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CODIGOS DE GUERRA
(Windtalkers)

Estados Unidos, 2001


Dirigida por John Woo, con Nicolas Cage, Adam Beach, Peter Stormare, Noah Emmerich, Christian Slater, Mark Ruffalo.



La forma de filmar y montar batallas cambió rotundamente desde Corazón valiente y Rescatando al soldado Ryan. Gibson y Spielberg agregaron realismo y crudeza al combate, con altas cuotas de sangre y desmembraciones varias. La mezcla entre estas convenciones recientes y el lirismo acrobático y violento del cine de John Woo era la gran expectativa que despertaba Códigos de guerra. Pero dejando la acción a un lado, también cabía temer que el romanticismo básico de sus historias comulgase con el aparato patriotero ideológico estadounidense.

La trama es tan simple como suelen serlo las de John Woo: dos soldados yanquis tienen que escoltar a dos indios navajos a través de la Segunda Guerra Mundial, para proteger un código secreto que bajo ningún punto de vista debe caer en manos enemigas. El agregado es moral, y pasa por el hecho de que los americanos tienen que proteger el código a toda costa... aun cuando esto signifique sacrificar a los navajos. Hay otra historia –individual, clásica– que carga al hombro Joe Enders, el personaje de Nicolas Cage, quien acarrea el pesado recuerdo de una batalla en la que fue líder y sobreviviente, y en la que todos sus compañeros murieron. Una pesadilla que le produce tantas heridas físicas como espirituales, heridas que sangrarán con fuerza a medida que avance el relato.

Por medio de esta subtrama, Woo abre la puerta a lecturas ideológicas diversas. No es clara la postura del film con respecto a la guerra. Se respiran aires de humanismo antibélico permanente (un poco a la manera de The Big Red One, de Sam Fuller), aunque por momentos aflora el heroísmo americano de siempre. La maniobra de Woo consiste en en fundir (hasta confundir) el heroísmo patriótico con las relaciones personales: Joe Enders necesita reivindicarse, y sólo puede hacerlo salvando a sus compañeros. En todo el cine de este director la amistad es un tema imperante, y Códigos de guerra no es la excepción. ¿Es la amistad que surge en el grupo la que origina el heroísmo? ¿O lo es la bandera brillante de Estados Unidos, que en un plano acapara toda la pantalla? Woo no confirma ninguna de las dos. Sus seguidores nos refugiaremos en la primera, para espantar la desilusión.

En cuanto a puesta en escena, si bien no decepciona, se extraña la acción a puño limpio que imprimía más deslumbramiento. Las batallas son pura adrenalina, similares a las de Spielberg (o Ridley Scott) en términos de caos y violencia, pero con estilo propio. La cámara vuela como de costumbre en el cine de Woo, pero esquiva el registro documentalista de los cineastas mencionados. La fotografía es más nítida y los planos se alejan del realismo. Woo tiene la capacidad de generar una incómoda sensación en la platea: la constatación de que la violencia (en este caso, bélica) pasa a ser en sus manos algo bello, sin dejar por eso de estremecer. La apertura de la primera batalla es el mejor ejemplo, con la sangre vertiéndose en el río, marcando el camino para la acción.

Lo que falta en Códigos de guerra son los ralentis en plena batalla, aquellas hermosas imágenes que Misión: imposible 2 proveía generosamente. Esos momentos en que Woo (de un modo similar al de Michael Mann) aislaba a sus personajes del mundo, paraba el reloj y montaba una pelea como si fuera la película entera. Su elaborado trabajo sobre el tiempo ficcional se limita aquí a los flashbacks de Joe Enders y a la secuencia final. También hay que decir que las escenas que separan cada batalla son demasiado extensas y le quitan cohesión al relato, perdido por momentos entre los rituales indios y la discriminación. Apuntes sobre las diferencias culturales que luego se disuelven en el fragor de la batalla.

Códigos de guerra no es de las mejores películas de Woo, pero tampoco merece el olvido. La historia clásica del héroe herido que lleva exitosamente adelante Cage, los guiños usuales del director y varias secuencias de acción espectaculares la sostienen.

Ramiro Villani      


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