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CINEISMORECOMIENDA

CALLE 54

España-Francia, 2000



Documental dirigido por Fernando Trueba.



En los planos de apertura, el director español Fernando Trueba (Belle Epoque, La niña de tus ojos), hablando en primera persona, manifiesta su admiración por el jazz latino. Ese amor por el género que fusiona el jazz con los ritmos y timbres iberomericanos lo impulsó a realizar un musical que presentara a sus máximos exponentes. El resultado es un film de antología, imprescindible para todo amante de la música, y del cine.

Muchos han sido los intentos de traspolar otro arte a su expresión cinematográfica. Sin ir muy lejos, acabamos de ver en Goya, también de un español, el intento de volcar la pintura en una película. Trueba lleva la música al cine –ambas, artes del tiempo– y genera un film de carácter propio, ubicado en una zona singular, entre el musical y el documental. Con una estructura muy sencilla que repite un esquema, el mismo Trueba presenta a cada músico en su ambiente, frente a su casa o en un ámbito natural, y a continuación éste ejecuta un tema en un estudio despojado, casi siempre precisamente en la calle 54 de la ciudad de Nueva York. Una luz y color uniformes acompañan cada uno de los doce temas filmados en vivo, es decir, sin playback. Paquito D’Rivera prodiga la riqueza tímbrica de su orquesta, que incluye hasta un bandoneón; Jerry González impone su presencia bizarra sobre un fondo rojo, y arranca delirios a su trompeta; el dominicano Michel Camilo luce su brillante virtuosismo al piano con un tema glorioso; y sorprende la elegancia contra el negro de la brasileña Eliane Elías, la pianista descalza, única mujer en una película de hombres. El blanco es el color para la orquesta del legendario Tito Puente, muerto al finalizar el film, cuyo conjunto ejecuta un tema de riquísima expresividad en la percusión. Era inevitable la presencia de un grupo de música gitana, y Chano Domínguez llega desde Cádiz con su trío y tablao a hacer su fusión del flamenco con el jazz.

Cada presentación es brevísima, y sirve de remanso entre tema y tema, con sucesión de grandes y pequeños conjuntos. Al final de cada interpretación se instala un silencio emocionado, elocuente. Si bien la película alterna entre tomas con montaje y movimientos de cámara, cada tema está filmado de un modo diferente y exquisito, conforme el clima que impone la música. Más paneos en los temas melódicos, más cortes para los rítmicos, siempre lejos de la estética del videoclip.

No es casualidad que casi todos los artistas habiten en Nueva York y sus alrededores, ya que allí reside la mayor colonia iberoamericana del mundo fuera de sus países de origen. Es inevitable el recuerdo de Buena Vista Social Club, la película que también ilustra el auge de la música latina en los Estados Unidos, país que está transformándose en bilingüe. Sin embargo, en aquel caso se trataba de un documental cargado de información sobre un solo grupo, y en éste, es la música la que ocupa el primer lugar, dejándonos con el deseo de conocer más sobre cada uno de los grandes maestros, o sobre los orígenes de este mestizaje del jazz afroamericano con rumba, mambo, salsa, danzón, samba, etc., con tanto permiso para la improvisación. Hay un reconocimiento a los mentores: Dizzy Gillespie, Miles Davis, y sobre todo al origen primigenio del género: la raíz africana.

El Gato Barbieri, algo envejecido para quienes los conocimos en su época dorada, demuestra que su vínculo con la música sigue produciendo la misma magia de siempre. Pero los momentos culminantes están a cargo de los románticos pianistas cubanos Bebo y Chucho Valdés: el gigante Chucho logra una interpretación solista conmovedora del tema Caridad Amaro, Beo otra antológica con el bajista Cachao, ambos dos pilares de la música de Cuba, y al final, padre e hijo, después de años sin verse por motivos políticos y familiares, se encuentran en el estudio y ejecutan un emocionante dúo de pianos que roza la perfección.

Josefina Sartora     


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