Cazador de sueños
es la primera incursión de Lawrence Kasdan en el mundo fantástico, de la
mano de una novela de Stephen King. Del drama a la comedia, del western al
cine negro, el director de El corazón de la ciudad alternó varios
géneros con diversa suerte. Casi siempre interesante, ha hecho buenas y
malas películas, aunque jamás un gran film. Su acercamiento a la ciencia
ficción suscitó tantas dudas como esperanzas. Lamentablemente, la desilusión
supera los peores pronósticos. Se trata, probablemente, de su primera
película absolutamente impersonal.
Kasdan consigue, de todas maneras, engañarnos durante una atrapante media
hora inicial, que comienza con un guiño a su anterior película, Mumford.
Un psicólogo muy poco convencional confronta a un paciente con detallado
conocimiento de su trauma, como si pudiera adivinar sus pensamientos. Cuando
aquel huye de la sesión, el doctor juguetea con el suicidio, llevándose un
revólver a la sien.
Paralelamente, otros tres jóvenes demuestran tener habilidades paranormales
para prever, adivinar y encontrar cosas con las que no tienen ninguna
relación. Se trata de cuatro amigos típicamente kinguianos que, como
los de “It”, han vivido una temprana
aventura cuando niños… cuyas secuelas permanecen intactas. No revelaremos
más sobre estos extraños sucesos, que tan bien introduce Kasdan en el
segmento inaugural de la película. Sólo diremos que el recuerdo de un
misterioso personaje de aquella época ha logrado mantenerlos unidos durante
todo este tiempo, reuniéndolos una vez al año en una significativa cabaña,
remanente de su infancia en común.
Es allí donde llegan los protagonistas para reencontrar el misterio, que
será eficazmente dosificado por el director. Hasta cierto punto, porque una
vez materializado el Mal (no hay vuelta que darle, los monstruos siempre
asustan más cuando no los vemos) la película empieza a caer en picada.
Kasdan todavía esconde algunas incógnitas en la manga, pero comete un pecado
mayor. El film gira bruscamente hacia la acción y los cabos sueltos quedarán
así, perdiendo más y más peso ante las agitadas persecuciones entre
protagonistas y monstruos. Encima, la trama se diversifica con la aparición
de Morgan Freeman y Tom Sizemore, líderes de una especie de grupo de combate
contra alienígenas, disolviendo la módica intensidad que aún conservaba la
historia.
El clima fantástico trabajosamente conseguido al comienzo se evapora con
rapidez. Sólo quedan las más burdas formas del suspenso: aquellas que, como
truenos y relámpagos, sacuden al espectador con súbitas apariciones y
estruendosos chirridos que rompen con la tensa calma previa a la tormenta.
Varias de esas escenas dan por tierra con la verosimilitud: un hombre
asustado arriesgando su vida por recoger un escarbadientes, llevarlo a su
boca y calmar el nerviosismo; otro que, en lugar de salir corriendo, avanza
desarmado hacia el ente mortífero tras haber comprobado su ferocidad, etc. A
semejantes situaciones se recurre cuando se ha perdido el rumbo en el manejo
del suspenso. Kasdan, en efecto, parece haber desaparecido durante la mayor
parte del metraje.
Apenas se percibe una mente trabajando detrás de cámara cuando los cazadores
de monstruos son descriptos como un grupo comando bushiano, que no
duda en sacrificar a cientos de inocentes en pos del bienestar americano.
Allí surge una nueva esperanza, la de Kasdan homenajeando a aquellos
clásicos del género (léase La invasión de los usurpadores de cuerpos
o La noche de los muertos vivos) en los que monstruos y humanos
expresaban otros miedos, mucho más reales. Pero no se da. Y los
convencionalismos llevan al film a un callejón sin salida que incluye el
ridículo, cosa que viene por el lado de la inevitable sobreactuación de
Damian Lewis.
Kasdan sigue sin conseguir su gran obra… y está cada vez más lejos.
Ramiro Villani
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