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X Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente


Sección: Panorama


Let The Right One In (Deja que entre el indicado. Suecia, 2008. Dirigida por Tomas Alfredson). Desde Suecia arribó al festival una de las mejores películas de terror que he podido ver últimamente. El film de Tomas Alfredson es, a la vez, una historia de amor entre un niño y una niña de doce años (Oskar y Eli), y un relato de vampiros (la niña en cuestión pertenece a esta estirpe). El magnífico título une ambas subtramas con sintética habilidad: “Deja a la persona correcta entrar” alude a la necesaria invitación de la víctima para que el vampiro pueda irrumpir en su morada, tanto como a la aceptación y el reconocimiento del amor verdadero. La clave del éxito de este film reside –como en toda buena película en la complejidad de sus imágenes. Al frío ambiente nevado del país nórdico le quedan muy bien las manchas de sangre y el gore ochentoso, y a los conflictos de la infancia les viene como anillo al dedo el mito vampírico. Alfredson combina las dificultades de los protagonistas para relacionarse con el mundo (Oskar por la persecución de sus compañeros, Eli por la sed de sangre) poniendo así en un mismo nivel lo cotidiano con lo fantástico. Ambos contienen al principio su agresividad (Oskar porque no se anima, Eli porque un hombre ¿su padre? mata para ella, extrayendo la sangre de sus víctimas en un bidón, para que Eli tenga algo de beber durante la cena), pero a medida que avanza el relato les es imposible evitar la violencia. Y conforme ganan en seguridad e independencia (o sea, crecen), también se acercan al peligro y al crimen. Por eso, al unir narrativamente ambos universos, Alfredson puede, en el clímax, lograr lo impensado: que una masacre resulte un acto de amor.

La película, de una apariencia simple, esconde más de lo que muestra, como la sutil homosexualidad latente de más de una figura paterna. Posee también algunas secuencias exquisitas, dignas de una buena película de terror, como un ataque masivo de gatos (¡!), otro bajo un puente oscuro (elemento indisociable del cine fantástico), y la mencionada escena final en una piscina climatizada, en las que el director demuestra su capacidad para el uso del espacio y del fuera de campo. El montaje paralelo en la secuencia de la excursión escolar al lago congelado es por demás ejemplar: al mismo tiempo que Oskar se cobra “su primera víctima” golpea con un palo a un pibe que siempre lo molestaba, lastimándole el rostro, una pequeña descubre el cuerpo congelado de un hombre mordido en el cuello. Ambos sucesos desencadenan al unísono los gritos aterrados de los infantes, y el profesor no sabe a donde acudir primero. No exenta de humor, de sustos ni de romanticismo, Let The Right One In sorprende por su aceitada e invisible mano narrativa, logrando aterrar, deslumbrar y conmover en proporciones equivalentes. Ramiro Villani

En la ciudad de Sylvia (España-Francia, 2007. Dirigida por José Luis Guerín). Puede que haya sido la mejor película del festival, si es que esto significara algo, pero de lo que sí estoy seguro es de que la película del director de Innisfree y Tren de sombras hunde sus raíces en los orígenes del cine y en formas artísticas que lo preceden, como la poesía, el dibujo y la arquitectura. En cuanto al relato, sólo cabe decir que asistimos a la llegada de un hombre –joven y hermoso al modo del romanticismo a Estrasburgo, que se sienta durante 20 minutos a observar mujeres en un café, que sigue a una de ellas durante más de media película, que la alcanza, descubre que ella no es quien él creía que era, y eso es todo. Pero, efectivamente, eso es un todo hipnótico, compacto, expresivo, autosuficiente como el cine mismo, poblado de suspenso, tristeza, gracia y felicidad. Hay una secuencia que ilustra la dimensión casi religiosa, en el mejor sentido de la palabra, que adquiere este film: la mujer perseguida por el protagonista espera en un andén y la cámara, luego de un travelling o lo que yo quiero recordar como un travelling, se acerca y la enmarca en un primer plano cuyo fondo está aureolado por los vitrales de una catedral. Esa mujer, entonces, pasa a ser La Mujer; esta película El Cine; y nosotros los devotos comulgantes de ese momento en que vimos la luz en los hombros de Pilar López de Ayala, y hubo una cámara para registrar lo irrepetible. El cine como catedral perecedera. Marcos Vieytes

