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UN MALDITO POLICIA EN NUEVA ORLEANS
(The Bad Lieutenant: Port of Call - New Orleans)

Estados Unidos, 2009



Dirigida por Werner Herzog, con Nicolas Cage, Eva Mendes, Val Kilmer, Fairuza Balk, Xzibit, Brad Dourif, Jennifer Coolidge, Tom Bower, Irma P. Hall, Shea Whigham.



Una serpiente nada zigzagueante entre los barrotes de una celda ocupada por un criminal de ascendencia latina en el sótano inundado de una comisaría de Nueva Orleans en los días posteriores al paso del huracán Katrina. No parece el inicio de un policial al uso, pero en este caso, sorpresivamente, lo es. En realidad, Un maldito policía en Nueva Orleans es un policial convencional enfermo de la curiosidad y la locura de Werner Herzog. Que es lo mismo que decir, por supuesto, que Un maldito policía en Nueva Orleáns está lejos de ser convencional y que su cualidad de policial está puesta en crisis desde su interior.

Claro que esta historia del espiral descendente de un policía adicto a las drogas y al juego que debe llevar a cabo una investigación relacionada al narcotráfico no tiene nada de original. En manos de un F. Gary Gray o un Antoine Fuqua, especialistas ambos en policiales sórdidos, probablemente acabaría siendo otro “thriller” sensacionalista del montón. Sabemos por experiencia como resultaría esta película dirigida por Abel Ferrara: la evidencia esta allí, se llama Bad Lieutenant (1992), y es un cuento de excesos, pecados y culpas con redención cristiana incluida. Pero la mirada penetrante del realizador alemán se impone por sobre los lugares comunes y el moralismo retrógrado mal disimulado que aqueja al género, abriendo el juego para introducir su obsesión personal: la búsqueda de imágenes nuevas, no contaminadas por la banalidad de la razón instrumental del capitalismo moderno.

La exploración por el reino de lo extraordinario lo llevó en esta ocasión a recrear las secuelas del Katrina, a la vez evidencia de la lógica inapelable de la naturaleza y confirmación de la eterna amenaza latente contra los excesos de la sociedad occidental. Pero el fin del mundo para Herzog tiene menos que ver con las fantasías de destrucción made in Hollywood que con la degradación intelectual y espiritual de la civilización. En ese sentido, el mundo contemporáneo ya es post-apocalíptico, como lo demuestra el título de su último documental, Encuentros en el fin del mundo, refiriendo tanto a un punto geográfico como a nuestro estado como especie. Pero la posibilidad de resistencia existe; sus películas y las personas y los personajes que las habitan, en perpetua fuga de la civilización y de sus códigos, son ejemplos acabados de ello.

Esta vez el personaje en fuga es Terence McDonagh (Nicolas Cage), un teniente de la policía condecorado por su valentía que, acosado por un fuerte dolor de espalda ocasionado en cumplimiento del deber que le da un andar similar al Dr. House de Hugh Laurie, se vuelve adicto a drogas legales e ilegales. La trama incluye la investigación de una masacre perpetrada por un grupo de narcotraficantes, pero como el propio McDonagh le dice al dealer de turno (el rapero Xzibit), los asesinatos nunca importaron. Lo que importa es la fuga del personaje del teniente, que en realidad es doble. La más evidente, la fuga del sistema judicial y la moralidad imperante, en un crescendo que Herzog resuelve con el mayor de los desparpajos durante un segmento cercano al final que clausura todas las líneas narrativas en una sola escena, como quien se abandona al placer de dinamitar convenciones narrativas. Pero McDonagh también se fuga de sí mismo, entrando en un estado animalizado de percepción distorsionada y demente, que Herzog aprovecha para generar imágenes inquietantes y poderosas, como si la puesta en escena se contagiara momentáneamente de la fuga de su personaje. Entonces las alucinaciones toman el control, deteniendo el caótico flujo de la película mientras se aproximan a lo extraordinario, dando lugar a varias de las escenas más libres y delirantes salidas del cine estadounidense en muchos años. Y allí aparecen, salidos de la nada, lagartos y caimanes que Herzog filma con cámara digital y en planos cerrados, como apropiándose de su mirada; con ojos de serpiente.

Sin embargo, la fuga sólo es posible a través de esos personajes radicalmente individualistas y extraordinarios, fuerzas de la naturaleza que se revelan contra su entorno y fieles espejos de la figura del realizador. Herzog aprovecha la energía desatada de Nicolas Cage para otorgarle al personaje que interpreta una cualidad mítica, un espíritu bigger than life en las antípodas del hombre mediocre de la cultura de las imágenes devaluadas que el realizador tanto detesta. Pero además Cage tiene la capacidad de mantener la sobreactuación y, a la vez, desaparecer de la superficie de sus ojos, diluir su presencia en puro gesto histriónico externo, convirtiéndose en una fuerza irrefrenable sin conciencia de sí misma, a la manera en que lo hacía el enemigo más querido de Herzog, Klaus Kinski, cuando éste lo dirigía.

Pero hay un elemento crucial que sobrevuela todos los anteriores, que Herzog logra capturar gracias a su enorme curiosidad y su intacta capacidad de interrogarse y maravillarse con lo que lo rodea, que es el drama del entorno, de la Nueva Orleans destruida física y espiritualmente por el huracán y que tiene que reconfigurarse desde cero pero con la convicción de que la civilización no puede ser garantía de supervivencia, es decir, con la certeza de la total incertidumbre. Es también el drama de una Norteamérica ajena a los estereotipos de su cine, que encuentra una representación original en la mirada extrañada del eterno extranjero de la civilización, Werner Herzog, aunque, eso sí, filtrada por el prisma del género negro. En este punto Un maldito policía en Nueva Orleans se hermana con una película anterior del alemán, la extraordinaria Stroszek, un retrato de la América profunda vista desde los ojos a la vez maravillados y aterrorizados de Bruno S.

Esta mirada alternativa de Estados Unidos es posible porque la cámara de Herzog se deja maravillar: su “estilo” es difícil de precisar, tiene más que ver con la intención de registro de lo extraordinario e irrepetible de lo real que con un programa estético explícito. Es una actitud frente al mundo a retratar que prioriza la duda por sobre las verdades instituidas, que permite descubrir lo ridículo y lo sublime que yace por fuera de lo cotidiano, revelándonos todo lo que de absurdo tiene la existencia. Y, lo que es más notable, lo hace desde el humor: es un gesto de valentía asombrosa presenciar el fin del mundo, mirar al abismo a los ojos, y retornar riendo. Pero lo absurdo radica también en el carácter circular de sus películas, porque la fuga lleva a la autodestrucción o, lo que es más o menos lo mismo, a ninguna parte. Un maldito policía en Nueva Orleans, al igual que esta crítica, termina como empiezarodeada de agua y con el criminal de ascendencia latina ahora rehabilitado, como una serpiente que se muerde la cola.

Hernán Ballotta      


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