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LOS SECRETOS DEL PODER
(State of Play)

Estados Unidos-Gran Bretaña-Francia, 2009


Dirigida por Kevin Macdonald, con Russell Crowe, Ben Affleck, Rachel McAdams, Helen Mirren, Robin Wright Penn, Jason Bateman, Jeff Daniels.



Una de las consecuencias del sistema democrático bipartidista que impera en Estados Unidos es el movimiento político pendular que va del conservadurismo y la apatía política hacia el liberalismo y el “compromiso” (luego, vuelve). Esta oscilación, real o aparente, genera su eco en el cine de Hollywood, produciendo un cuerpo de películas que se acercan o se alejan de esa concepción de apatía o compromiso, como se pudo apreciar durante el gobierno de George W. Bush y su declinación. De este modo, el cine bélico patriotero y autocelebratorio de los primeros años de su administración (Fuimos soldados, Pearl Harbor o La caída del halcón negro, la película favorita del ex presidente) dio paso a uno más crítico y reflexivo, como el díptico sobre el desembarco en Iwo Jima de Clint Eastwood, La conspiración de Paul Haggis o Redacted de De Palma, aunque este último en los márgenes (exteriores) de Hollywood. Lo mismo podría decirse de los blockbusters de superhéroes testosterónicos y apolíticos como Spiderman y su reverso, el complejo y ambiguo mundo de El caballero de la noche. Sin embargo, es en las películas abiertamente críticas del gobierno que las precedió y de la visión del mundo que éste proponía dónde esa tendencia cíclica se hace más explícita, a tal punto que films como Red de mentiras, Agente internacional o la que aquí nos concierne Los secretos del poder podrían darnos un pantallazo del cine que caracteriza a esta nueva oscilación que –a falta de mejor calificativo– llamaremos “obamiana”.

Adaptación de una exitosa miniserie de la BBC británica, Los secretos del poder narra la investigación que lleva a cabo el veterano periodista del “Washington Globe” Cal Macaffrey (Russell Crowe, notable) sobre un caso de doble asesinato aparentemente rutinario que revela sus aristas más sombrías cuando se lo vincula a la muerte de la amante del congresista Stephen Collins (Ben Affleck). Collins está llevando a cabo una audiencia contra una oscura corporación militar contratada para abastecer al ejército de ocupación en Irak y acusada de operar mercenariamente. Asistido por la joven blogger del “Washington Globe” Della Frye (Rachel McAdams) y presionado por la editora del diario (Helen Mirren), quien, asediada por la multimedia que acaba de adquirir la publicación, debe conciliar la búsqueda de la verdad con el beneficio monetario, Macaffrey comienza a desentrañar una conspiración que puede llevar a “Pointcorp”, la corporación en litigio, a hacerse cargo de todas las operaciones militares y de defensa del país.

Si el concepto de una pareja de detectives que desmantela un plan conspirativo involucrando a las altas esferas del gobierno norteamericano les resulta familiar, es porque ya se había presentado en Todos los hombres del presidente, película que estableció el molde con el que se fabricarían los thrillers de prensa en las siguientes décadas. Los secretos del poder confirma esta influencia, abrazando sin pudor alguno los clisés elaborados por el film de Alan Pakula: las fuentes anónimas, las incontables llamadas por teléfono, el fiel anotador, puertas cerrándose en la cara de los periodistas, las secuencias de montaje con fragmentos de noticieros, persecuciones en subterráneos, estacionamientos, el tecleado constante en la redacción y un largo etcétera. Si bien esta reiteración de lugares comunes deriva por momentos en una retórica un tanto redundante, el film logra ensamblarlos con considerable naturalidad. “Dos clisés causan gracia. Cien clisés conmueven.” (U. Eco)

Pero, a diferencia de la prolijidad formal de Todos los hombres del presidente, plena de elegantes travellings, composiciones simétricas y planos cenitales “conspirativos”, Los secretos del poder apuesta por una estética con más nervio, como es cada vez más la norma en las producciones de Hollywood. Cámara al hombro, montaje acelerado, planos secuencia que recorren la caótica redacción, recursos que estimulan la inmediatez y la sensación de peligro, a lo que se suma el detallista diseño de los espacios en los que transcurre la película, en especial la redacción que, por oposición, hace quedar a la oficina del “Wahington Post” del film de Pakula como un amplio e higiénico baño de shopping. Sin embargo, el trabajo del director Kevin Macdonald, responsable de la tramposa e inverosímil El último rey de Escocia, es, a lo sumo, impersonal y funcional, como también lo es la fotografía en tonos apagados del mexicano Rodrigo Prieto y la por momentos demasiado obvia musicalización de Alex Heffes, frecuente colaborador del realizador. A pesar de alguna vuelta de tuerca de más que se resiente en el final, Los secretos del poder es un thriller efectivo y sólido, que encuentra su principal motor y pívot ejemplar en Russell Crowe, que, como los buenos vinos y los grandes cuentos, parece mejorar con el tiempo.

Los guionistas, entre los que se incluye el realizador de Michael Clayton Tony Gilroy, hicieron un más que digno trabajo adaptando la serie original creada por Paul Abbott, trasladando la acción de Londres a Washington y permutando el malvado lobby de las petroleras de la serie original por una corporación militar. Ya en 1961, en el famoso discurso de despedida de su mandato, el futuro ex presidente Eisenhower advertía sobre la peligrosa influencia del complejo industrial-militar, que requiere de la guerra para asegurar su rentabilidad y, por consiguiente, es una amenaza latente contra el sistema democrático. En Los secretos del poder este peligro cobra forma real (ahí está el retrato de Eisenhower en el despacho de Collins, ensayando una mueca en el rostro en la que se sugiere un “se los dije”), y en su paranoia conspirativa nos aproxima a la terrorífica verdad de que esto puede efectivamente estar sucediendo. La doctrina de guerra preventiva de Bush no es más que una confirmación. No es poco mérito apropiarse de esta forma de un texto ajeno y transformarlo en una denuncia de un fenómeno tan estadounidense como el apple pie.

Sin embargo, el film se pierde la oportunidad de profundizar en una de las cuestiones que sugiere. La película iguala, desde su denominación, Pointcorp y Mediacorp, la multimedia que adquiere la publicación en la que trabajan los personajes centrales. Pero ignora la posibilidad de una verdadera alianza entre ambos elementos, entre los complejos industriales-militares y los grandes conglomerados mediáticos. O, lo que sería más plausible, que ambos correspondan a un mismo pool de capitales. De este modo, Los secretos del poder se convierte en un cuento de hadas en el que el viejo periodismo comprometido triunfa sobre la joven prensa blogger de las opiniones sobrevaluadas y efímeras; en el que la verdad se impone al capital y al (mal) uso del poder político. Tal vez esta sea la cara de la nueva oscilación “obamiana”, llena de buenas intenciones y verdades edificantes. Durmamos tranquilos, la prensa vigila.

Hernán Ballotta      


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