Chacun Son Cinéma (Francia, 2007. Directores varios). Este es el resultado de una iniciativa del Festival de Cannes, que reunió a más de dos decenas de directores y cineastas para que filmaran cortos sobre el cine. El conjunto es más bien decepcionante. Los segmentos de Nani Moretti (encarnando a una especie de espectador ideal, crítico como para saber cuándo una película está fuera de foco y exigir su ajuste, y sensible como para canturrear sin culpa el tema de Rocky Balboa) y Elia Suleiman (riéndose vía Buster Keaton de las imposturas culturales) son geniales; los de Takeshi Kitano, Manoel de Oliveira y David Cronenberg son excelentes; los de Tsai Ming-liang, Hou Hsiao-hsien, Lars Von Trier y Roman Polanski se disfrutan; el resto va de lo banal a lo vergonzante. Las causas de este fracaso global pueden encontrarse en el carácter institucional (fue organizado por el Festival de Cannes con un sesgo fuertemente autocelebratorio) y la tonalidad mayormente mortuoria del film, junto a la entronización apresurada como autores cinematográficos de advenedizos y chantajistas sentimentales varios (Amos Gitai, Alejandro González Iñárritu). Los mejores cortos del film son cómicos, pero a la vez se valen del humor para dejar sentada su disidencia con todo statu quo. Los otros optan por adular al establishment cultural (Youssef Chahine), llorar a los muertos (Theo Angelopoulos) o hacernos llorar poniendo en primer plano a ciegos, pobres, nenes y, en el colmo de la obscenidad, nenes ciegos y pobres a la vez (sólo faltó que fueran tullidos). Pero quizá lo más nocivo del proyecto radique en la obligación que siente el público de aplaudir todos y cada uno de los cortos una vez aparecida en pantalla la firma del director de turno, aplastada su capacidad de juicio ante tamaño seleccionado de prestigio cultural. Marcos Vieytes

El círculo (Uruguay, 2008. Dirigida por José Pedro Charlo Filipovich y Aldo Garay Dutrey). En septiembre de 1973 fue apresado un grupo de 9 jóvenes tupamaros por la dictadura militar que gobernaba Uruguay bajo el cargo de subversivos, y encarcelados durante diez años en varias prisiones del país sin contacto alguno con el mundo durante todo ese tiempo. Uno de esos “rehenes” (así fueron nominados por la Historia) es Henry Engler quien hoy en día vive en Uppsala (Suecia), donde se exilió y se recibió de médico. Profesión por la que es altamente reconocido por haber avanzado exitosamente en el estudio del mal de Alzheimer.

El documental recorre hoy el vía crucis de ayer de Engler en cada uno de los lugares en los que estuvo detenido mechando con testimonios tanto de él como de los otros compañeros que aún siguen con vida y recuerdan esa etapa y el sufrimiento.

Más allá de algún comentario al pasar que refuerza la idea de colectividad que conllevaba la lucha setentista, queda claro que el tiempo de detención es un tiempo particular y bastante individual (que no individualista) en el que cada uno debió sobrevivir según sus armas y métodos propios. Lo que resulta entonces en un documental que retrata una vida y la sinécdoque está de más.

