Corre Lola corre es un raro film alemán cuyo argumento casi puede deducirse del
título. Faltan veinte minutos para el mediodía y Lola (Franka Potente) recibe una
llamada telefónica de su novio Manni (Moritz Bleibtreu): el chico extravió los 100 mil
marcos que tenía que entregarle a un gángster y está decidido a asaltar un supermercado
para volver a reunirlos. La cita con el mafioso es a las doce en punto. Lola tiene veinte
minutos para idear la solución. O cuanto menos, para llegar a aquella esquina y abortar
aquel atraco en el que, dicho sea de paso, Manni lleva todas las de perder.
Corre... es absolutamente
minimal. No llega a ser la historia de una chica que corre, ya que poco y nada
llegará a saberse de ella. Antes bien, se postula como un deslumbrante ejercicio de
estilo de montaje y ritmos con una módica parábola como telón de fondo. Los
títulos de apertura, soberbiamente producidos, muestran a una muchedumbre que se
empequeñece mientras la cámara levanta vuelo hasta formar el título con las cabecitas.
Una voz en off sugestiva y grave hace oír una serie de interrogantes existenciales:
"¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos?..." No hace falta un diploma de
semiólogo para sospechar que esas cabecitas quieren ser algo así como todos nosotros.
Lola corre enérgica, incansablemente
(¿por qué no habrá tomado un taxi? es la pregunta del millón). Y hay tramos de cartoon
mechados con la acción, en los que Lola, dibujada, luce aun más colorida y movediza que
en carne y hueso. Y Lola corre por partida triple. Lo que se ve, en rigor, son tres
variantes de la misma maratón. Todas transcurren en los mismos, o casi los mismos
escenarios (hasta se repiten algunos planos) pero cada una evoluciona para su propio lado,
y tiene un desenlace que la distingue de las demás. Ya fuere porque Lola dio vuelta una
esquina un segundo antes, o porque decidió robarle al padre un banquero encumbrado
y frío los 100 mil marcos que le había pedido prestados en la variante anterior, o
porque Manni miró para un costado, y no hacia el otro, hallando allí su salvación. Esta
estructura narrativa no se hace cargo de los interrogantes existenciales del comienzo
(tampoco lo hace cualquier otra cosa en el film), pero sí de sugerir que pequeñísimas
alteraciones pueden tener enormes consecuencias. O de reivindicar el libre albedrío a
través de esa chica que ¿como la vida? corre con rumbo incierto y frenesí.
Lola es bella, muy bella, y es bello
verla correr. Con el pelo rojo al viento, con la urgencia sellada en su expresión, con
esos tatuajes que le surcan el ombligo, parece nacida para eso. Manni tiene su carisma. Y
hacen una buena pareja, sugestiva paradójicamente separada del principio al
fin (o casi). Sin embargo la película se hace un poco larga. Acaso porque puede
adivinarse el desenlace a poco de empezada la segunda maratón. Tal vez porque su
filosofía es demasiado escueta para el formato de un largometraje. Su indiscutible ritmo
está asentado en la combinación de inmaculadas tomas cinematográficas con otras
desprolijas, obtenidas con videocámara, y en esos planos breves, cortados como por
hachazos al compás de una música machacona, omnipresente, resaltada por brevísimos
silencios. Basta y sobra para un excelente clip de unos cuantos minutos, pero estamos
hablando de una hora y veinte.
Guillermo Ravaschino
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