Pasaron doce años de El rayo verde, que fue su único film comercialmente
estrenado en la Argentina. Y más de cuatro décadas desde que el hombre, hoy octogenario,
empezó a filmar. Pero Eric Rohmer sigue siendo el mismo. Cuento de otoño, con
la que cierra la serie "Cuentos de las cuatro estaciones", iniciada en 1990,
trasunta el realismo y la caligrafía que lo desvelaron desde siempre. Que lo hicieron
célebre y discutido. Lo que llama la atención es que sigue siendo célebre... pero ya
nadie lo discute. ¿Signo de los tiempos? ¿Pragmatismo finisecular? ¿Conformismos que el
cine mundial, cada vez más flojo e impersonal, supo conquistar con el paso de los años?
Dios sabrá. En cualquier caso, no voy
a ser la excepción. Este cuento de Rohmer está deliciosamente narrado, y no hace falta
contarse entre sus fanáticos para disfrutarlo. Transcurre en la campiña francesa, más
precisamente en una zona de viñedos. Allí viven Magali (Béatrice Romand), que heredó
una pequeña plantación, e Isabelle (Marie Rivière), que vive con su marido hace 24
años. Son dos cuarentonas vitales, atractivas. Magali es viuda y, aunque le cuesta
reconocerlo, está muy sola. Se queja de que no hay hombres para ella, aunque la verdad es
que no plantea condiciones caprichosas ni imposibles. Lo cierto es que no hay muchos
hombres a la redonda, y ella no se decide a salir a buscar. ¿Pero para qué están las
amigas? Isabelle publica un aviso sentimental por cuenta y orden de Magali. Y cuando pica
el primer candidato, sigue con el juego. ¿Cómo y cuándo le pondrá fin?
El candidato en cuestión está animado
por Alain Libolt mediante un trabajo memorable: Gérald es sereno, ingenuo, inteligente,
insuperablemente tierno, absolutamente transparente. Y por supuesto, creíble. Es
decir, lo más parecido a un antídoto contra el cinismo de tantos héroes y antihéroes
del cine contemporáneo. Al realismo de Rohmer tal vez haya que ponerlo entre comillas. La
cuestión no es si existen o no existen los tipos como Gérald (yo estoy seguro que sí).
Rohmer, en todo caso, los quiere así. La transparencia y la generosidad de Gérald no son
un dato realista como una contagiosa y muy emotiva expresión de deseos. Un interés
del realizador.
Una cuestión significativa es que
aunque la historia transcurre en provincias, los personajes piensan y hablan como
cualquier miembro de la clase media urbana. Con lo que Cuento de otoño se parece
a la invitación a pasar un día de campo intercambiando infidencias, pensando en voz alta
los problemas del amor. Más allá del aviso clasificado, que es algo así como la
pimienta o el disparador de la trama, las tribulaciones de Isabelle y Magali cubren un
amplio arco de problemáticas amorosas, que una atractiva galería de personajes
secundarios (encabezada por sus respectivos hijos) extiende en un sentido generacional. El
mérito de Rohmer es mucho menos "filosófico" y más narrativo de lo que se
dice por ahí. Pasa por el inusitado rigor con que se atiene a escribir y a exponer las
conversaciones, los actos y los no actos de sus criaturas. Filma
monta sin apuros, ya que tampoco los tienen sus personajes. Pero no incluye
planos redundantes, minutos de sobra ni roles descolgados. Gran observador, preciso
calígrafo, los cuentos que Rohmer cuenta fueron contados muchas veces. Pocas, muy pocas,
con el rigor que exhibe aquí. Eso es lo que permite palpitarlos como si fueran propios.
Guillermo Ravaschino
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