“No tenía ni idea cómo era este lugar por el lado de afuera, realmente”, dice Engler en algún momento, el médico que sigue sosteniendo sus ideales de ética y moral como parámetros indispensables de una ciencia humana, anche humanista, mientras se pierde por los pasillos de un hospital sueco de última generación y nos acerca la anécdota de un hecho sorprendente que bien podría ser la justificación del título. Javier Luzi

Persépolis (Francia, 2007. Dirigida por Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud). Marjane "Marji" Satrapi, nacida en 1969, es probablemente la única dibujante e historietista iraní. Retrató su vida en un cómic (éxito de ventas en Francia y fenómeno a nivel mundial) y luego la plasmó en esta película en colaboración con el francés Vincent Paronnaud. Persépolis cuenta las vivencias e impresiones de Marjane desde la época del Sha hasta nuestros días. Y, respetando los códigos de su origen, está hecha en dibujos animados y casi en su totalidad en blanco y negro. Satrapi construye un gran relato en forma de racconto para narrar una historia de tintes políticos y dramáticos, en donde repasa la época de su infancia bajo el gobierno del Sha, su posterior derrocamiento por el fundamentalismo más brutal, su exilio forzado a Europa y su vuelta a Irán pos 11 de septiembre.

La visión de la directora, de claras referencias expresionistas (cita a "El grito" de Munch incluida) y no carente de humor y poesía, habla de temas universales como el derecho a la libertad de expresión, la madurez, la discriminación (racial y sexual) y las relaciones familiares. Lejos de caer en clisés, decide mostrar el sufrimiento de sus personajes con cierto pudor y esperanza. Marji, la protagonista (a cuyo dibujo Chiara Mastroianni dotó de voz), es una poderosa mezcla de Mafalda (la de Quino), Juno (la de la reciente película de Jason Reitman) y Sagreh, la heroína de A las 5 de la tarde, de Samira Makhmalbaf. Rebeldía, desobediencia a códigos sociales que considera injustos, pasión, se mezclan con una mirada por momentos risueña sobre la realidad que la rodea. Su mirada sobre el mundo occidental no está exenta de críticas y demuestra su inconformismo ante la tierra (Europa) a la que llegó para vivir.

Hace un par de días descubrí gracias a un sitio web a Sarah Maple, una artista de 23 años, mezcla de musulmana y cristiana que se crió y vive en Inglaterra. Viendo su más que recomendable página en Internet (www.sarahmaple.com/) pude ver que Satrapi no es la única joven dedicada a retratar artísticamente ese conflictivo cruce de orígenes en su historia. Sergio Zadunaisky

Le Voyage Du Ballon Rouge (Francia, 2008. Dirigida por Hou Hsiao-hsien). Hou Hsiao-hsien se muda a Francia y filma una película dedicada a la memoria de Albert Lamorisse, director de El globo rojo y Crin blanca. Primer peligro: que el autor de Millenium Mambo y A City Of Sadness se haya afrancesado. Segundo peligro, no desvinculado del primero: que el material escogido nos exponga al más empalagoso y anticinematográfico simbolismo. A Dios gracias –y a diferencia, por ejemplo, del último Kieslowski– ni una ni otra cosa suceden. El cine de este autor chino, que junto al recientemente fallecido Edgard Yang y a Tsai Ming-liang instalara a Taiwán como un punto cinéfilo-geográfico preciso, confirma con esta película sus más nítidas señas de identidad. Concreto como pocos, edificado con grandes bloques sonoros y cromáticos, sobrias y contadas epifanías musicales, y planos secuencia en los que la cámara disimula su virtuosismo entre los personajes, Le Voyage Du Ballon Rouge tiene la virtud de acercarse a lo francés cautelosamente. No por nada escoge a una compatriota, que mientras estudia cine en París cuida a la hija de una titiritera, como personaje puente entre la cultura original de HHH ("Orígenes" también se llama el corto que la estudiante ha filmado) y la francesa, que sólo podríamos llamar nueva entre comillas, porque es la que lo ha nutrido cinematográficamente. Baste con decir que su primer largometraje terminaba con un movimiento de cámara y congelado de imagen idéntico al de Los 400 golpes. Por eso aquí “lo francés” está reducido al cuerpo, la voz y los movimientos de Juliette Binoche, pero desprovistos de todo glamour prefabricado, y “lo francés cinematográfico” remite a un referente no cinéfilo sino popular como lo es el mediometraje de Lamorisse, cuyo potencial interpretativo es afortunadamente neutralizado mediante la explicación técnica del trucaje que hace posible el vuelo increíble del globo. Una verdadera película material. Marcos Vieytes

