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XVIII Festival Internacional de Cine de Mar del Plata


4 Días, 16 films


Pasé unos breves, intensos, cinematográficos días en Mar del Plata: 4 días, 16 películas, no sé si me explico, más algunos eventos paralelos.

El Festival de Mar del Plata siempre genera mucha prevención entre los críticos, por el nivel mediocre y desparejo que generalmente tiene su programación. Por ser Categoría A, no pueden presentarse en la competencia películas exhibidas en otros festivales de esta categoría, y es sabido que las grandes productoras internacionales prefieren presentar sus films en sitios mucho más comerciales como Venecia, Cannes o Berlin, y como resultado en Mar del Plata suelen competir películas de segundo o tercer orden. Como de costumbre, entonces, la sección Competencia no fue la mejor del Festival. Este año las preferencias pasaban por la Selección fuera de Competencia, La Mujer y el Cine y Punto de Vista.

Algunas observaciones sobre el Festival. Este año los organizadores tuvieron como prioridad el objetivo político. Todos los discursos de los funcionarios del INCAA y de la Secretaría de Cultura (cuyo titular comenzó su discurso de apertura con la redundante frase “Hace un año atrás...”) tuvieron un solo tema y una sola finalidad: colocarse políticamente. En un año de elecciones, el cine pasó a ser actor de reparto, nadie pareció acordarse realmente de qué es lo que nos convocaba. Se intenta hacer del Festival de Mar del Plata un evento de promoción del cine iberoamericano, a la manera de los Festivales de Cine Latino que tienen lugar en varias ciudades del mundo, y no en Argentina hasta ahora. Se firmaron acuerdos con el Mercosur, hubo muchos funcionarios españoles invitados y una sección de cine español en el marco del ciclo Raíces, que busca investigar sobre los orígenes de los habitantes de la Argentina. Suponemos que seguirán Italia, Polonia, Siria y otros países ancestrales.

El nivel del cine iberoamericano presentado, sin embargo, fue de mediano para abajo. El Festival abrió con una película brasileña –Ciudad de Dios– y con una española –Salomé–, ambas de próximo estreno. Los premios respondieron al mismo objetivo: El Ombú de Oro fue para la brasilera Separaciones, de Domingos de Oliveira, quien también actúa en su film y ganó el Ombú de Plata al Mejor Actor. Se trata de una comedia sumamente discursiva, basada en una obra de teatro del director y la vemos como una suerte de autorretrato. Una pareja en crisis y las alternativas que se les presentan, con diálogos y situaciones graciosas, pero sin el nivel para ganar un premio Internacional. De lo poco que vi de Competencia, preferí la canadiense Past Perfect, dirigida y protagonizada por Daniel MacIvor, que también trata la crisis matrimonial, pero de manera mucho más sobria e interesante. El Ombú de Plata al Mejor Director fue para el español Antonio Chavarrías por Volverás. Como mejor film de Latinoamérica fue elegido El fondo del mar, de Damián Szifron, con el cual tuve una de las decepciones del Festival. El año pasado no me perdía ningún capítulo de Los simuladores en la televisión, pero en este largo Szifron no aprovecha los recursos y la creatividad que supo desplegar en esa serie. Cierta inverosimilitud, un guión con truquitos graciosos pero que nunca levanta vuelo, un Daniel Hendler con su personaje de siempre… y la película se me escurrió entre los dedos. Eso sí: Gustavo Garzón encontró el papel de su vida.

Conociendo la propuesta del Festival, llama la atención que no se haya aprovechado esta preciosa oportunidad para presentar más del nuevo cine argentino, y que sólo se proyectaran 3 largometrajes locales. Uno de ellos protagonizó el papelón del año: Valentín, de Alejandro Agresti, fue objetado por haber participado del Festival de Biarritz y lo retiraron de competencia después de haber sido exhibido, aunque lo reincorporaron horas más tarde, en una decisión harto confusa cuyas consecuencias aún están por verse.

