Afirmar a fines de marzo que una película recién estrenada va a estar entre
las diez mejores del 2002 puede sonar exagerado, pero para que Código de
honor no clasifique entre las diez finalistas, los próximos meses
tendrían que depararnos un aluvión de gemas cinematográficas.Nadie duda
ya del talento actoral de Sean Penn; incluso Hollywood lo reconoce con
nominaciones al Oscar año tras año. Lo que aún no se ha divulgado lo
suficiente es su capacidad como director. Con esta película queda
claro que no falta mucho para que esto ocurra.
Código de Honor (tercer largometraje de Penn) narra la historia de
Jerry Black, un policía veterano a seis horas de jubilarse, que decide tomar
un último caso –violación y asesinato de una niña de ocho años– y le jura a
la madre de la víctima que no va a parar hasta resolverlo. Al poco tiempo se
suicida el único sospechoso, el caso se cierra y a Jerry le dan el retiro.
Pero su olfato de sabueso le dice que el verdadero culpable anda suelto, y
peor aun, que es un asesino serial que va a volver a matar. Por lo que
cancela sus esperadas vacaciones y se pone a investigar por su cuenta.
Algo más está ocurriendo al margen del caso policial: el cambio en la
personalidad de Jerry, que parece querer negar su situación de jubilado.
Vive muy solo, su afición al tabaco y el alcohol aumenta velozmente y la
desesperada persistencia que demuestra por el caso hace dudar a todos los
que lo rodean sobre su endeble cordura.
Uno de los logros de Penn es que esta inseguridad respecto de la salud
mental de Jerry contagia pronto a la platea, manteniendo la tensión del
relato. A partir de ahí, el caso y su vida se van relacionando cada vez más.
Como una balanza, la evolución del primero puede significar la involución de
la segunda, y viceversa.
Como los grandes del cine clásico, Penn se mueve dentro de un género –el
policial– respetando sus reglas pero expandiendo sus límites, agregándole
una visión personal y creativa.
Lo que el director cuestiona es la búsqueda desesperada de la redención.
La historia del cine está repleta de personajes pecadores o perdedores en
busca de una segunda oportunidad. Muchas veces consiguen su salvación
dedicando sus vidas a esa última chance de encontrar la paz con ellos
mismos. En este sentido, Código de honor plantea un nuevo punto de
vista, más profundo. ¿No es peligroso acotar a un acto determinado la
esperanza de la redención? ¿Cuán sensato es depender de una sola oportunidad
para reencaminar nuestras vidas? ¿Y por qué ese nuevo camino debe ser
condensado en una acción redentora?
Perseguido por esta obsesión, a Jerry se le nubla la mente. Pretende
recuperar su vida personal atrapando al asesino, pero lo que está logrando
es exactamente lo contrario (algo así le pasaba a Clint Eastwood al comienzo
de Crimen verdadero). La verdadera oportunidad de recobrar su vida
está delante de sus ojos... pero no la puede ver.
No voy a adelantar la resolución, sí diré que encaja perfectamente con lo
expuesto a lo largo del metraje. Penn no hace concesiones.
Párrafo aparte merece la actuación de Jack Nicholson. Consciente de que
es uno de los mejores actores de su generación, no se permite la
sobreactuación canchera con la que se pasea en su vida pública, y se roba la
película con las mejores armas. Su composición de Jerry Black es
indispensable para plasmar la tensión entre la vida personal y laboral del
protagonista.
Con una corta filmografía, Sean Penn es ya uno de los directores más
talentosos y personales de la actualidad. Y lo mejor de todo: su estilo va
en dirección opuesta a todos los vicios del cine americano actual. Con ritmo
reposado, actuaciones contenidas, narración elaborada pero tácita, su cine
es tan sutil como intenso, tan clásico como renovador.
Ramiro Villani