Stellet Licht (Luz silenciosa. México-Francia-Holanda. Dirigida por Carlos Reygadas). Carlos Reygadas imprime un giro de ciento ochenta grados a su filmografía. Para eso se va hasta la frontera entre México y Estados Unidos, para retratar a una particular comunidad, que a pesar del contacto con la civilización occidental es capaz de conservar ritos y costumbres que la distinguen plenamente. Allí, se centra en la historia de un hombre casado, que se enamora de otra mujer. Reygadas es claramente consciente de lo simple pero conmovedor que puede ser esto y lo aplica a la puesta en escena, a través de planos fijos o sutiles planos secuencia, concentrándose en los climas, los silencios y las miradas cargadas de significado. Nunca juzga a sus personajes, deja que ellos afronten por sí mismos los dilemas morales, la necesidad de amor, la frustración por el engaño, la tristeza por la pérdida. Sí, es verdad, no es perfecta: tiene unos veinte minutos de más y el final, con su indistinguible referencia a Orden, de Dreyer, suena forzado y hace un poco de ruido. Pero eso no disuelve los notables méritos de Reygadas, quien supo apartarse del rumbo que llevaba para barajar y dar de nuevo. Rodrigo Seijas

Elle S’Apelle Sabine (Ella se llama Sabine. Francia, 2007. Dirigida por Sandrine Bonnaire). Sabine es la hermana autista de Sandrine Bonnaire, la actriz de La ceremonia, Sin techo ni ley, y tantas otras películas en las que la cámara fijó para siempre esa sonrisa suya exageradamente luminosa que esta película reproduce en otros rostros casi idénticos. Porque cada vez que vemos a Sabine sonreír, creemos ver a Sandrine y suponemos estar ante la presencia de un doble que la enfermedad ha transformado despiadadamente, como podemos comprobar comparando las imágenes filmadas en el presente –y cámara en mano por la actriz devenida directora– con las grabaciones familiares correspondientes a un pasado en el que todavía no se había inscripto el deterioro en el cuerpo de Sabine. ¿Qué hubo en medio de uno y otro registro? Cinco años de internación en un psiquiátrico que pesan sobre la conciencia de Sandrine, pero que también ella hace pesar sobre el sistema de salud francés, incapaz de brindar asistencia apropiada a los autistas adultos. La singularidad de esta película, pudorosa y dignamente emotiva, proviene de dos fuentes: los propios autistas obstinados en ignorar la primacía de la cámara y los estatutos convencionales de la representación, y las imágenes de archivo trabajadas con criterio casi expresionista. Marcos Vieytes

L’Avocat De La Terreur (El abogado del terror. Francia, 2007. Dirigida por Barbet Schroeder). Barbet Schroeder se decide a documentar la historia del abogado que ha defendido a dictadores, terroristas, genocidas y criminales de la peor especie. Lo hace utilizando un recurso tan simple como efectivo: entrevistarlo a él, a las personas que lo conocieron y los que escucharon toda clase de historias sobre él. Va surgiendo así un personaje apasionante, capaz de decir mucho pero guardarse también un montón, repleto de claroscuros, con una ética plena de contradicciones pero que él maneja con total coherencia y desparpajo. Por momentos, parece un tipo tremendamente comprometido con sus ideas. En otros, da la impresión de ser un mercader de la Ley. Schoroeder sólo es capaz de rescatar fragmentos de su vida y sus concepciones. Con eso se conforma, consciente de la fascinación que ejerce el misterio en el espectador. Rodrigo Seijas

