El corazón es
engañoso, por sobre todas las cosas cuenta la historia de Jeremiah, un
niño que es extraído
–por
la fuerza de la ley–
de su apacible hogar adoptivo para ser devuelto a su madre biológica, una
prostituta drogadicta llamada Sarah, que acarrea serios trastornos
emocionales. Juntos viajan interminablemente por las rutas de Estados
Unidos, intentando escapar del inexorable destino que les ha tocado. Se
trata de un descenso a los infiernos, donde el niño (con el que la cámara
nos obliga a identificarnos) será drogado, abandonado, golpeado y abusado
sexualmente, todo ello en reiteradas ocasiones.
Lo curioso es el
estilo con que Asia Argento nos introduce en este viaje traumático. La
directora tiene la virtud de mantener siempre la distancia formal necesaria
para no caer en el golpe bajo ni en la sensiblería, resolviendo las escenas
más fuertes con elusiva creatividad. Gran ejemplo, el momento en el que el
niño se identifica con su madre e intenta ocupar su lugar. Se pinta, se
viste y se maquilla como ella y seduce a uno de sus tantos padrastros
temporales. Antes que la seducción comience, el niño se mira al espejo y ve
la imagen de su madre. Acto seguido, vemos a Sarah seducir al amante, pero
nos damos cuenta de que éste se dirige a ella como Jeremiah. Sabemos
exactamente lo que esta ocurriendo, pero no nos vemos obligados a
presenciarlo con explicitud visual.
El mundo que
muestra El corazón... no es real, sino hiperbólico, y la combinación
genérica entre parodia (de la religión, la familia, el Estado y la
ignorancia del norteamericano medio), road-movie y surrealismo ayuda a la
película a encontrar el tono adecuado: lo suficientemente dramático como
para conmover, lo necesariamente exagerado como para distanciar (aunque a
veces se le va la mano, especialmente cuando la parodia se vuelve demasiado
caricaturesca y los personajes pierden todo rasgo de humanidad).
Una de las
virtudes fundamentales de El corazón... es su cuidado trabajo
estético sobre el costado psicologista de la historia. La explicación
psicológica suele ser grosera y dialogada en el cine (pensemos en tanto
policial fallido que quiere esclarecer los motivos del criminal dejando de
lado la progresión narrativa). Pero la ausencia de explicación podía dejar a
un film como éste en la mera provocación política (recordemos Palindromes
–y
casi todo el cine de Todd Solondz–
como gran bodrio de la transgresión vacía). Una salida posible: la vertiente
fantástica que elude la psicología cubriendo a la historia de destinos
fatales, mitos y símbolos religiosos, inexplicables por la vía racional.
El corazón... amaga varias veces con adoptar esta postura (las
progresivas alucinaciones producto de la locura y de las drogas, la
mencionada sugerencia estética de que estamos ante un descenso a los
infiernos), pero nunca termina de jugarse completamente por esa opción.
Su alternativa es
destinar a la puesta en escena la función de explicar dosificadamente los
motivos de los traumas de los personajes. Como cuando Jeremiah, que ha sido
abandonado solo durante días en un departamento, sube a un sillón y dibuja
en la pared un montón de figuras humanas para que le hagan compañía. En el
medio queda dibujado un niño. Un plano detalle cierra la escena mostrándonos
que es el único dibujo con la boca invertida.
El talento de
Argento está en apelar a la escenografía y a los objetos para que adquieran
dramatismo mientras nos administran la información necesaria. Caso ejemplar
es el del cinturón, que metaforiza la culpa en cada escena en que aparece.
Veamos: Jeremiah se orina encima cada vez que se duerme; por esto, es
golpeado con un cinturón. Más adelante, Jeremiah destroza el departamento
donde es abandonado y, esperando su castigo, le ofrece el cinturón a su
padrastro golpeador. Tiempo después, Jeremiah delata a su tío adolescente
frente a su abuelo. Acto seguido, es forzado a observar el castigo que
recibe el delatado, al ser golpeado... con un cinturón.
También están las
ropas ensangrentadas que representan las violaciones, con manchas que hay
que fregar para lavar las culpas, y los varios muñecos que Sarah le compra a
su hijo cada vez que quiere tapar su irresponsabilidad, arrojándoselos con
desdén, como quien quiere sacarse algo molesto de encima. Todos elementos
que cobran una significación especial otorgada intencionalmente desde el
guión y la dirección de Asia Argento.
Hay varios cameos
de actores conocidos en el cine independiente (Peter Fonda, Winona Ryder y
Marilyn Manson, entre otros), pero la energía vital de la película proviene
de la habitual solidez de Asia Argento como Sarah (en una sobreactuación
digna de las mejores películas de Abel Ferrara) y del perfecto desempeño de
los tres infantes que personifican a Jeremiah (dos de ellos son hermanos en
la vida real). La química que cada uno de los niños logra en la pantalla con
Argento le otorga al film la dosis de naturalidad necesaria para
contrarrestar el tono pesadillesco del relato.
El afiche de este film adopta, como es costumbre, un par de frases extraídas
fuera de contexto de la crítica estadounidense. Una de ellas me ha llamado
poderosamente la atención: "¡Casi inmirable!", exclama en obvia alusión al
duro contenido de la historia. Más allá de la sorprendente paradoja de
publicitar una película acentuando la dificultad de su visión, lo llamativo
es que El Corazón... es una película para mirar. No porque debamos
hacer un esfuerzo por incorporar a nuestras conciencias una cruda realidad,
o un cine arriesgado que descubre nuestro morbo confrontándonos con la
violencia (de hecho la película reniega de ambas posturas), sino porque la
forma en que está narrada
–sutil,
elusiva, creativa, siempre encabezada por las imágenes–
nos invita a abrir bien los ojos y disfrutar de sus elecciones estéticas.
Ramiro Villani
|