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UNA DE DOS

Argentina, 2004


Dirigida por Alejo Taube, con Jorge Sesán, Jimena Anganuzzi, Renata Aielo, Ariel Staltari, Pablo de Nito, Vana Passeri
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Ficción que delata continuamente sus pretensiones documentales, Una de dos amaga con transformarse en un relato coral (se insinúan las vidas de tres chicas, el hermano carnicero de una de ellas, la madre farmacéutica y deprimida de otra, el primo del protagonista, su padre que inicia una huelga) para concentrarse sólo en la historia de Jorge (Jorge Sesán, el mismo de Pizza, birra, faso), delincuente de poca monta que revende monedas truchas en la capital y pasa sus días en Estación Cortez, pueblo de la provincia de Bs. As. casi exiliado del no tiempo neoliberal y escenario de los pocos días durante los que transcurre la película.

Ya en la primera secuencia quedan establecidas las prioridades narrativas del director. Desde el interior del auto de Jorge vemos cómo el paisaje urbano va siendo reemplazado por el de la llanura bonaerense (a la inversa que en El Cielito) mientras una voz en off radial –pero que ocupa la entera banda de sonido– relata el saqueo de un supermercado en Fuerte Apache allá por los últimos días de diciembre del 2001.

De allí en adelante, la radio y la televisión remitirán una y otra vez a los acontecimientos previos a la caída de Fernando de la Rua hasta el punto de ocupar por completo la pantalla en más de una ocasión. Esto constituye la mayor virtud y a la vez el mayor problema de esta ópera prima de Alejo Taube, pues las imágenes de la represión en Plaza de Mayo resultan ser mucho más intensas que todas las otras que nos propone la película. La impresión de inmediatez de la pantalla de Crónica TV revela, por un lado, que todo material fílmico –pero más aún el ficcional– requiere de un cuidadoso trabajo de organización y, por otro, que esa mirada organizadora no funciona con el debido rigor en la película que vemos.

Que los personajes caminen interminablemente porque no tienen otra cosa que hacer, no obliga a la cámara a seguirlos ni al director a prescindir de las elipsis. Que la estructura social de la que provienen les imponga la repetición de unos giros verbales imposibles, no impugna la necesidad de trabajar literariamente los diálogos, más bien la acrecienta (como bien hiciera Martín Rejtman desde Rapado hasta hoy). Y sin embargo, asistimos a monótonas caminatas y conversaciones ininteligibles y dramáticamente inocuas acompañadas perezosamente por la cámara. Como si lo que viéramos fuese importante en sí mismo. Como si la realidad no necesitara ser –incluso en los documentales– procesada. Por eso la mínima pero firme intención autoral que se revela en los fragmentos del noticiero es más atractiva que la deriva de una película que confía menos en sí misma –y en el cine– que en el ingenuo y engañoso postulado de la reproducción inmediata de la realidad.

Ahora bien, si lo que nos importa es el comentario político que una película pueda suscitar, será interesante verla para ubicar el de ésta –balbuceante como el de sus protagonistas– dentro del contexto del cine argentino actual. Además, un par de virtudes la justifican: la hermosa desenvoltura de esa petisa llamada Jimena Anganuzzi y el plano de ésta junto a Sesán con un molino de fondo detrás del cual uno cree que aparecerá en cualquier momento la Coca Sarli, cubriéndose a medias los pechos entre los choclos y el yuyerío.

Marcos Vieytes      


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