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EL EMBAJADOR DEL MIEDO
(The Manchurian Candidate)

Estados Unidos, 2004


Dirigida por Jonathan Demme, con Denzel Washington, Meryl Streep, Liev Schreiber, Jeffrey Wright, Kimberly Elise, Jon Voight, Ted Levine, Bruno Ganz.



Por lo general, no me gustan las remakes. Casi siempre basadas en alguna película que ha logrado cierto renombre –y éxito de taquilla–, esas segundas versiones de Hollywood suelen adaptar originales extranjeros al gusto del consumidor norteamericano, bastardeando o banalizando ideas inteligentes. Compárese Un ángel enamorado con Las alas del deseo, o incluso Tres hombres y un biberón, en sus versiones francesa y yanqui. Otra variante es la de actualizar películas clásicas, aggiornándolas a estos días de la posmodernidad, de la copia y el simulacro: Psicosis de Gus Van Sant, por ejemplo. Algo similar me ocurre con las secuelas: desde Cervantes sospechamos de las segundas partes, que casi nunca están a la altura de la que había generado la saga. Hay excepciones, claro: El padrino 2, o la reciente Antes del atardecer.

Por eso la grata sorpresa de la versión de Jonathan Demme de El embajador del miedo, cuyo título en inglés fue y es The Manchurian Candidate. Esta remake de aquel thriller político sí se coloca con dignidad junto a la primitiva, en una entretenida y oportuna puesta al día.

Sería interesante hacer la crítica de esta película sin haber visto la original, aquella versión de 1962 en la que actuaba el mismísimo Frank Sinatra, y considerarla como una obra independiente. No es este caso. Hace muy poco volví a verla, y la comparación entre ambas es inevitable. Ubiquemos el contexto histórico: la que dirigió John Frankenheimer transcurría en plena Guerra Fría y reflejaba el clima de la era de Kennedy; los protagonistas habían luchado en Corea, y se urdía en Manchuria un complot comunista para colocar un candidato propio en la presidencia de Estados Unidos. En la nueva, se trata de ex combatientes de la primera Guerra del Golfo, y los que pergeñan la conspiración política son miembros de Manchurian Global, una poderosa corporación económica multinacional que lidera el comercio de armas, petróleo, medicamentos y otras múltiples fibras del poder. Este es el detalle más sintomático: las ideologías han muerto y lo que ahora mueve el mundo es la economía, estúpido. Todo el clima político contiene obvias referencias a la actual coyuntura, y no es una casualidad que haya sido estrenada en plena campaña electoral estadounidense.

Conociendo de antemano los secretos de este film, que presenta varias capas narrativas, volví a apreciar el talento de Demme para el desarrollo de la narración, el manejo del suspenso y su trabajo con los actores. El candidato del título es un sobrio Liev Schreiber, aunque nunca llega al estado de frío automatismo que aquél lograba a la perfección. Su atormentado ex camarada de armas, y motor del film, es Denzel Washington –en la versión actualizada tenía que haber un negro inteligente para el rol que cumplió Sinatra– y la maravillosa y malísima madre oscura de la primera versión, Angela Lansbury, tiene una dignísima sucesora en Meryl Streep. En pleno posfeminismo, la madre del candidato de Manchuria no es un personaje entre bambalinas sino una ambiciosa e influyente senadora, y Streep compone un personaje exquisitamente siniestro y manipulador, en quien muchos han entrevisto aspectos que evocan a Hillary Clinton. Ella logrará que su partido nomine a su propio hijo para la vicepresidencia de su país, cargo al que ella nunca podría acceder por ser mujer. El nombre de ese partido nunca es mencionado: el candidato es un aristócrata héroe de guerra, igualito que John Kerry, aunque la corporación que lo sostiene apunta sin sutilezas a la figura de George W. Bush. Cualquier semejanza de Manchurian Global con Halliburton o el Grupo Carlyle (que ya no pueden seguir ocultando las vinculaciones de Bush y Cheney con los árabes, la familia Bin Laden y los intereses en Irak) sí es intencional.

Una vez más, Demme desnuda el sistema mostrando la cara oculta de su país, como lo hiciera en El silencio de los inocentes, en Filadelfia y, de modo algo más elíptico, en Totalmente salvaje. En pleno auge de la clonación y otras cirugías que pretenden alterar y controlar el cuerpo humano, el implante de chips para la manipulación de conductas y comportamientos parece una herramienta más. En realidad, Demme está denunciando el modo perverso en que funciona la democracia y la manera en que se mutila el cuerpo político y social: elecciones digitadas, manejo de los medios y la opinión pública, falseamientos policiales, crimen legalizado. Basta leer las noticias de todos los días.

Lo que extrañamos del primer film –y no es un detalle menor– es su sentido del humor negro, el sorprendente surrealismo de aquellas escenas del sueño recurrente que vivían los personajes. La novela original es de Richard Condon y el guionista de la primera versión había sido George Axelrod, quien supo adaptar también Desayuno en Tiffany's respetando el humor de Truman Capote. El nuevo guión, basado en el primitivo, presenta una versión más acartonada y solemne, sólo matizada por los dardos envenenados y la actuación exuberante de Streep. También se echan de menos aquellos siniestros agentes comunistas, pero ya se sabe: hoy los ejecutores del mal son anónimos y no poseen rostro. En el nutrido grupo de actores secundarios, sorprende encontrar a Bruno Ganz como el científico que reconoce el uso de implantes ilegales por parte del gobierno y el lavado de cerebro generalizado. La agente negra del FBI está allí para aplacar en mínima parte la misoginia y el racismo de la primera versión, y si bien esta corrige algunas inverosimilitudes de la primera, el giro del final podrá decepcionar a muchos.

Modernos o posmodernos, posguerra o post 11 de septiembre, Hollywood sabe hacer de la paranoia un espectáculo.

Josefina Sartora      


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