I’m A Cyborg, But That’s Ok (Soy un cyborg, pero está bien. Corea del Sur, 2006. Dirigida por Park Chan-wook). Luego de la “trilogía de la venganza” (Sympathy for Mr. Vengeance, Old-boy y Sympathy for Lady Vengeance), Park Chan-wook decidió tomarse un respiro haciendo una comedia romántica. Bueno, lo de comedia romántica viniendo del director que viene y del país de origen, no debe tomarse muy literalmente. La historia transcurre en un hospicio, donde una chica, Cha Young-goon, convencida de ser un cyborg, pasa sus días junto a otros internos. Aquí la historia es bastante lineal, con bruscos cambios de tono y de registro, en donde realidad y fantasía se encuentran bien diferenciadas. Algunas imágenes recuerdan a Criaturas celestiales de Peter Jackson o a películas de hospitales psiquiátricas como Atrapado sin salida (Forman), Hombre mirando al sudeste (Subiela) y La casa de los engaños (Konchalovski). La locura de los personajes le sirve a Park de coartada para trabajar imágenes surrealistas, poéticas.

“Un cyborg no debe comer”, dice la chica a sus médicos y guardias, y sin saberlo comienza a dejarse morir de inanición. Un chico que también está internado hará lo posible porque vuelva a alimentarse. Y casi sin querer se enamora de ella. Así, el director transita por un camino conocido pero dándole a su historia rasgos personales y de una gran belleza formal. Una de las marcas de autor vistas en películas anteriores, la violencia estilizada con fondo de música clásica, aparece en las escenas donde la chica, convertida (ya verán cómo) en cyborg, asesina a todo aquel que lleve guardapolvo blanco. Unica marca reconocible, quizá, relacionada con formas ya experimentadas en su trilogía de la venganza.

I'm a Cyborg... es también una película sobre la madurez, la transición de la adolescencia a la edad adulta y las relaciones familiares. Cha Young-goon, por un mandato materno, guarda celosamente un secreto, el de su identidad como máquina y se relaciona fuertemente con su abuela, quien fue sacada de su casa y llevada en una ambulancia cuando ella era más chica. La anciana intentó decirle algo, pero nunca llegó a completar la frase: “el propósito de tu existencia es...”. Ella deberá encontrarlo por su cuenta.

La película demuestra que este director coreano puede filmar con sabiduría la historia que le venga en gana, con total dominio formal sobre el material tratado, y que puede seguir sorprendiendo a los espectadores con recursos de una gran inventiva e imaginación. Sergio Zadunaisky

Useless (Inútil. China-Hong Kong, 2007. Dirigida por Jia Zhang-ke). Tal es la elegancia de este autor que puede llamarnos a confusión más de una vez. El suyo es un cine equilibrista, para tomar prestada quizá la imagen más explícita del mismo (correspondiente al último plano de Still Life), pero a la vez una de las más adecuadas. La cuerda por la que camina es la propia China, y los extremos que la definen son los del comunismo y el capitalismo. En el medio, Jia Zhang-ke filma la tensión con una gracia infinita, unos travellings ¿demasiado? hermosos, y ni una palabra de más. En tiempos en los cuales hasta en nuestro país hay gente que siente el deber de soplar la antorcha olímpica cuando pasa a ver si se apaga en protesta por los derechos humanos permanentemente violados por el gobierno chino, sus películas pueden parecer en extremo complacientes. Quien así piense pasará por alto que la crítica política de un artista no tiene por qué manifestarse en el nivel más elemental del contenido, que la moderación de este cineasta parece obedecer a una estrategia (es uno de los pocos que ha podido lidiar con la censura oficial sin traicionarse o asimilarse –pienso en Zhang Yimou–), que su lucidez y hasta ferocidad no es menor ni menos deliberada por revelarse en los intersticios de sus films, y que el estado del mundo en general no facilita ninguna toma de posición unívoca. Con la industria del vestido como tópico principal, Zhang-ke exhibe la regla de un país lleno de gente que apenas si puede remendar sus uniformes de minero, y la excepción –que confirma aquella– de una diseñadora china triunfante en París que, luego de hacer fortuna con la producción en serie de su línea de prendas bautizada Exception, decide volver a las fuentes creando una nueva línea exclusiva y enterrándola para que el tiempo y los elementos impriman su huella sobre ellos. Sin subrayar en lo más mínimo la naturaleza irónica de las situaciones, Useless no sólo reflexiona sobre China y el capitalismo en general, sino también sobre el cine y la condición actual de performance asumida por buena parte del mismo. Marcos Vieytes

