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LA TRAMA DE LA VIDA
(Brodeuses)

Francia, 2004



Dirigida por Eléonore Faucher, con Lola Naymark, Ariane Ascaride, Marie Felix, Thomas Laroppe, Arthur Quehen, Anne Canovas.



Gran premio de la Semana de la Crítica en Cannes en 2004, triunfadora en la sección La Mujer y el Cine del 20° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (de donde se llevó el premio a Mejor Dirección), La trama de la vida, ópera prima de Eléonore Faucher, llega ahora a las pantallas de Buenos Aires. Una película chiquita, sin ampulosidades ni desbordes, que alcanza momentos de gran belleza y profunda esperanza a partir, sobre todo, de su joven protagonista.

Claire (Lola Naymark, angelical en su rol), una adolescente de 17 años habitante de un pueblo de provincias en Francia, se descubre embarazada y toma la decisión de tener a su bebé –sola– y entregarlo luego. También decide ocultar su estado a toda costa, al punto de explicar su sobrepeso en nombre de enfermedades terminales. Empleada como cajera en un supermercado pide licencia y, aconsejada por una amiga, se ofrece como aprendiz de bordado (su verdadera pasión) en el taller de Madame Melikian (notable Ariane Ascaride), una mujer mayor, viuda, solitaria, que acaba de perder a su hijo en un accidente de moto y que cumple encargos para casas de haute couture en Paris.

La relación laboral irá creciendo lenta pero sinceramente, involucrando afectos, solidaridades, complicidades, presencias en los momentos más necesarios y una empatía que trasciende la pantalla y, en la narración, determina la modificación de decisiones y conductas hasta establecer una especie de vínculo materno-filial. Las ligazones sanguíneas, sin correr por los mejores carriles, tampoco se desbocan en estereotipados contrapuntos sino más bien en verosímiles y conocidos desencuentros que, por ejemplo, alcanzan su paradigma en la escena entre la joven, mostrando su panza, y su madre no pudiendo comprender lo que realmente ocurre.

Puntada a puntada (como el velo que Claire prepara para ayudar a su jefa durante su internación, y que se va cubriendo de pedrerías y strass), la vida de estos personajes empezará a aproximarse a lo que quieren y a tomar distancia de las consabida preocupación por el qué dirán. La alegoría que vertebra a la película nunca se literaliza, volviéndose un parlamento aleccionador o moralista, sino que el desarrollo del film imbrica oficio y vida, casi naturalmente. Sin diálogos altisonantes, enhebrando hechos y gestos en un espejo de los trabajos que se materializan, podremos ver cómo se construye el tapiz, la trama oculta de lo que en la superficie sabe relucir, pero este backstage, del que somos espectadores privilegiados, no quiebra el encanto sino que apenas (y no es poco, en estos tiempos) exhibe y desarrolla la profundidad de cualquier unión afectiva que se precie.

Y así como se espera a los amores que tardan en llegar (Guillaume) sabiendo que quizá serán fugaces, se opta por el hacerse cargo, por la ausencia de reproches, por la pasión y el empeño en este film que sorprende por su frescura y su fuerza vital. Una película esperanzada, que de algún modo enseña a trasferir el don recibido, o la virtud ejercitada en el trabajo, a las relaciones cotidianas de la vida. Bordar relaciones con el esfuerzo que ello presupone... y ahí están los resultados, al alcance de las manos. Asumir las responsabilidades y desterrar las falsas culpas son las dos caras de una misma moneda, que en La trama de la vida equivale a una práctica necesaria e imprescindible no sólo para crecer, sino para continuar viviendo.

Javier Luzi      


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