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AL DIABLO CON EL DIABLO
(Bedazzled)

Estados Unidos, 2000


Dirigida por Harold Ramis, con Brendan Fraser, Elizabeth Hurley, Frances O’Connor, Orlando Jones, Miriam Shor, Paul Adelstein, Toby Huss.



¿Recuerdan al Dr. Egon Spengler de Los Cazafantasmas? Luego de aquella bizarra presencia ante cámaras Harold Ramis se puso del otro lado, convirtiéndose en el director de comedias como Hechizo del tiempo (1993) y Mis otros yo (1996). Al diablo con el diablo es otra comedia, con la peculiaridad de que es una remake de un film homónimo de Stanley Donen de 1967, en el que recreaba el mito de Fausto mediante su protagonista (Dudley Moore) vendiendo su alma al diablo a cambio de una saga de deseos que le permitieran conquistar el amor de una fémina.

Modernizada leyenda de los pactos de sangre con Lucifer, en clave cómica y con el Maligno representado en una mujer, Al diablo con el diablo cuenta el periplo de Elliot Richards (el ahora redimido Brendan Fraser después de su olvidable paso por La momia) a través de diferentes personalidades con el fin de conquistar a su compañera de oficina Alison (Frances O'Connor). Todos esos papeles son más bien desgraciados para Elliot, al que siempre le faltan cinco para el peso a la hora de la seducción, y se los debe a nuestra pobre diabla, The Devil (Elizabeth Hurley), un arquetipo inverosímil del Príncipe de la Oscuridad. Más benévola que su antagonista celestial, y vestida de rojo a lo Versace, la chica que ayer nomás representaba a una encumbrada compañía de cosméticos (Hurley fue la "cara" de Estée Lauder) le ofrece al ramplón de Elliot cumplirle siete deseos a cambio de su "roñosa alma".

Dueña de una disco en el averno y amiga de abogados, la diabla Liz transformará a nuestro perdedor en todopoderoso narco colombiano, meloso y cursi adolescente, gigante basquetbolista (con pequeño sexo), afectado escritor con un gay en su cama, anciano presidente de Estados Unidos. Pero de todas esas pieles Elliot saldrá vencido: Alison no parece ser muy amiga de los extremos. Claro que la fashion de Hurley guarda en la manga la redención de Elliot, que asomará a la puerta cuando éste pida cierto deseo nada egoísta (no para él sino para ella) capaz de ablandar el corazón de su amada. ¿Logrará así salvarse de pasar la eternidad en el infierno?

"La Barbara Streissand del Mal", como se define chistosamente la damisela roja, se extraña de que todo el mundo hable de su rival todopoderoso, con quien se la verá jugando una partida de ajedrez o compartiendo el juego –menos complejo, al fin– de manipular los destinos de Alison y Elliot. El clima del episodio narco es de culebrón a la colombiana. La versatilidad de Fraser en varias de sus transformaciones parece esforzarse por remontar la previsibilidad del guión y la cursilería de los diálogos entre Elliot y la diablesa (especialmente en la despedida). Pero esa es misión imposible. Lo que sí logra son unos pocos chispazos de felicidad, que se pierden en una historia opaca, narrada a la ligera, en la que Ramis plasmó un Fausto tan moderno como banal, sensiblero, desechable.

Karina Noriega      


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