The Show Must Go On (El espectáculo debe continuar. Corea del Sur, 2007. Dirigida por Han Jae-rim). El cine industrial de Corea es un cine políticamente activo y eso se refleja en su vitalidad cuantitativa (gracias a medidas tomadas por el Estado que el año pasado han empezado a ser amenazadas por el pedido expreso –bah, extorsión– norteamericano de que se deroguen diversas leyes proteccionistas en beneficio de sus productos), en el cultivo simultáneo de géneros convencionales y de films que los toman como punto de partida para luego desviarse ligera o desenfrenadamente de ellos, y en el reflejo de los conflictos sociales que sus argumentos revelan. Suerte de "The Sopranos" made in Corea, The Show Must Go On tiene la osadía de identificarnos con un mafioso, aunque de poca monta, e igualar su rutina a la de cualquier empresario PyME que hace lo posible por crecer financieramente mientras procura estabilizar su vida de familia, que incluye a una esposa cansada de que su marido no pueda desligarse nunca del todo de las raíces delictivas de su nuevo emprendimiento inmobiliario, y a una hija adolescente incapaz de aceptar que él le regale a su profesor entradas con descuento para un show se strip-tease después de una reunión de padres. La inestabilidad de una cámara que se balancea continuamente da cuenta de la zozobra que embarga a personajes y público. La pelea entre obreros, sindicalistas y mafiosos devenidos contratistas, es antológicamente discepoleana; el plano final es uno de los más tragicómicos –como el tono del film todo– que ficción alguna ha sabido conseguir, en gran medida gracias a Kang-ho Song (The Host, Secret Sunshine, Memories of Murder), el más carismático actor coreano conocido en Occidente. Marcos Vieytes

I’m Not There (No estoy allí. Estados Unidos-Alemania, 2007. Dirigida por Todd Haynes). En pleno revival dylaniano, y tras poder disfrutar de su gran show en Vélez, terminé el Bafici 2008 viendo el ambicioso retrato de Todd Haynes sobre Bob Dylan, que como es habitual en este director, transforma una película de género, en este caso el biopic, en un OVNI cinematográfico. La complejidad del mecanismo de transformación de las convenciones genéricas de I'm Not There es tan grande que uno termina preguntándose si el espectador que desconoce por completo el universo de Dylan podrá entender algo sobre el personaje en cuestión, aunque tal vez estemos tan acostumbrados a tanto didactismo y moralismo de biografías autorizadas que nos encontramos temerosos ante semejante inversión estructural.

En la trama, Haynes nos propone evocar a Dylan a través de seis personajes, uno de ellos interpretado por un niño negro y otro por una mujer (Cate Blanchett). Pero la cosa es aun más compleja, ya que algunos de ellos representan momentos de la vida real de Dylan (el fracaso de su matrimonio, la etapa folk, el pasaje al rock, la conversión al catolicismo), pero otros surgen de la mitología de sus canciones y escritos (el avejentado Billy The Kid que se revela contra el sistema a favor de los marginados, el niño Woody Guthrie que, fugado de su hogar, atraviesa el país en tren como un vagabundo, tocando canciones de la depresión del '29 y de los sindicatos de la época, o el poeta Rimbaud declarando ante la Ley en un lenguaje que ésta jamás comprenderá). En la narración, el montaje intercala cada una de las historias sin un orden aparente, incluso dejando algunas de ellas suspendidas para desarrollarlas en la última parte del film. Además, representa en imágenes congruentes con la trama algunas grandes canciones de Dylan (I Want You, Ballad of a Thin Man, Visions of Johanna, etc.), creando inmejorables videoclips que sintetizan algunos de los momentos más importantes de su vida y obra. Los diálogos también son sutilmente atravesados por la poesía de Bob, y los conocedores se encontrarán gratamente sorprendidos al ver lo bien que cuajan los versos del músico en las frases de los personajes. Y no faltan los apuntes cinéfilos, como en la secuencia en blanco y negro en la que Dylan (idéntica, perfecta, Cate Blanchett) llega a una lujosa fiesta en la que va a ser entrevistado y agasajado, en compañía de cuatro muchachos de traje oscuro y flequillo que corretean como niños excitados en una película de Richard Lester, y al despedirse son perseguidos por una horda de adolescentes no menos excitadas (todo filmado, por supuesto, a muchos menos cuadros por segundo de lo que estamos acostumbrados). Esa misma secuencia continúa iluminada en demasía, con extraños diseños de muebles blancos y gente de diversa clase que merodea a un Dylan atribulado, tratando de responder a todos sin escuchar a nadie, en tácito homenaje a 8 y ½ de Fellini. Hay también algo de western y road movie, pero más relacionado con el propio mundo de las canciones de Dylan.

