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LA ALDEA
(The Village)

Estados Unidos, 2004


Dirigida por M. Night Shyamalan, con Bryce Dallas Howard, Joaquin Phoenix, Adrien Brody, William Hurt, Sigourney Weaver, Brendan Gleeson, Cherry Jones
.



Cuentan que durante la filmación de Psicosis, le preguntaban a Alfred Hitchcock de que iba a tratar ese film. El, misteriosamente, contestaba: "Oh, es acerca de un muchacho que tiene problemas con su madre". Resultó que Psicosis era eso y mucho más. El impacto fue muy grande, y los más devotos del director inglés se sintieron decepcionados, pues el film era lo opuesto a lo que esperaban.

Algo parecido está sucediendo con el último estreno de M. Night Shyamalan, el renombrado director de Sexto sentido, El protegido y Señales. La primera semana de La aldea en la taquilla fue excelente, pero en las siguientes su descenso fue vertiginoso, a la par que muchos comentarios en Estados Unidos indicaban tanto desconcierto como desilusión e irritación hacia la película. Muchas de estas sensaciones fueron y son expresadas por los más fanáticos del director indio, desconcertados con lo que ofrece ahora.

La aldea cuenta la historia de un pequeño pueblo rural de fines del siglo XIX, aislado del resto del mundo y rodeado por un bosque donde habitan unas oscuras criaturas, a las que los habitantes del lugar llaman Los Inmencionables, y de las que apenas se conocen algunos rasgos. El consejo de los mayores, que toman las decisiones cotidianas, ha conducido a un pacto de no agresión por parte de las criaturas con la condición de no entrar al bosque. Pero cuando Lucius Hunt (Joaquin Phoenix) –el más tímido y temerario a la vez– ingrese al bosque, la tregua se romperá y todo será distinto.

Este punto de partida no puede ser más prometedor y se emparenta notablemente con los mejores relatos de H.P. Lovecraft, el magistral autor de El color que cayó del cielo y En las montañas alucinantes, donde se describen (es un decir) ancestrales y horrorosas entidades.

Mucho más no se puede contar, pero Shyamalan se dedica rápidamente a romper con su construcción inicial para contar algo más, imponiendo desde el 1800 una mirada hacia la historia de violencia que marca la humanidad y que se concentra en las zonas urbanas. Sale del relato de suspenso común para internarse en una auto-reflexión sobre su modo de hacer cine y su lugar en la industria cinematográfica, sobre lo que los otros –y él mismo– esperan de él. Parecería que quiere probarse a sí mismo y a su espectador tradicional, filmando una historia en contra del materialismo con un presupuesto de 60 millones de dólares, que aborrece la ciudad pero se publicita como un producto típicamente urbano, lanzada como un gran tanque pero estelarizada por actores sin gran poder en las recaudaciones (el ya mencionado Phoenix, William Hurt, Sigourney Weaver, Brendan Gleeson, Adrien Brody y la debutante Bryce Dallas Howard).

Shyamalan va quebrando todas las reglas posibles, empezando por las de sus anteriores films: esquiva toda linealidad, cambia de protagonista, introduce varios puntos de vista, deja intrigas sin resolver a las que retoma más adelante, utiliza un lenguaje casi teatral que parece salido de una mezcla de las obras de Victor Hugo y Molière. Desconcierta al espectador y lo engaña en forma constante, pues ese es uno de los tópicos fundamentales de la película. Si Señales era transparente en su ideología y resolución, La aldea es el reverso de la misma moneda. Es esquiva, cambiante en su desarrollo.

Pero Shyamalan nunca deja de ser Shyamalan y, a pesar de encarar un nuevo y riesgoso camino, sus antiguas huellas nunca dejan de transitar el film. La aldea, como el resto de su filmografía, habla sobre el poder del amor, la necesidad de enfrentar nuestros miedos, la dificultad para comunicar nuestros sentimientos, las conflictivas relaciones entre jóvenes y adultos, las turbaciones que nos producen secretos del pasado que están a la vista, la fe o la falta de ella, la tendencia a aislarnos de los demás.

Todo esto confluye en la tesis final del director de La aldea, un humanista convencido de la calamitosa situación en que se encuentra nuestra especie, pero enfrentado a la típica tendencia aislacionista y reaccionaria. Es un pesimista que intuye una posible solución en las generaciones futuras, con el amor como fuerza motora.

Rodrigo Seijas      

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