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EL VIAJE DE FELICIA
(Felicia's Journey)

Canadá-Inglaterra, 1999


Dirigida por Atom Egoyan, con Bob Hoskins, Arsinée Khanjian, Elaine Cassidy, Sheila Reid, Nizwar Karanj, Ali Yassine, Peter McDonald.



En El viaje de Felicia Atom Egoyan vuelve a demostrar que es un director personalísimo, y con esto queremos decir que no se parece a nadie, que no responde a ninguna convención de género, y que es única su manera de contar historias y crear climas sugerentes. Tiene en este caso la ayuda extraordinaria de Bob Hoskins como actor, en la adaptación de una novela de William Trevor. Egoyan es hoy el realizador más importante y reconocido del Canadá y niño mimado del festival de Cannes. Nacido en Egipto en el seno de una familia armenia pero formado en Canadá, adonde además de al cine, se dedica a la ópera y la televisión.

Como anuncia su título, se trata del viaje hacia la identidad de Felicia (Elaine Cassidy), una chica irlandesa, joven e inocente, quien sale de su pueblo en busca de un novio que ha partido hacia Inglaterra sin dar más noticias. Los datos que ha dejado el muchacho son pocos y difusos, tal vez mentirosos, y la búsqueda no será fácil. En su camino encuentra al señor Hilditch, un gourmet mitómano y solitario que ha sabido llevar su oficio de gerente de catering en una fábrica a un grado de tratamiento exquisito. Ambos son dos individuos que no han podido integrarse a su medio, y el hombre mayor pretenderá ayudarla en su búsqueda, mientras se gesta un cariño entre ellos. Sutilmente, con una información entregada a cuentagotas, nos enteramos de que Hilditch es un ser con un pasado oculto y siniestro, que vive atormentado por el recuerdo de su madre, que lo ha marcado para toda la vida. Solitario y voyeur, antes de Felicia ha tenido la compañía de algunas muchachas que conserva grabadas en videos, cuyos destinos parecen haber derivado en el horror. Sutil, contenidamente, el melodrama se desliza hacia el thriller psicológico. La lección de Hitchcock ha sido asimilada. Con maestría, Egoyan va construyendo la historia lentamente, saca el máximo provecho de recursos muy escasos y deja asomar paulatina y sugerentemente las verdaderas identidades de sus criaturas, generando el suspenso.

La película está estructurada en un contrapunto entre los dos protagonistas: la narración va y viene entre el presente de ambos y flashbacks alternados que informan sobre el pasado de cada uno de ellos y muestran la relevancia de la figura paterna y materna, respectivamente. Al mismo tiempo, la línea argumental de cada personaje está sonorizada con dos tipos de música muy identificables: las baladas irlandesas siguen a Felicia en su viaje, y Hilditch está acompañado de almibaradas melodías de los '50, época en la que parece haber quedado fijado. El contraste es entre dos nacionalidades, tan cercanas aparentemente, y tan irreconciliables. Desde lo visual, la verde campiña irlandesa, bucólica e idealizada, contrasta con las inhóspitas áreas industriales de Birmingham en las que Felicia deambula sin orientación, cada día más desesperanzada.

Film de atmósferas, la primera toma con los títulos es un largo y hermoso travelling que recorre la vivienda de Hilditch, una casa suspendida en el tiempo, donde él acumula objetos viejos y organiza ceremonias gastronómicas acompañado por los videos de su madre. Ya en El dulce porvenir, Egoyan había incursionado en el tema de las difíciles relaciones familiares, en el complejo y vulnerable vínculo entre padres e hijos. Aquí vuelve sobre el tema, en un film sobre la soledad y el dolor, sobre la huída y la locura.

Las actuaciones son excelentes: la joven Cassidy sabe dar a su Felicia el toque ingenuo y romántico de quien inicia un viaje hacia la madurez, y Arsinée Khanjian, esposa y actriz fetiche de Egoyan, está estupenda como la maestra de cocina que sigue estigmatizando a su hijo desde la pantalla de TV durante sus obsesivos rituales culinarios. Pero el mérito mayor corresponde a Hoskins, quien demuestra la amplitud de su registro como actor, y es aquí un maestro en su composición contenida de un hombre cuyas emociones reprimidas lo arrastran a la violencia. Su fuerte acento obrero contrasta con la estudiada entonación paternal y protectora, que utiliza para ganar la confianza de la joven. Hoskins trasmite de tal manera la intensidad de los sentimientos del hombre, su desgarro y sufrimiento, que terminamos por tenerle lástima y no miedo. Lo logra en base a la expresión y el gesto ambiguos, la mirada fugazmente desesperada, que sugiere lo abyecto de sus intenciones.

Sorprendentemente, al final la película quiebra el clima que había elaborado con tanta delicadeza y casi descarrila. Pese a ello, sigue siendo una obra original, perturbadora.

Josefina Sartora     


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