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Festival de Mar del Plata 2004


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Hacía mucho que no visitaba Mar del Plata y el XIX Festival Internacional de Cine, de alguna manera, constituyó mis vacaciones tardías. Mar del Plata no es precisamente una ciudad con un clima coherente: hizo frío, calor, soleó y llovió a intervalos de breves minutos. Asi que que el evento cinematográfico se impuso a cualquier impulso turístico de mi persona.

Con todo, no he visto demasiadas películas. Había planeado ver “con toda la furia” unas treinta, pero acabé viendo veinte, en parte porque me la pasé de reunión en reunión, de conferencia en conferencia (y de fiesta en fiesta). Pero vayamos por partes.

Personas y personajes
Conocí mucha gente en mi primer festival marplatense. Algunos de ellos hicieron las veces de ángeles de la guarda: me explicaron muchas cosas en cuanto a la organización y me proporcionaron consejos, a veces valiosos, sobre qué secciones atender. Otros, como Gustavo Castagna y Jorge García, llegaron a picos insólitos de amabilidad hacia un chiquilín como yo. Gustavo me regaló una entrada para una cena muy paqueta en el Sheraton (donde estuvieron los miembros del jurado Ulises Dumont y Graciela Borges, entre otros) y García me consiguió unas cuantas para diferentes fiestas. Por extrañas razones, les debo de caer simpático. Otros críticos que circulaban por ahí eran Fausto Nicolás Balbi y Matías Prietto (dos tipazos), mi querida compañera Josefina Sartora, Debora San Martín, Lorena Cancela, el uruguayo Jorge Jellinek, Jorge Grez, Diego Trerotola y Eduardo Rojas, y un largo etcétera. Extranjeros de todas partes (Noruega y Estados Unidos por ejemplo) también dijeron presente, y representantes de otros festivales vinieron a explorar el panorama. A falta de un centro de reunión realmente efectivo, las fiestas y los cócteles fueron útiles para hacer contacto.

Dos menciones especiales, ambas femeninas. La primera para María Iribarren, quien amablemente me facilitó entradas que su credencial roja le permitía conseguir con mayor facilidad (yo poseía una naranja, de menor categoría). La segunda mención va para la bellísima actriz Alexandra Aponte, protagonista de la película boliviana Dependencia sexual, quien supo derretir a la mitad de los presentes –el que firma incluido– cada vez que se acercó.

Organización
Como queda dicho, este fue mi primer festival en Mardel, pero ya tenía referencias de ediciones previas. Y según entiendo, este ha sido el mejor organizado. No hubo proyecciones interrumpidas, las demoras fueron escasas y no se percibió esa sensación de caos que hizo estragos en ocasiones anteriores. Los inconvenientes, que los hubo, fueron normales y predecibles, y pasados los primeros días todo se fue encarrilando. Sin embargo, nunca hubo suficiente cantidad de entradas para satisfacer la enorme demanda de los periodistas (por lo cual fue necesario armarse dos, tres o hasta cuatro “programas” diferentes para cada día), la información en ciertos casos fue confusa, faltaron catálogos y casi siempre se presentaron problemas para utilizar las computadoras de la oficina de prensa (durante un día entero, incluso, sólo funcionó la mitad de las máquinas). Pueden imaginar lo que significó repartirse menos de diez computadoras entre cientos de personas. Claro que la simpatía de muchas de las muchachas encargadas de atender a los muchachos de prensa compensó parcialmente los tropiezos.

En cuanto a las proyecciones y las salas, Neptuno picó en punta como oveja negra del festival, con retrasos severos, cortes, fueras de foco y otras dulzuras. El Ambassador con sus tres salas fue la mejor opción, a pesar de las funciones altamente concurridas. El complejo Del Paseo y el cine Colón no desentonaron, a pesar de ser chico el primero, y un tanto abandonado el segundo. La Subasta, donde se exhibieron los cortometrajes y largometrajes estudiantiles, es un bar convertido en sala cinematográfica. Al Olimpo no lo visité.

Films
La programación del festival no ofreció cantidad de eso que denominamos obras maestras, pero tampoco fue de lo peor. El tono medio fue lo que predominó.

En Punto de Vista, todas las palmas se las llevaron los viejos. Y “la” obra maestra fue la última película del ya fallecido Joao Cesar Monteiro, Vai E Vem, un demandante film de tres horas, con planos fijos y una apuesta radical al discurso. Aquí no hubo medias tintas por el lado de los espectadores y la crítica: se la amó, pero también se la odió. Algo parecido sucedió con Um Filme Falado de Manoel de Oliveira, probablemente la película con el final más insólito y sorprendente de la historia, que indignó a unos, maravilló a otros e hizo reír a muchos. De destacar han sido la entretenida American Splendor, la disparatada La gran aventura de Mortadelo y Filemón (adaptación del comic español), la melancólica Narradores de Jahvé (una excelente reflexión sobre el poder de relato) y la nominada al Oscar Evil. Recibí excelentes referencias de Uzak, “normales” de Une Place Parmi Les Vivants de Raúl Ruiz, malas de Veintinueve palmas de Bruno Dumont. El de Los soñadores de Bertolucci fue un caso curioso: algunos críticos la calificaban de Obra Maestra Absoluta mientras otros la definían como El Gran Bodrio. Josefina Sartora (ver nota aparte) inventó una nueva categoría a la hora de puntuarla: el número negativo.