La decadencia del Hotel Provincial, donde estaban las oficinas, indicó el tono del Festival. La desorganización fue la de siempre, parece que nadie quierte aprender de experiencias anteriores, y la autocrítica estuvo ausente. Al margen de ello, este año el programa se cumplió casi en su totalidad sin cambios, y las funciones empezaban y terminaban puntualmente. En la Oficina de Prensa, Berta Esion hacía todo lo posible para disimular errores ajenos y que los periodistas pudieran trabajar dignamente. Pero más allá de las distintas intenciones de sus organizadores, es importante destacar que el principal logro del Festival fue haber convocado enorme cantidad de público, que llenó casi todas las funciones: las colas de la mañana para conseguir entradas eran interminables, la gente quería ver cine, sin importar qué cine fuere, y una vez más comprobamos que con una entrada barata ($2), las salas se llenan.

Entre los invitados, Emily Watson y Jordi López acapararon el interés del público y el periodismo, en parte por su simpatía y algo más por ser los invitados más célebres. Hubo otros, como el documentalista boliviano Jorge Ruiz o el director iraní Nasser Refaie, que pasaron casi inadvertidos. Pude ver a varios actores y actrices del viejo cine argentino como María Vaner y Duilio Marzio, y en cambio no vi a ninguno de la generación más joven, otra clara indicación de cuál es el cine que privilegia el Instituto de Cinematografía.

Pero mi interés era ver sobre todo aquellas películas que pasaran por el Festival sin estreno comercial confirmado. El nivel fue como el clima marplatense: desparejo, nada extraordinario; pude ver films interesantes sin que ninguno sea altamente recomendable. Dejo de lado la sección Fuera de Concurso, porque en ella se proyectaron varias películas que se estrenarán o ya se están estrenando: Embriagado de amor, Ciudad de Dios, Bowling For Columbine.

Entre lo mejor que vi estuvo la iraní Examen, de Nasser Refaie, obra pequeña y coral dedicada a la mujer: un grupo numeroso de chicas está por rendir el examen de ingreso a la universidad, y el film –que transcurre en tiempo real– pasa de una en otra, mostrando sus inquietudes, sus miedos, su rebeldía frente a las limitaciones que la sociedad impone al género. Nunca como en esta ocasión el cine iraní había explorado la psicología femenina.

Esta no es una canción de amor es un violento thriller de Gran Bretaña que habla de las relaciones masculinas, con personajes casi exclusivamente masculinos. Duro, cortante, acerado, con trucos visuales superficiales, interesa que haya sido realizado por una joven mujer, Bille Eltringham, con una original mirada femenina que se posa sutilmente en la diferencia que existe entre asesinos y vengadores. También fue una mujer, Susanne Bier, quien dirigió la última muestra del Dogma danés, Te quiero para siempre, un buen melodrama de dos parejas que llegan a un punto de inflexión en sus vidas.

Lo más destacable del cine latinoamericano lo encontré en Cuento de hadas para dormir cocodrilos, de Ignacio Ortiz Cruz, un melodrama rural mexicano que versa sobre el atavismo, las maldiciones familiares y el realismo mágico. Leyendas populares, la historia de México, la bruja sabia y el padre tirano integraron un cocido espeso y picante de honda tradición azteca.

La película más curiosa y original fue Hukkle (Hipo), del joven realizador húngaro György Pálfi. Breve film sin diálogos, a medio camino entre la ficción y el documental, que registra con humor la vida cotidiana de un pueblito rural poblado de animales, plantas, máquinas, campesinos más todo un variado registro de sonidos, y las oportunidades que se presentan para el crimen doméstico en ese ambiente casi bucólico.

Entre las funciones de homenaje a Nicholas Roeg y a Nelson Pereira dos Santos, pude ver Vidas secas, un film realizado por el brasilero en 1962 que no ha perdido su belleza ni –sobre todo– la vigencia de su contenido social.

Pero también hubo clavos: Julia vuelve a casa de Agnieszka Holland, Morvern Callar de Lynn Ramsay y The Rules Of Attraction de Roger Avary, por ejemplo.

Una sección a la que nunca llegué fue la trasnochada Cerca de lo Oscuro, dedicada a curiosidades del terror. Sin embargo, el gore estuvo presente en toda la programación, ya que abundaron ciertos temas (trepanaciones, operaciones varias, trasplante de órganos, violaciones, y sigue la lista) que horrorizaron a los innumerables ancianos de la platea.

Josefina Sartora