había ocupado de un mártir en Corazón valiente (1995), sobre la vida y la muerte del escocés William Wallace. Allí tampoco estaba ausente la violencia, y la decapitación del héroe, largamente anunciada, consumía unos cuantos minutos próximos al final. La pasión de Cristo es como si Corazón valiente se hubiese concentrado exclusivamente en las horas previas a la decapitación, y hubiese mostrado en cámara lenta todo tipo de detalles, incluyendo el descenso del hacha para cortar el cuello. Eso es esta película: la exhibición truculenta y puntillosa de la tortura de un hombre; un discurso cerrado que no interpela al espectador, ni permite que éste lo interpele. Que impacta, sí, pero sólo a partir de la violencia. Y eso es mero impacto, nunca emoción. Pasado el doloroso baño de sangre, no queda nada.

Pablo Izmirlian      

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