De América Latina XXI vi la mencionada Dependencia sexual, film desparejo pero interesante que se atreve a retratar la clase media alta de Santa Cruz de la Sierra. En el mismo segmento, Sub Terra, del chileno Marcelo Ferrari, se ganó los favores de muchos. Más allá de estos títulos, la sección decepcionó bastante y no alcanzó a satisfacer las expectivas de nadie.

La Mujer y el Cine fue la sección más pareja de todas… para bien y para mal: no ofreció obras innovadoras ni espectaculares, pero sí una sostenida sobriedad que la convirtió en una apuesta relativamente segura. La rusa Granny, con su tono conmovedor sin desbordes, y la portuguesa My Baby, con su siniestra trama que incluye un incesto (implícito), fueron lo mejor que vi. La que me recomendaron más fervorosamente fue In My Skin, que según dicen incluye secuencias de autofagia (esto es, gente comiéndose a sí misma). Pero la esquivé; mi estómago es muy delicado.

De Raíces (“El Gran Mapa del Cine Italiano”) no vi nada, pese a que tenía buenas referencias de Velocitá Massima y L´Imbalsamatore. Si tuve ocasión de ver La Ciociara, el clásico de Vittorio de Sica con Sofia Loren y Belmondo. Una ligera decepción…

De Cerca de lo Oscuro, vi la coreana A Tale Of Two Sisters, inquietante aunque con problemas de guión. Como de costumbre en el horror oriental, sus escenas terroríficas esconden hondos dramas familiares.

No incursioné en Clásicos de Colección (sección de la que todos destacaron Hasta después de muerta), ni en Ventana Documental, en la que Howard Hawks, San Sebastián, 1972 parece haber sido lo más interesante.

Sí me topé con un extraño corto argentino, Siempre que paró… llovió, dirigido por Marcela Yaya: clima opresivo, incómodo, un guión ajustado y una técnica bastante depurada. También, ciertos tropiezos en las actuaciones.

De la Competencia Oficial sólo vi tres films, pero el destino hizo que dos de ellos fueran ganadores. La japonesa The Blue Light no deja de ser un atractivo thriller, aunque le falta nivel para una competencia de estas características. La italiana Mi Piace Lavorare, sobre las relaciones (y opresiones) laborales, es de un tono concentrado, medido, lejano a la declamación, que la acerca a la excelente y muy mentada Recursos humanos, del francés Laurent Cantet. La estupenda actuación de Nicoletta Braschi ayuda. El tercer film, la argentina Buena vida delivery, es un raro fenómeno al que me referiré más adelante.

Premios
Durante los anuncios de la premiación me paré al lado del colega Balbi, quien –con la precisión de un reloj suizo– cantó unos cuantos galardones antes que los jurados los anunciasen. Tanto en el caso de La mujer y el Cine (donde ganaron In My Skin y Silent Waters) como en los premios Acca y de los sponsors (donde Dealer arrasó con todo), Balbi predijo con justeza absoluta. Algo parecido ocurrió con la Competencia Oficial, y me refiero a las menciones (Dealer y Touching The Void), el Premio Especial del Jurado (Mi Piace Lavorare) y los Astor de Plata a Mejor Actor (Alejandro Urdapilleta y Luis Tosar), Mejor Acriz (Nicoletta Braschi), Mejor Guión (Buena vida delivery) y Mejor Director (Dealer). Hasta que llegó el Astor de Oro a Mejor Largometraje. Balbi, seguro de sí mismo, sentenció “Cold Light, no hay otra”. Pero el Jurado no le hizo caso: Buena vida delivery se llevó el gran premio, desconcertando al pobre Balbi y desatando la polémica, pues a pesar de estar bien filmada y muy bien actuada, la película acusa baches de guión y arbitrariedades en la caracterización de los personajes. Pero lo peor es el “mensaje” ideológico que transmite acerca de los pobres, los okupas, las cooperativas y los inmigrantes, que la acerca a la vertiente más reaccionaria de la derecha criolla. Algunos llegaron a decir que la consagración de este film, junto con el discurso de Kirchner en el Festival (en el que expresó un claro espaldarazo a la vieja industria), decretó la muerte del cine independiente argentino.

Rodrigo Seijas