Lo más importante de tan compleja construcción dramática es que Todd Haynes aniquila las convenciones del biopic ofreciendo exactamente su opuesto. Basta ver al azar, digamos, las películas sobre Ray Charles o Johnny Cash estrenadas recientemente, para observar que, con menor o mayor calidad, nos ofrecen siempre la misma mirada. Un conflicto originario (la muerte de un hermano, en ambos films, si mal no recuerdo) que motiva el exorcismo artístico de la culpa, un ascenso triunfal, un descenso a los infiernos de la fama y los vicios terrenales (cuándo no: sexo, drogas y rock & roll), y la posterior redención del héroe popular, que nos deja una oportuna moraleja, sentimental y simplista, como para alejarnos de los peligros de la vida del artista y ofrecernos una explicación tranquilizadora en cajita cerrada y con moño.

I'm Not There presenta a Dylan como un misterio, una vida que, pese a dejar una huella imborrable en nuestra cultura, es imposible de rastrear en búsqueda de certezas. Una vida que podemos apreciar poéticamente, pero que se niega a ser reconstruida, explicada, reducida a ejemplo didáctico. Y Haynes comprende que ahí reside parte del genio de Bob Dylan y de sus constantes metamorfosis. Por eso en I'm Not There no hay tiempo ni espacio claramente establecidos, no hay diferenciación entre vida y obra, entre aparición pública o experiencia privada. Todo se encuentra disperso y entrecruzado como en las complejas composiciones que ofrece el músico en sus canciones. Un ambicioso acercamiento al universo del gran Bob Dylan, con la bienvenida intención de perderse allí, sin extraer conclusiones aleccionadoras. En resumidas cuentas: Todd Haynes comprendió a qué se refería Dylan cuando cantaba: "Don´t ask me nothing about nothing, I just might tell you the Truth" (No me preguntes nada de nada, podría llegar a decirte la verdad). Ramiro Villani

Le Cêdre Penché (El cedro inclinado. Canadá, 2007. Dirigida por Rafael Ouellet). Cuando dos hermanas distanciadas, y no solo físicamente, se vuelvan a juntar por la muerte de su madre se abrirá un espacio de duelo y de reproches por lo que no se hizo y lo que ya se fue. Hay quien revisará el pasado. Hay quien huirá de los lugares. Pero ese tiempo juntas servirá para conocerse.

La muerta era una cantante melódica. Conocida en su ciudad, querida y admirada. Desconocida para sus hijas más enfrascadas en sus propias vidas y problemáticas. Las chicas también cantan.

Esta película, pequeña y sentida, mínima en su desarrollo y su tema, sencilla en sus recursos es un tratado de sentimientos a través del uso de la música que se vuelve un elemento indispensable y puntúa la narración. El silencio entre las protagonistas, lentamente, se va llenando de sonidos, de música, de canciones a compartir. De la banda sonora de lo que han vivido. Javier Luzi

Redacted (Editado. Estados Unidos, 2007. Dirigida por Brian de Palma). La filósofa, escritora y guionista Susan Sontag escribió en 2004, a partir de la exposición pública de fotos de soldados en Irak torturando con alegría a hombres y mujeres en Abu Ghraib, un artículo titulado "¿Qué hemos hecho?" Allí, Sontag hablaba del uso de las imágenes en las guerras modernas, que antes eran patrimonio de los corresponsales periodísticos y hoy, cámaras digitales mediante, son de los soldados mismos, que se las intercambian entre ellos o las envían rápidamente a cualquier lugar del planeta. Y agrega que "son esos mismos soldados los que posan, pulgares hacia arriba, ante las atrocidades que cometen (...). Lo que se deja ver a través de estas fotografías es tanto la cultura de la desvergüenza como el reinado de la admiración por una brutalidad imperdonable."

