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ELEFANTE
(Elephant)

Estados Unidos, 2003



Dirigida por Gus Van Sant, con
Alex Frost, Eric Deulen, John Robinson, Elias McConnell, Jordan Taylor, Carrie Finklea, Brittany Mountain.



Un cielo impecable que poco a poco se tiñe de negro, un vaticinio de tormenta. Un día otoñal en algún lugar de Norteamérica, quizá Portland. Un colegio secundario sin particularidades, un lugar donde el microcosmos adolescente adquiere forma y dimensión. Jóvenes en constante movimiento –nada permanece quieto–, charlas, fotos, encuentros, la cotidianidad manifiesta. Pero como toda normalidad, ésta también es vulnerable, susceptible. De esta materia se nutren las tragedias y todo esto se fusiona en Elephant, última obra de Gus Van Sant.

Este nuevo proyecto del director de Todo por un sueño sienta sus bases en la masacre de Columbine (donde dos estudiantes asesinaron a trece compañeros), un hecho que conmocionó a Estados Unidos y al que Michael Moore dedicó su documental Bowling For Columbine. Pero allí donde este último buscaba causas y soluciones mediante comparaciones y cierto revisionismo histórico, Van Sant opta por la interrogación. Como un Bergman sin el componente trascendental, mucho más terrenal y periodístico, el film plantea preguntas que no pretende dilucidar ni responder certeramente. Aquí el peligro no remite a relaciones causa-efecto, ni se reparten culpas a discreción. La violencia responde a una dialéctica más compleja: al deseo de destrucción, a la apatía y al odio como gélida arma asesina.

No es la primera vez que este cineasta arma un proyecto en torno de la juventud. Desde sus inicios, Van Sant se transformó en una de las voces más destacadas del cine independiente estadounidense, siempre al borde de la experimentación. Luego del éxito de su inhallable opera prima Mala noche vinieron sus dos obras más logradas: Drugstore Cowboy (en nuestro país editada en video con el desatinado título de Los marginados 2, tras un film de Coppola de 1983, The Outsiders, que aquí vino a llamarse Los marginados) y una particular transposición de Shakespeare: Mi mundo privado.

Después de varios años que incluyeron películas fallidas y coqueteos con el cine oficial, llegó Gerry, que ofició de bisagra dentro de su filmografía y en la cual combinó minimalismo, una puesta ascética y el uso sistemático de travellings. Conceptos que ayudaron a la idea de este film, aunque con otra intención.

Elephant es un film de itinerarios, de largos pasillos recurrentes por donde transita un puñado de personas. A partir de cada una de ellas se adoptan los puntos de vista. Mediante el uso del steadicam se produce el seguimiento de los alumnos en largos planos que unen espacios (interiores-exteriores) y en los que cada cual va delineándose.

Lejos de los estereotipos, sin sensacionalismo y con mucho de improvisación, la mirada documentalizante deambula y saca a la luz las relaciones y los conflictos que definen a los personajes. El acierto reside en no utilizar dichos conflictos como justificación del desastre. Esto implica apartarse de (pre)juicios que hubieran afectado el sentido que persigue el film y promovido soluciones facilistas e inexactas. El efecto de normalidad se despliega a partir de la puesta en escena y de la elección de auténticos estudiantes secundarios que, además, utilizan sus verdaderos nombres. Incluso en el último tramo de la película, cuando la masacre toma forma, el distanciamiento no pone en juego su carácter. Pleno de crudeza y frialdad, el epílogo propone presenciar cada momento, pero alterna el punto de vista de ambos asesinos, Eric y Alex, con el de otros protagonistas. Y así habilita una mirada doble, desde los verdugos y las víctimas, sobre la tragedia y sus efectos.

A primera vista Elephant se evidencia como un ejercicio de estilo, pero también es un film realizado desde la preocupación. La preocupación de la incertidumbre, de la futilidad de toda causa y de saber que la demencia remite a la casualidad y al malentendido, cuando no al triste hábito de vivir en sociedad.

Bruno Gargiulo      

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