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ALI
(Muhammad Ali)

Estados Unidos, 2001


Dirigida por Michael Mann, con Will Smith, Jamie Foxx, Jon Voight, Mario Van Peebles, Ron Silver, Jeffrey Wright, Mykelti Williamson.



Michael Mann es uno de los directores más originales y talentosos del cine americano actual. Con un estilo absolutamente personal y una filmografía coherente en formas y contenidos, ha logrado algunas de las mejores películas de los últimos años que, si no fuera por algunas concesiones a la industria –no siempre acordadas–, probablemente serían obras maestras. En semejante contexto, Alí resulta decepcionante.

Y es curioso, porque tal vez sea la película mainstream menos complaciente de Mann, que eligió narrar sólo un par de peleas y centrarse en los problemas (políticos y de entorno) que sufrió Alí fuera del ring. Por otra parte, la estructura formal se mantiene fiel al estilo del cineasta. Fotografía con tonos azules, mucha cámara en mano, muchos primeros planos, particular estiramiento de algunas secuencias y la música como motor emocional, todos estos rasgos reaparecen en Alí.

Sin embargo, la habitual larga duración de sus películas aquí pesa demasiado. Mann no logra la atmósfera de tensión que tanto había beneficiado a El informante, y su original trabajo sobre el montaje, que aligera las escenas más convencionales y mantiene casi congelados los primeros planos que reflejan el conflicto emocional del protagonista, le termina jugando en contra.

Si de buscar chivos expiatorios se tratase, uno podría llegar a la conclusión de que Will Smith no era el actor indicado. Si bien es destacable su preparación física (que le permitió actuar sin dobles), no consigue impregnar de coraje y vitalidad a su personaje.

Una respuesta más ajustada puede encontrarse en la historia. Mann suele trabajar con dos protagonistas en contrapunto. Policía y ladrón en Fuego contra fuego; humanista y científico en El informante; detective y asesino en la excelente Cazador de hombres. La tensión entre esos polos y sus puntos de contacto siempre fueron el núcleo de la narración. Pero Alí no tiene coprotagonista. Y si bien los mejores momentos surgen de la relación con el periodista Howard Cosell (un perfecto e irreconocible Jon Voight), no alcanzan más que para sospechar los intentos del director por recuperar esas duplas goleadoras –perdonen, llegó el Mundial– que tanto éxito le proporcionaron en películas anteriores.

Entonces, el relato pierde la intensidad emocional a la que Mann nos tiene acostumbrados. Allí están la opresión del sistema, las perversas corporaciones y las debilidades humanas. Pero sin aquel hilo conductor que potenciaba la conexión con la platea, su estilo se transforma rápidamente en un obstáculo para el ritmo cinematográfico.

Pese a todo, la idea de defender un film de auteur fallido por sobre una buena película sin firma (tan aplicada por la revista francesa Cahiers du Cinema) bien podría aplicarse aquí. Hay algunas secuencias, como la deliciosa apertura con el recital de Sam Cooke y la batalla final frente a Foreman en Zaire, que proyectan buenos recuerdos (tanto de la filmografía de MM como de los hechos históricos). Y está el pequeño papel de Jon Voight, una transformación descomunal que redondea un personaje muy caricaturesco y, a la vez, poderosamente humano.

Ramiro Villani      


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