La película de De Palma, ganadora del León de Oro a la mejor dirección en el último Festival de Cine de Venecia, pone el foco sobre un tema que también tratan otras películas recientes, como El sospechoso (Rendition, Gavin Hood, 2007) y como "La conspiración" (In The Valley Of Elah, Paul Haggis, 2007), film que podría funcionar como una continuación de Redacted, una contracara de la moneda de la violencia y el comportamiento del ejército estadounidense en Irak. Basada en un caso real de violación y masacre de un grupo de civiles indefensos por parte de soldados estadounidenses, Redacted nos introduce en la intimidad de los uniformados, filmada por uno de ellos, aspirante a director de cine. La película de De Palma trata sobre hechos ocurridos en Medio Oriente, donde pelean los soldados de Estados Unidos, y la de Haggis es sobre esos mismos soldados cuando vuelven a casa. Las dos películas comparten el uso de las imágenes registradas por los soldados para mostrar la banalidad del horror con toda su indolencia y ferocidad.

El italo-americano vuelve a sus comienzos haciendo un film puramente político y contestatario sin abandonar su constante uso de las imágenes como motor y fundamento principal de sus historias. Y la fuente de esas imágenes no es sólo la mencionada cámara de video, sino también las páginas web colgadas por miembros de uno y otro bando, Youtube, las cámaras de seguridad y las de la televisión. Este mosaico multimediático se completa con aquellas imágenes registradas en la cabeza de cada uno de los soldados, imágenes que, como denuncia uno de ellos al terminar la película, no se borrarán jamás de su mente, torturándolo hasta el fin de sus días.

En su país, de Palma es considerado un terrorista potencial, quien con su película impulsa la creación de nuevos atentados. Acá la discusión no es sobre qué muestran las imágenes, sino sobre qué pasa cuando toman estado público. En su artículo, Sontag decía: "Así que ahora las fotos continuarán 'agrediéndonos' como muchos estadounidenses seguramente se sienten. ¿La gente se acostumbrará a ellas? Algunos estadounidenses ya están diciendo que han visto 'suficiente'. No así, sin embargo, el resto del mundo. La guerra sin fin: un fluir sin fin de imágenes. ¿Los editores de los diarios, las revistas, la televisión estadounidense considerarán ahora que mostrar más de ellas o mostrarlas sin cortes (lo cual, en algunas de las imágenes más conocidas, da una visión diferente y en algunas instancias más espantosa de las atrocidades cometidas en Abu Ghraib) sería de 'mal gusto' o demasiado implícitamente político? Por político, léase: crítico de la administración Bush. Porque no puede haber dudas de que las fotografías dañan, como lo expresó el Sr. Rumsfeld, la reputación de 'los honorables hombres y mujeres de las fuerzas armadas que están protegiendo con coraje, con responsabilidad y con profesionalidad, nuestras libertades en todo el planeta'. Este daño a nuestra reputación, a nuestra imagen, a nuestro éxito como poder imperial es lo que principalmente deplora la administración Bush. Cómo es que la protección de 'nuestras libertades' y aquí se está hablando sólo de la libertad de los estadounidenses, el 6 % de la población del planeta llegó a requerir la presencia de los soldados estadounidenses en cualquier país donde quiera estar ('en todo el planeta') todavía no llegó a debatirse tampoco. Se está atacando a los Estados Unidos. Estados Unidos se ve a sí mismo como víctima del terror potencial o futuro. Estados Unidos solamente se está defendiendo contra enemigos implacables y furtivos." Sergio Zadunaisky


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