Atrevida, desprejuiciada, bizarra (pero en el sentido francés: bizarre=raro),
perversa. Todos esos adjetivos le caben a Gotas que caen sobre las
rocas calientes, del galo François Ozon. También, yo creo, es una
película que hizo más ruido del que merece.
Durante largo rato los personajes son dos: Leo, un gay cuarentón algo adicto a su trabajo
(comercializa seguros), y Franz, un muchachito que, de su mano,
concretará ciertas fantasías homosexuales que lo asaltaban en la
pubertad. A poco de iniciado el film ya lo tenemos a Franz plenamente
inserto en la vida de ese hombre que lo sedujo, lo desfloró (analmente,
se entiende) y lo instaló en su casa mucho más fácil y rápidamente de
lo que hubiera cabido esperar. Hay que apuntar que la verosimilitud no es
una de las preocupaciones que François Ozon haya puesto de manifiesto en
este film: a los tiempos dramáticos, como a muchos de los diálogos y
conflictos, los ha manejado sin otra regla aparente que la de seguir sus
instintos (o de plasmar más o menos desordenadamente algunos de sus
propios deseos y fantasías).
Lo que se torna evidente es la
relación, bastante típica por lo demás, que se consolida entre nuestros
personajes. Leo se convierte prontamente en el "señor de la
casa": obsesivo, mandón, cascarrabias. Franz pasa a ser algo
así como la "mujercita": lo suyo es lavar, cocinar y limpiar.
Entre el carácter quisquilloso del cuarentón, que evoca a ciertas
criaturas del cine de Claude Chabrol, y el aspecto del joven Franz, tan
pecoso y espiritualmente virgen que parece salido de una fábula de Eric
Rohmer, se establece cierta tensión, cierta gracia, y eso atrapa. Ahora
bien: Gotas... se toma tantos minutos para exponer este
vínculo, y este vínculo se modifica tan poco, que llega un momento
en que uno empieza a pedir a gritos otros conflictos, otras
alternativas... alguna novedad.
El tono de las actuaciones y el
contenido de las conversaciones, entretanto, van empujando el relato hacia
otras aguas: las de la comedia de enredos (con los personajes yendo en
puntillas de una habitación a la otra), las de la farsa, las de cierto
teatro sórdido... aunque no alcanza a anclar en ninguna
de ellas.
Tarde llega la ansiada novedad: se llama Anna, es la ex
novia de Franz (con la que hacían
planes de matrimonio e hijos) y se instala en la casa aprovechando la
ausencia de Leo, que partió en viaje de negocios. A su regreso, tendremos
conformado otro de esos famosos triángulos, que se convierte rápidamente
en cuadrado con la llegada de Vera, distinguida y muy dark
transexual que, tiempo ha, supo ser la pareja de Leo durante años. En
este punto el film de algún modo se desboca: pasos de baile (en
plan de coreografía setentista), alguna que otra "orgía"
(entre comillas, sí), tres o cuatro charlas afectivas (sobre
conflictos amorosos), mucha teta (muy hermosa) y una pizca de tragedia como para
coronar.
Todo esto es mucho y, a la vez, muy
poco.
Guillermo Ravaschino
|