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CRUZ DE SAL

Argentina, 2003


Dirigida por Jaime L. Lozano, con Juan Leyrado, Manuel Callau, Daniel Miglioranza, Cristina Banegas, Ingrid Pelicori, Sandra Ballesteros.



En Cruz de sal, un thriller policial con aire local, todo lo importante desde una perspectiva histórico-social parece quedar detrás de bambalinas. Se trata de una historia, en principio, bastante sencilla: en el verano de 1998 un grupo de amigos se encuentra en un club social del pueblo para comer un corderito a la parrilla. Frente al avecinamiento de una tormenta uno de ellos ejecuta, según la tradición local, un hechizo para detener la lluvia. Trazan en la tierra una cruz con sal y en el medio de la misma clavan un hacha. Efectivamente esa noche no llueve, pero se avecina una segunda tormenta: al día siguiente encuentran los restos de una mujer brutalmente mutilada.

A modo de metáfora, la cruz trazada con sal implica un cruce de posibles culpables de un asesinato. Aguirre (Juan Leyrado), el comisario, intenta desentrañar las diversas pistas y huellas inscriptas en la escena del crimen, aunque muchas de ellas parecen pertenecerle. Todos son sospechosos, incluyéndolo. La metáfora apela a un cruce de tramas personales con algunas historias azarosas y circunstanciales (de amor, de pasión pasajera) que se entretejen con otra portadora de un trasfondo siniestro y vinculada con la última dictadura militar.

La cruz por tanto es elevada al cubo. Es decir, la cruz de sal (el hechizo) toma cuerpo en el cruce de tragedias, las cuales vienen a inscribirse a su vez en la escena del crimen: el cruce de caminos. Aguirre deshilvana cada una de estas marañas: Medina (David Di Nápoli) y la prostituta, su ahijado con la propia, él y su amante y finalmente la del médico local (Manuel Callau) y su víctima (Sandra Ballesteros). Pero se trata de una víctima en un doble sentido. Es víctima de un crimen, pero al ser confundida por otra víctima (una parturienta secuestrada en la ESMA) es victimizada, no por la víctima segunda sino por el olvido mismo, por la historia argentina. Un crimen sólo parece dar luz a otro crimen. Por tanto, en este esclarecimiento policial (llevado a cabo por Aguirre) nada se ilumina realmente. Los motivos del asesinato son apenas vislumbrados para el espectador a través de algunas imágenes subjetivas que permiten ver entre tinieblas la ESMA, los torturados y una mujer a punto de parir. Estas imágenes son, sin embargo, vedadas a sus reales protagonistas y, por tanto, Cruz de sal aunque termina con un final esclarecedor (“este es el culpable”) no puede incursionar en la aterradora historia argentina.

De alguna manera el film parece posicionarse en un lugar que sabe limitado, lo cual, en primera instancia, es entendible. ¿De qué manera abordar una historia sobre desaparecidos hoy? La decisión del film es entonces no hacerlo. Mostrar su existencia y luego exhibir su imposibilidad resolutiva. Como si este segmento de la historia ya no pudiera ser aprehendido; exhibido sí pero de forma cada vez más escindida y fragmentada. En este sentido, el film puede encontrar algún punto de contacto con La cruz del sur de Pablo Reyero, estrenada este mismo año. Al parecer esta cruz tampoco le pertenece a nadie, remite a un NN, a algo cuyo cuerpo ya no puede ser recuperado por imagen alguna. Sólo hay restos pero de historias y vivencias que se tejen en la oscuridad y en el olvido. Y el cine, al parecer, ya no es el campo para ese salvataje de imágenes. No hay mirada que llegue a vislumbrar qué hay detrás de esas cruces.

Silvina Rival      


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