El amor es cuestión de
coordinación. De nada sirve encontrar la persona, si no es el momento
adecuado. Esta cita
de 2046
resume la espesa trama de historias articuladas en esta nueva escala en el
camino de búsqueda de Wong Kar-wai. Búsqueda, ensayo, experimentación en las
maneras de filmar una(s) historia(s) de amor, búsqueda de una imagen cada
vez más depurada, exposición de un virtuosismo apabullante. Si
manierismo
quiso decir en un principio "a la manera de",
2046
es –más que ninguna otra– una película filmada a la manera de Wong Kar-wai,
al tiempo que un film plásticamente manierista. Film suma, film compendio de
toda su filmografía.
La comparación con Con ánimo de amar (2000) resulta inevitable,
porque 2046 está concebido como una suerte de particular continuación
de aquél –que
de todas maneras permanece insuperado–,
en una serie abierta antes, en Days Of Being Wild (1991). El
protagonista masculino es el mismo, varios años después, y su relato (en
off) de su nueva situación en Hong Kong establece una permanente relación
intertextual con el film previo. Tony Leung compone una prolongación
de su recordado personaje, quien ha perdido aquella timidez y turbación y se
ha convertido en un hombre escéptico, desesperanzado, sin ánimo de
amar, marcado hasta el dolor
por el recuerdo de aquel amor
no consumado. Hay incluso una fugaz
escena en blanco y negro con Maggie Cheung, un instante de Con ánimo de
amar, en el que lamenta haber dejado escapar un final feliz. Una vez más
Wong Kar-wai se muestra obsesionado por la imposibilidad del amor, el dolor
de la separación y el sino de la soledad, y expresa las variaciones del
desencuentro entre el sexo y el amor, con un acendrado romanticismo.
La historia está narrada según
el estilo fragmentario de Wong, recorriendo un laberinto de pasillos que
parecen bifurcarse para llevar al protagonista de una hermosa mujer a otra,
desde la apostadora profesional y misteriosa Su Li Zhen (Gong Li, la
extraordinaria actriz de Zhang Yimou) a la cortesana Lulú, de ésta a su
joven vecina de cuarto Bai Ling (la bella Zhang Ziyi, actriz de
El tigre y el dragón,
Héroe
y La casa de las
dagas voladoras) y
por fin a la cándida hija del dueño del hotel (Faye Wong), sin poder
entregarse al amor. El camino nunca es en línea recta sino zigzagueante, con
entradas y salidas, avances y flashbacks, donde el tránsito y la acción de
volver se convierten en una constante. Este puzzle intersecta la
realidad de su historia
con la virtualidad de una novela que
Chow Mo-wan
(el personaje de Leung) está escribiendo, concebida en un mundo de
ciencia ficción en el
futuro año 2046, lo cual nos
lleva también por distintos caminos temporales hacia el futuro, el presente
y el pasado. Se produce entonces un
cruce de dos mundos: el de la Hong Kong de los nostálgicos años '60 y el de
un tecno-futuro año 2046, cifra que proviene del número de un cuarto del
hotel donde vive Chow. 2046 es un momento de desarrollada tecnología, un
mundo de androides que operan como emanaciones de los personajes de los '60,
un futuro hacia donde se viaja en tren en busca de los recuerdos perdidos y
del que nadie regresa. El tiempo y la memoria entonces, también como temas
constantes. A pesar del aparente desorden provocado por la fragmentación,
los intertítulos sobre fondo negro ubican temporalmente cada bloque
narrativo, desde su regreso de Singapur a Hong Kong en 1963, hasta la
navidad de 1969, cuando es Bai Ling quien parte hacia Singapur, cerrando el
círculo.
La voz de Chow guía toda la acción, en un largo monólogo interior del fluir
de sus recuerdos. Pero ¿es su narración una evocación o constituye un mundo
ficcionalizado, como el de su novela futurista? El film plantea la
ambigüedad entre realidad y virtualidad, entre ficción cinematográfica y
ficción literaria. Tal vez quiera decirnos que absolutamente todo está
fraguado por la imaginación: si tenemos en cuenta que nos dice de Bai Ling
"jamás la volví a ver, pero aparece en mis historias", ¿su reaparición es
entonces una invención del narrador?
El relato parece surgir de una colección de apuntes, de recortes mezclados,
de un mazo de cartas elegidas al azar, como las que maneja Su Li. Esa
fragmentación, esa combinación temporal aparentemente caprichosa puede
desorientar al espectador, y el film demandar sucesivas visiones. Incluso
puede uno confundir a esas bellísimas mujeres –que ante la cámara de Wong
lucen espléndidas– y sin embargo hay una sólida caracterización de cada una
de ellas, quienes configuran las variaciones sobre el eterno femenino desde
la mirada del hombre. Y si los personajes conforman una maravillosa galería
del melodrama, sus intérpretes constituyen una selección de lo mejor del
espectro oriental.
La elaboración de la imagen
llega a un virtuosismo que supera aun a
Con ánimo de amar.
Wong trabajó durante cinco años en este film, con la colaboración de tres
fotógrafos. La narrativa fragmentaria se corresponde con una sólida
composición visual, tan sorprendente como refinada y fascinante: el
permanente reencuadre del plano, que traslada a los personajes a un rincón
del mismo, los planos medios en espacios cerrados, claustrofóbicos: cuartos
de hotel y laberintos de pasillos, espejos y escaleras, espacios
reencuadrados por rejas, marcos o cortinas, la fragmentación incluso de los
cuerpos, la cámara lenta, el peso del fuera de campo y el uso de la
abstracción, crean un efecto de encantamiento. Hay un contraste entre la
puesta en escena del presente y el futuro: si la historia de Chow y sus
mujeres está filmada prácticamente en base al plano y contraplano, la
historia en el futuro incorpora planos generales, y si los colores del
melodrama presente son el rojo y el verde, en los del futuro abundan los
tierras y el amarillo, e incluye el azul. Y si la imagen de los '60 es la
del melodrama –los elementos de la caracterización de Chow: el peinado, el
bigotito, el cigarrillo permanente, hacen sistema para instalar al arquetipo
melodramático– la del año 2046 abunda en efectos especiales. Exquisito
virtuosismo que lleva el refinamiento de Wong a extremos admirables, tanto
que su seducción puede perturbar la atención sobre un film que requiere una
muy activa y atenta participación del espectador.
La banda de sonido no podría ser más apropiada para el melodrama: desde los
boleros como "Perfidia", las arias de las óperas de Bellini –"Norma" y "El
pirata"–, Siboney y la voz de Nat King Cole, pasando por partituras de Peer
Raben –músico de Fassbinder–, Zbigniew Preisner –músico de Kieslowski–,
Georges Delerue –de Truffaut– hasta la música original de Shigeru
Umebayashi, la selección es tan exquisita como el desfile de vestidos de las
mujeres, comparables a los que lucía Maggie Cheung en el film anterior.
Todo lo dicho puede resultar insuficiente para transmitir la complejidad del
experimento de Wong, la riqueza de su propuesta, que por su propia condición
de polifacética es despareja, y hasta fallida por momentos: todos los
bloques futuristas, por ejemplo, me parecen los más flojos, algo dubitativos
y con algún problema de montaje. Pero ello no impide recomendarla a quienes
buscan, aunque no encuentren.
Josefina Sartora
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