En boca de su director, Marcelo Schapces, Che, un hombre de este mundo se propuso
bajar al guerrillero heroico de su pedestal. Hacer un poco a un lado la leyenda. No
abordarlo en cuanto icono de póster sino en su condición de ser humano. El film es uno
de los tantos que se produjeron con motivo del 30º aniversario de la muerte de Ernesto
Guevara, acaecida en 1967. Y si bien no es el primero que va tras esta premisa, es uno de
los pocos que lo hacen con una respetable cuota de coherencia. Y consecuencia.
La empresa no era fácil, hay que
decirlo desde ya. El Che era un hombre, y de este mundo, pero el mito y la leyenda no
sólo se asentaron en los intereses de los fabricantes de remeras o en la superstición
popular, sino en su valentía inigualable y en una capacidad de trabajo difícil de
parangonar. El film de Schapces, que no ostenta originalidad formal alguna, tiene el
mérito de elegir un ángulo ciertamente humano de aproximación: las entrevistas a un
puñado de sobrevivientes de la primera hora. Una mujer y varios hombres que no sólo
combatieron muchos de ellos junto a él en el '59, sino que formaron parte del
gobierno revolucionario en su tramo inicial. Es decir que conocieron al Che en el llano y
en el poder, en la guerra como en la paz que nunca fue completa, claro y desde
allí lo pintan. Al retrato no le faltan trazos refulgentes, producto de la devoción y
admiración que el personaje sigue convocando en ellos (y de pequeñas y grandes batallas
de esas que no se olvidan). Pero también afloran otras pinceladas, mucho menos
habituales, que honran al film en su propósito central.
A saber: el humor del Che, sus
desastrosas cualidades para el canto, cierto culto al trabajo en el límite de lo
enfermizo: no había domingo que no pasase bajo el sol en largas jornadas de trabajos
voluntarios a las que arrastraba a la plana mayor del ministerio. A la película, que es
bastante ágil (y breve: dura 85 minutos) no le faltan datos de interés desde el punto de
vista periodístico. Puede verse y oírse, por ejemplo, al fotógrafo que de casualidad, o
casi, tomó dos instantáneas de Guevara cuando éste se asomó fugazmente al palco
durante cierto acto político. Una de ellas (la que ilustra esta nota) es la foto
del Che. Aquella que dio más vueltas al mundo que ninguna otra. La de las remeras. La de
la leyenda. Literalmente, el relato del fotógrafo ilustra el reverso del mito.
Guillermo Ravaschino
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