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AMEN

Francia-Alemania, 2001


Dirigida por Constantin Costa-Gavras, con Ulrich Tukur, Mathieu Kassovitz, Ulrich Mühe, Michel Duchaussoy, Marcel Iures, Ion Caramitru.



El afiche original de Amén presenta una cruz cristiana transformada en cruz gamada roja sobre fondo negro, que encierra a los dos protagonistas de la película: un oficial nazi y un sacerdote, que intentan con sus denuncias alertar al Vaticano y a la comunidad internacional para detener el genocidio. La jerarquía católica actual reaccionó indignada ante esa identificación de su símbolo máximo con el nazismo, y en nuestro país ese cartel ha sido modificado.

Tema de cientos de films de propaganda de los Aliados, el mismo Costa-Gavras había tratado el Holocausto en su Mucho más que un crimen (The Music Box, 1989). En Amén lo aborda desde otro ángulo: el de quienes, desde adentro del sistema, ejercieron la resistencia activa. La película se basa en la obra teatral "El nuncio" de Rolf Hochhuth, que causó un gran escándalo cuando su estreno, hace 40 años. La obra teatral y la revisión de la historia obligaron a las jerarquías católicas a sacar a la luz un tema que preferían mantener oculto: el silencio del Vaticano ante el genocidio nazi. Uno de los protagonistas de Amén es un oficial alemán, Kurt Gernstein, personaje real, el científico que tenía a su cargo el suministro y el asesoramiento del uso de los químicos necesarios para hacer funcionar las cámaras de gas que a diario mataban miles de judíos en Polonia y Alemania. Ingenuo al principio, ignorante de lo que en realidad estaba aconteciendo, cuando se entera Gernstein (Ulrich Tukur) intenta desesperadamente informar a los diplomáticos y a las iglesias protestante y católica sobre el exterminio. Encuentra un aliado en el jesuita Riccardo Fontana (personaje de ficción, interpretado por Mathieu Kassovitz), hijo de un noble que cumple funciones de primer nivel en el Vaticano. Ambos no se detendrán hasta llegar a Pío XII, pidiéndole que interceda ante Hitler. Ese cura de pureza franciscana se estrellará varias veces frente a palabras tales como paciencia, ecuanimidad, sensiblería, perseverancia y diplomacia, con las que el poder disfraza su hipocresía. Es histórico el silencio cómplice del Papa frente al genocidio, por el cual se lo juzga hoy. Pero la película no es lapidaria con Pío XII: prefiere mantener cierta distancia, incluso desde la cámara, reservando un solo primer plano de su rostro en un momento en que parece comprenderlo. Sin embargo, Pacelli había vivido en Alemania antes de su pontificado, conocía a Hitler y su intervención podría haber cambiado la Historia. Nada de eso se menciona aquí.

Por cierto que el film no se ocupa sólo de la vista gorda de los altos mandos eclesiales sino de la indiferencia silenciosa en general, que existió en todos los ámbitos: el de quienes se negaban a aceptar una conducta indigna de sus compatriotas, el de los Estados Unidos, el de tantos obispos y arzobispos, que veían en Hitler a un aliado contra el comunismo, el de los protestantes, el de la Sociedad de Naciones. Frente a ellos, la resistencia de los protagonistas es un grito a oídos sordos. Obviamente, el film no sólo habla de ese preciso momento histórico; toda similitud con nuestra propia historia reciente no es casual. El propio director ha trazado el paralelo con el genocidio argentino, ejecutado en medio de carteles que rezaban "El silencio es salud".

La posición del oficial alemán es muy compleja: amante de su país y de sus connacionales, sus principios religiosos y morales lo obligan a denunciar a los suyos, sabiendo que "los que traicionan a su propio país son siempre sospechosos". Y al mismo tiempo, continúa proveyendo el gas letal. Como si un piloto de los vuelos de la muerte sobre el Río de la Plata hubiera denunciado esos vuelos... en el momento en que los llevaba a cabo.

Sin embargo, Costa-Gavras no explota esta ambigüedad. Su cine nunca se distinguió por la sutileza. Sus films son gritos de denuncia, a veces panfletarios, frente a hechos y sistemas de injusticia establecidos. Por lo tanto, Amén (como Z, como Estado de sitio o Desaparecido) expone situaciones muy definidas, y sus personajes son casi estereotipos. Unívocos, adoptan una actitud al principio de la película y la sostienen hasta el final, hasta sus últimas consecuencias, sin una cuota de sorpresa. El oficial alemán perseverará con su denuncia aunque con ello arriesgue su vida, el sacerdote no se detendrá hasta el campo de exterminio, el papa mantendrá su actitud de silencio. Un leitmotif del film es la imagen de los largos trenes con sus vagones de carga de ganado (abiertos si van vacíos, cerrados si llevan su cargamento humano); en contrapunto, el otro es el consumo de champán y alimentos exquisitos por parte de los nazis y de la cúpula vaticana en ambientes palaciegos, y todos ellos son seres despreciables. En cambio, el jesuita respira santidad –y la interpretación de Kassovitz es el mejor punto del film.

La obra de Costa-Gavras está cargada de buenas intenciones, pero sabemos que ellas no alcanzan para lograr un buen cine. El epílogo de dos minutos tiene una elocuencia brutal –nunca alcanzada en las largas dos horas previas– sobre la actitud de los nazis, de los mandamases de la Iglesia y también sobre el tristemente célebre refugio nazi en que se convirtió la Argentina. Una vez más: nada es casual.

Josefina Sartora      


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