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EL VIAJE INOLVIDABLE
(Exils)

Francia-Japón, 2004


Dirigida por Tony Gatlif, con Romain Duris, Lubna Azabal, Leila Makhlouf, Habib Cheik, Zouhir Gacem
.



Zano y Naima deciden viajar de París a Argelia con el fin de descubrir la tierra de sus antepasados. La jornada los paseará por diversas geografías y culturas y allí el director Tony Gatlif volverá a desarrollar sus temas más afines: el viaje como fuente de descubrimiento, la mirada etnográfica, la corporalidad de los ritos terrenales, la música como propulsor y articulador del viaje.

Pero a diferencia de El extranjero loco o la más reciente Gitano, El viaje inolvidable recurre al esquema de road movie  para proponer otro viaje, el del mismo director a sus propias tierras, la vuelta del peregrino a casa.

La cámara de Gatlif se hace presente y se divide en dos miradas diferentes: por un lado la documentalización del espacio, el escrutinio del terreno (aprovechado al máximo por el formato “scope”) y la participación atenta en las ceremonias culturales; por otro  la estilización de los cuerpos, la tendencia a lo instintivo y la medianía de los personajes.

La primera de de aquellas miradas, si bien suele recostarse en el paisaje, se vuelve hipnótica a la hora de atestiguar la música y los bailes de Andalucía y la región de Magreb, la barrera entre ficción y documental se torna imperceptible y la cámara se vuelve un gran ojo (atención, nada que ver con Vertov) que no oculta su presencia pero se concentra en el disfrute y el acopio de sensaciones. Ambos personajes van adentrándose en culturas ajenas y a medida que el éxodo se acerca a destino, la desubicación y la orfandad serán mayores.

Y aquí me permito una digresión. Mucho se ha dicho (o mejor, escrito) sobre el pretendido choque de culturas en el cine de este director gitano. Pero aquí las culturas no entran en conflicto; es decir, si bien ciertas convenciones culturales (la vestimenta, por ejemplo) pueden resultar antagónicas, el texto fílmico no se somete a la problematización entre ellas, sino que opta por una inmersión en terrenos inexplorados: el carácter viajero de los protagonistas define su mirada como apropiadora de cada situación sin establecer otro parámetro más que el del descubrimiento. El desplazamiento geográfico sí acentúa la falta de pertenencia de los emigrados a una cultura propia.  Más aun, si los motivos de tal exilio son causas extremas como la guerra o la pobreza. Pero esta sensación esta más signada por la melancolía, la tristeza y la noción de pérdida que por los elementos incompatibles en una comparación nunca hecha.

Como en sus anteriores obras, Gatlif atraviesa su relato con la música (no olvidemos que él mismo se encarga de ella) y la utiliza como eje cultural principal; a partir de sus danzas, de sus tradiciones y del erotismo que de ella se desprende. La sensualidad se vuelve corporalidad pura a través del recorte de las figuras, de los planos detalle, de la sexualidad manifiesta y de la identidad que implica cada ritual.

Ahora bien: este encuentro con lo desconocido se ve afectado por una compulsión a la exageración. Exageración que se advierte en la puesta de cámara, en el delineado de las conductas y en el propósito de dotar a cada situación de un dramatismo que opaca el disfrute de lo inexplicable.

La película oscila entre estas dos narraciones, que parecen no encontrar una conciliación hasta el epilogo. Este último tramo concentra ambas posturas en un larguísimo plano secuencia, donde se describe una letárgica danza argelí que lleva al trance, combinando el crescendo musical con una cámara que se pasea por rostros, cuerpos y colores en un rito iniciático que confunde la vigilia  y el ensueño. El director pone fin a su viaje en su tierra natal y abandona a sus dos protagonistas, en su exilio compartido, al encuentro con sus raíces.

Bruno Gargiulo      

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