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S.O.S. VERANO INFERNAL
(Summer Of Sam)

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Spike Lee, con John Leguizamo, Mira Sorvino, Adrien Brody, Jennifer Esposito, Ben Gazzara, Patti LuPone, Bebe Neuwirth, Mike Starr.



En 1989, Spike Lee saltó a la fama con Haz lo correcto, su tercer film, una potentísima radiografía de la tensión socio-racial que trasciende las fronteras del Brooklyn, adonde está ambientada, y de la época en que se filmó. Diez años después rodó S.O.S. Verano infernal, que es, entre todas sus películas, la que ofrece el panorama más desolador a la hora de confrontar el resultado con las ambiciones narrativas, la magnitud del elenco, el presupuesto y el despliegue de producción. También es una de las más largas, dura 140 minutos.

Verano infernal está situada en otra barriada de Nueva York, el Bronx, y la acción está clavada en el año 1977. A tono con la inquietud más persistente de Lee en sus casi quince años de carrera, hace foco en una de las denominadas "minorías" que hormiguean en la megalópolis: un grupo de jóvenes ítalo-americanos. Al mismo tiempo, busca dar cuenta de una truculenta historia del '77. La del "Hijo de Sam", o Sam, a secas, como se autodenominó David Berkowitz, el famoso serial killer que asoló las calles de ese barrio hasta que fue capturado –ese mismo año– y condenado a reclusión perpetua. Lejos de conformarse con estos temas, el film procura plasmar un retrato muy abarcativo de los íconos de la época. Los albores del punk, la movida porno, la desinhibición gay, la música disco, las pasiones deportivas y un muy célebre apagón neoyorquino se cuelan puntualmente en distintos tramos del relato.

¿Por dónde empezar? ¿Acaso por el lugar común que dice que "el que mucho abarca poco aprieta"? No. Los temas son muchos, pero no tantos, y dos horas y veinte daban margen para elaborarlos. El problema es que no hay elaboración. El modo de abarcar de Lee es tan ingenuo, epidérmico y simplificador que no le hubieran alcanzado cuatro horas para canalizar ninguno de estos temas como corresponde. Los mentados íconos son poco más que escenas sueltas, carentes de toda progresión, desparramadas como tarjetas postales. Y si los segmentos en la disco a lo sumo reconstruyen el recuerdo de Fiebre de sábado por la noche, las evocaciones de Reggie Johnson –ese venerado bateador– parecen levantadas de una publicidad de leche en polvo. El apagón, recreado a partir de un noticiero de TV en el cual el propio Spike oficia de "notero in situ", muestra algunas hordas desaforadas robando electrodomésticos (son todos negros, aunque Ud. no lo crea). Palo y a la bolsa, ilustración superficial, aun escolar. Jamás una mirada artística. En este sentido Verano infernal es el perfecto opuesto de Haz lo correcto. Mortalmente larga (y aburrida, claro está), casi obtura el hecho de que Lee supo ser dueño, en aquel film, de una capacidad de síntesis raramente igualada en el cine contemporáneo.

Al primer plano del drama, encarnado por los ítalo-americanos, no le va mejor que a su telón de fondo. Por un lado están Vinny (John Leguizamo) y su novia (la pulposa Mira Sorvino, que se destaca en el elenco). El es enfermizamente machista: le mete los cuernos a discreción en calurosas encamadas... pero no consigue disfrutar con ella, porque piensa que el sexo es pecaminoso dentro de la pareja. Ella hace lo imposible por complacerlo sin resultados a la vista. Lo que se presiente es que la chica se hartará. Pero el film se toma demasiado tiempo para confirmarlo. Y se lo toma mal: después de no moverla de su lugar durante largo rato, la obliga a revelarse abruptamente poco antes del final. Los amigos de Vinny conforman un grupo de perdedores patéticos. Holgazanes, prejuiciosos, paran al borde del río, al pie de un cartelón que dice "calle sin salida", tomado una y mil veces en planos detalle que no podrían ser más obvios. Lo que también es obvio es que casi todos esos actores están demasiado grandecitos para dar con el perfil de sus roles. Y ninguno (salvo Michael Rispoli) puede pasar por tano sin enormes concesiones de por medio.

Uno de ellos, Ritchie (Adrien Brody), se irá convirtiendo en una oveja negra ante el resto de la tribu. Ya lo miran mal cuando aparece un día con la cabeza llena de crestas punk. El chico buscará zafar de ese entorno poniendo en pie una banda musical, formando pareja con Ruby (Jennifer Esposito). Pero las cosas van de mal en peor. Por rarito, sus "amigos" empiezan a considerarlo homosexual, y a su novia la estigmatizan como puta por el solo hecho de haberse acostado con dos o tres hombres en un breve lapso. Ya muy avanzada la trama, abrazarán la loca idea de que Ritchie es Sam, el asesino. Pero cuesta creerlo. Las necesidades del guión, en este punto, parecen imponerse ciegamente sobre los motivos de los personajes.

El killer tiene breves e incontables incursiones. Aparece matando, generalmente a parejas, a veces a mujeres solas. El mismo efecto lo acompaña siempre: canciones de la época cuyo volumen sube en el momento en que la sangre brota. Hay que decir que transcurre buena parte de la historia sin que un solo lazo pertinente ligue a este oscuro personaje con los restantes, con lo que el film también gira en el limbo debido a un resonante quebranto estructural. Tardíamente, ambas líneas empalmarán para apurar el desenlace. Entretanto, la exasperante inercia de Vinny y sus amigos parece buscar excusas en el efectismo de los crímenes. Hay más, hay mucho más. Y todo ello resta. Hay "carátulas", también muy efectistas, en las que unos cuantos dados con letras dibujadas forman palabras. Uno a uno caen los dados, por ejemplo, hasta que se lee murder. Y una voz lo deletrea... ¡como en Plaza Sésamo! Hay una etapa en la que todos los personajes dicen fuck (o fucking) cada dos palabras... y que habrá de resultar tanto más indigerible para el espectador anglosajón. Hay frases grandilocuentes que intentan ser vehículos de la corrección política. Una: "¿Quién te dijo que la forma en que te cortás el pelo determina tu personalidad?" Hay, por fin, un denodado afán por traducir una sensación particularmente escurridiza para el cine: el calor, que fue aplastante, según dicen, en aquel verano del '77. Pero no hay caso. Para sentirlo, nada mejor que ver Barton Fink.

Guillermo Ravaschino