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CRAVAN VS. CRAVAN

España, 2002


Largometraje documental
dirigido por Isaki Lacuesta.



En diversos foros de nuestro medio se ha vitalizado por estos días la discusión sobre la función y el lugar de la crítica. Sobre el particular gusto del crítico/a y sus preferencias personales. Personalmente, mis preferencias están por aquellas películas que no sólo cuentan una historia –tampoco son imprescindibles las historias, aunque me gusten mucho– sino que traen alguna propuesta, o hacen un nuevo aporte al cine. Películas que apelan al espectador como parte del hecho cinematográfico, que estimulan nuestra imaginación, que sugieren en vez de explicitar. Películas que juegan con el concepto de género, que se resisten a encasillamientos, que se apartan de los clisés o, para decirlo de otro modo, que perforan y atraviesan el tópico. Películas lo suficientemente ambiguas como para admitir –y estimular– distintos niveles de lectura.

De allí mi interés por Cravan vs. Cravan. En una primera instancia, podría decirse que se trata de un documental. Pero inmediatamente vemos que el film pone en crisis el género, establece una tensión entre ficción y realidad, cuando crea una  historia y también un personaje.

Primero, la elección del protagonista: ¿quién fue Cravan? Arthur Cravan se llamaba en realidad Fabian Avenarius Lloyd y era un hijo del siglo, poeta dadaísta suizo y también boxeador, tal vez pintor, y sobrino de Oscar Wilde. Desde joven, mostró su espíritu rebelde, inconformista y transgresor, y decidió crear y promover su propio personaje, siguiendo las consignas de su tío, a quien consideraba su padre espiritual. Según Wilde, la naturaleza imita al arte, y Cravan decidió hacer de su propia vida una obra artística.

Pero ¿cómo filmar un documental de un desaparecido, de alguien que no admite certezas, de quien sólo han quedado algunos poemas, algunas revistas que él mismo escribía y editaba, unas pocas fotos y dos minutos de filmación, en una copia borrosa, casi irreconocible? El film no cesa de plantear ese interrogante, y elige seguir el camino de su documentado: reconstruye la realidad. Todo allí es creación y transposición, como el modo elegido para armar una historia orgánica de un personaje que siempre está en fuga. Al tiempo que evoca la biografía del artista, recrea momentos de época con pasajes a la manera del cine mudo, realiza actualizaciones dramáticas de fotografías, establece paralelismos entre escenas actuales y otras que podría haber vivido Cravan, en un permanente pliegue de la imagen sobre sí misma (reiteración que corre el riesgo de resultar excesiva). El personaje Cravan ha sido reemplazado por un film que resulta emanación del dadaísmo, pero es también un producto de la posmodernidad.

El documental parece perseguir un fantasma: desde su nacimiento en Suiza, su madurez literaria en París junto a los surrealistas, su dedicación al boxeo –uniendo en sí mismo el cuerpo y la palabra–, su posible aunque incierta dedicación a la pintura, su vínculo con el circo, su mistificada estancia boxística en Barcelona, su viaje a Nueva York para evitar la guerra, el final en México. El sonido acompaña ese itinerario, pasando del francés al inglés, del castellano al catalán, mientras en un xilofón suenan unos tanguitos europeos. La muerte del personaje es su último acto creativo: en 1918 desapareció en el mar, rumbo a una nueva vida en Argentina. La historia de Cravan es la del arte y las vanguardias de principios del siglo XX, y el pretexto para construir a su vez –con mucho ingenio y buena dosis de humor– una recreación de la Europa de esa época.

Los entrevistados reiteradamente expresan su asombro por no haber encontrado mención alguna de Cravan en las enciclopedias. Tal vez porque era un provocador, que propiciaba la polémica y el escándalo con el fin de sacudir las estructuras y convenciones, un precursor del arte del comportamiento. En cambio, se destacan las citas admirativas que de él han dejado los famosos: Marcel Duchamp, Kees van Dongen, Blaise Cendrars, Francis Picabia, André Breton. Incluso el film arriesga la teoría de que el corto Entreacto, de Marcel Carné, encierra un velado homenaje a Cravan. Son muchas las voces que opinan sobre el biografiado, voces que se superponen, descripciones que desplazan las anteriores, y el documental acentúa esa dialéctica, con la contigüidad de dos opiniones totalmente contradictorias o provocando el choque entre palabra e imagen, que no siempre guardan unidad entre sí. También es disímil el tono de los entrevistados: artistas circenses y ex boxeadores cruzan sus reflexiones intuitivas con el rigor de la biógrafa de Cravan, la crítica e historiadora de arte Maria Lluïsa Borràs.

“Aceptémonos múltiples”, decía Cravan. Y el director de Cravan vs. Cravan se vale de un alter ego, Frank Nicotra, que realiza una investigación siguiendo las huellas del personaje. Pero Nicotra, además de director de cine, también es boxeador y escritor, da carnadura al fantasma y funciona como alter ego de Cravan. Cravan imita a Wilde y Nicotra y el film imitan a Cravan.

En su primer largometraje, el catalán Isaki Lacuesta sigue los pasos de sus compatriotas Víctor Erice y José Luis Guerín. En última instancia, su película constituye una reflexión sobre el acto fílmico y el hecho artístico, e instala la incertidumbre acerca de la veracidad. En un punto, el espectador puede llegar incluso a preguntarse si Cravan existió realmente, aunque esto carezca de relevancia. Sin embargo, no es éste un falso documental, sino un film ensayo sobre las potencias de lo falso, según la expresión de Gilles Deleuze. Todo el film está atravesado por la evocación del célebre F de Falso (o Fraude), de Orson Welles, que también trabajaba sobre el ilusionismo, el armado de rompecabezas y el juego de cajas chinas en el cine. En Cravan vs. Cravan, lo real y lo virtual se cruzan, se intercambian, hasta no poder discernir el carácter de la imagen, que deja de lado la intención de verdad y se ha transformado en un hecho creativo. Ejercicio lúdico, polifacético, sobre las maneras de ser múltiple, o varias personas a la vez. Para decirlo con palabras de Cravan: “Soy todas las cosas, todos los hombres, todos los animales”.

Josefina Sartora      


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