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EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: LA COMUNIDAD DEL ANILLO
(Lord Of The Rings: The Fellowship Of The Ring)

Estados Unidos, 2001


Dirigida por Peter Jackson, con
Elijah Wood, Viggo Mortensen, Ian McKellen, Sean Astin, Liv Tyler, Cate Blanchett.



Mucho se ha hablado de la saga de Tolkien, una de las novelas más populares del siglo XX. Se ha dicho –no la he leído– que la primera parte es un tanto densa por el lado descriptivo porque allí se crea una cosmovisión propia, un universo particular dotado de misticismo y aventura. Esta primera parte es la que acaba de tomar en sus manos el cine. El interesante director encargado de llevarla a la pantalla, Peter Jackson, había sorprendido con Criaturas celestiales, una buena película y un cambio de rumbo en su filmografía, cercana antes al comic y al cine bizarro. Jackson se enfrentó pues a la necesidad de recrear un mundo aparte, con una gran cantidad de información que el público masivo no compartía con los lectores de la novela.

La secuencia de apertura recuerda un poco a la de La momia regresa, pero comprime exitosamente los datos que preparan al espectador para la historia que comienza (el director también tuvo que lidiar con el libro originario de la saga, "El hobbit", con el que hace un ajuste de cuentas en la escena inicial).

Una vez descriptas las diversas razas, ya explicado el poder maligno del anillo, la trama es, en principio, bastante simple: los buenos deben trasladar el anillo justo a donde se ubica la guarida de los malos –el único lugar donde puede ser destruido–, que es prácticamente impenetrable; en el camino deben enfrentar diferentes monstruos, e incluso luchar contra sus propios instintos (el anillo despierta la codicia de todo el que lo tenga cerca). Claro que la fidelidad al libro le acarrea a Jackson bastantes problemas.

Probablemente George Lucas haya leído a Tolkien más de una vez. Hay mucho de "El señor..." en la saga original de Star Wars: es una trilogía, la ficción está situada muy pero muy lejos de la actualidad, la Fuerza –léase la magia– cumple un papel importante y la lucha entre el Bien y el Mal es el tema central del film.

La influencia parece ir de Lucas a Jackson en esta adaptación cinematográfica, aunque no llega toda por igual. Si bien la fuente oficial de El Señor... es el texto de Tolkien, para el que se sabe de memoria la historia de La guerra de las galaxias, el film que nos ocupa recupera esa trama familiar. Por cierto que Jackson produce una sensación de ahogo con la reiteración de información acerca de un desarrollo que se adivina al instante. Aquí hay mucho, pero mucho de Star Wars. Frodo podría ser Luke, el anillo reemplazaría al lado oscuro de la Fuerza, Gandalf a Obi-Wan Kenobi, y etc. Pero hay un personaje fundamental de la saga de Lucas que no tiene equivalente en ninguno de los protagonistas de El Señor de los anillos. En esta ausencia se concentra el gran problema del film.

Se trata de Han Solo, que en la piel de Harrison Ford cumplía una función imprescindible: la conexión entre ese mundo fantástico del pasado y la cultura del espectador actual. Solo –nótese el apellido elegido– era el individualista del film, el antihéroe americano por excelencia. Los otros querían cambiar el mundo; él quería juntar plata y quedarse con la chica. Era el canchero del grupo, pero también el que más se equivocaba. Casi todo el humor de la saga recaía en él. En definitiva, Solo era el más humano, el que identificaba a la platea y rompía un poco con la solemnidad de los diálogos y la simpleza ideológica del film.

En El Señor... no hay personaje semejante. Todos, pero todos, creen y predican el poder mágico del anillo y la lucha entre el Bien y el Mal. ¿Qué ocurre entonces? Que el misticismo se transforma en aburrimiento. Los diálogos, que suenan bíblicos, socaban cualquier identificación con Frodo y cía. Jackson agobia con las enseñanzas y sermones de Gandalf y otros secundarios sin una figura que haga de contrapeso. El humor es tan inocente que no logra efecto.

En el fondo, la información innecesaria y la prédica trillada son los verdaderos protagonistas del film. Las secuencias de acción, ansiadamente esperadas, son las que salvan a la película del tedio absoluto. Intercaladas con bastante inteligencia, llegan siempre a tiempo para que el espectador no se pierda en sueños más interesantes que lo que venía sucediendo. Los efectos especiales, salvo excepciones, se han aplicado con fundamento, y la puesta en escena es acertada, aunque sobreabunda en fotos paisajísticas.

Las tres horas pasan relativamente rápido, pero el final –demasiado abierto– deja un sinsabor decepcionante.

Ignoro si la novela de Tolkien es superior a su versión cinematográfica, pero para acercarse al mundo de los hobbits –tan popular que fue absorbido por el rock– vía más interesante sigue siendo algún disco de Led Zeppelin o del Pink Floyd psicodélico que encabezaba Sid Barret. Y si del Medioevo se trata, ya salió en video Corazón de caballero, una película mucho más original, renovadora, inteligente y entretenida que ésta.

Ramiro Villani     


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